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Última jornada

Tragedia histórica

El Hércules logra empatar en Llagostera con tres goles en 10 minutos después de pasarse más de 75 sin generar ocasiones y sin lanzar a puerta con peligro - El punto le envía a la Segunda División RFEF, dos categorías por debajo del fútbol profesional

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El Hércules consuma su fracaso y cae a la cuarta categoría LOF

Lo retardes más o menos, inviertas la cantidad que inviertas, al final siempre llega el final. Puedes disimular, tratar de maquillar las imperfecciones, de expiar culpas a borbotones, de hacerlo sin dar la cara, dejando en manos de otro la gestión de tus desdichas, el acumulado desproporcionado de los años de deterioro... Puedes hacer todo eso y mucho más que se te ocurra mientras improvisas a destajo de camino al acantilado, pero cuando llegues al borde del abismo, te acabarás cayendo. Siempre es así. En cualquier parte, en todos los equipos, en todas las ciudades.

El Hércules se aleja del fútbol profesional, quien sabe si para siempre tal y como lo conocemos ahora. Cae a la cuarta categoría del fútbol nacional después de firmar un desenlace patético en la jornada final, la definitiva. Todas hieren, la última te mata. Sin apenas competir, casi sin defender, dando todas las facilidades, sin tirar a puerta con un mínimo peligro durante una hora larga, infinita, sonrojante, inaceptable para alguien que sabe que le va la vida en el envite.

Ni los tres centrales, con Tano exiliado en la banda derecha para suplir a Raúl Ruiz, sirvieron para dar robustez a un sistema de contención que se quebró al primer envío lateral. Dubasin sorteó al internacional dominicano, levantó la cabeza, centró la pelota al corazón del área y allí, solo, entre Romain y Álex Martínez, sin oposición, Andreu Guiu conectó un cabezazo ante el que Falcón casi no tuvo tiempo ni de reaccionar. Increíble, pero real. Tanto como el despropósito que precedió al tanto, como el desconcierto en las caras del herculanismo, que empezaba a revivir la misma pesadilla recurrente, infame, la que sobreviene justo después de que tu rival de siempre, en las antípodas, haya hecho posible lo más bonito: sobrevivir en la élite.

Después de martillazo en los dientes, el Hércules penó sobre el minúsculo campo municipal de Llagostera. Se llevaban jugados 10 minutos y ya tocaba hacer lo que no había hecho nadie en toda la temporada, remontarle un partido al cuadro de Oriol Alsina como visitante. Siempre por el lado difícil, caminando por el filo, atravesando el cráter del volcán en bañador avanzando a ciegas por un hilo.

Abde, sin espacio para desplegar su zancada, intentaba desbordar a Pere Martínez, pero no había forma. Ni un disparo con intención en 45 minutos, solo un cabezazo de Moisés que, inexplicablemente, no cogió ni portería tras un saque de falta de Pedro Sánchez. Hasta la posesión favorecía al Llagostera, que tuvo el 2-0 poco después con otro remate franco, esta vez de Sascha, que se acabó estrellando en el travesaño. Temblor de piernas, caras de pánico y muy poco oxígeno en la cabeza de camino al vestuario.

Manolo Díaz inició la segunda parte sin variar el once, con idéntica disposición sobre la hierba sintética. El banquillo local tampoco modificó el guion. Los 22 protagonistas siguieron jugando a lo mismo, a ver volar el balón por encima de sus cabezas. Los gerundenses con medio objetivo logrado y los alicantinos asistiendo impávidos, casi inertes, a la evaporación de sus mínimas opciones de redención.

Tras ocho minutos de circulación desorientada, sin canalización, sin alguien que pidiera la pelota para darle algún sentido colectivo al fútbol del Hércules, Sascha, esta vez sí, transformó otro centro lateral, ahora desde la banda contraria, para batir por segunda vez a Falcón ante la inacción de Tano y Romain, incapaces de ocupar el espacio del delantero del Llagostera.

Menos de una hora de juego, y todas las aspiraciones saltando por la borda, haciéndose añicos, explotándole en la cara a todo aquel que en algún momento ha sentido querencia por un club en extinción, a la deriva, sin rumbo, sin argumentos para crecer, sin el mínimo cimiento sobre el que edificar un futuro cada año más sombrío.

Cuando diez minutos después, con el Hércules desdibujado, invisible, deambulando sobre la moqueta de caucho, Armando -lento en la reacción- derribó a Dubasin dentro del área, ya nadie creía en otro desenlace que no incluyera rabia, lágrimas y frustración. Cortés, desde los once metro, disparó a media altura, a la derecha del capitán blanquiazul, y logró un 3-0 que componía un réquiem de aire lúgubre bastante malsonante.

Con todo perdido y la mueca de derrota cosida en el rostro, después de 75 minutos a merced del adversario, jugando contra un equipo que siempre actúa igual como local, que no introduce sorpresas de camino al gol, previsible hasta la obscenidad, despertó tímidamente el Hércules. Benja, que saltó al campo en el 67, recortó distancias 13 minutos después con un cabezazo después del saque de esquina de Álex. Tras él, dos jugadas más tarde, Sidoel puso el 3-2 beneficiándose de una asistencia de Alfaro. Con el tiempo cumplido, y el Llagostera experimentando -¡por primera vez!- el peso de la responsabilidad, de nuevo Benja, en una maniobra genial, cazó una pelota suelta en el área y empató el partido. No se jugó más. El banquillo gerundense se negó a devolver un balón, se formó una trifulca que acabó con Alsina y el delegado del Hércules expulsados, y ya no rodó suelta la pelota. Falcón trató de llevar el cuero al área y... nadie lo recogió. En cuanto el colegiado vio que se cumplían los seis minutos que había prolongado, pitó el final. El chillido del silbato envió al equipo de Manolo Díaz a la cuarta categoría del fútbol español. Todo mal, todo en contra, todo resuelto de la peor manera, sin tan siquiera pelear y cubiertos de cieno hasta las cejas. El horror.

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