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El sistema descarrila en casa (0-3)

El Hércules encaja la primera derrota como local después de completar un pésimo encuentro frente a un rival que hasta ayer solo había metido tres goles -A la falta habitual de alternativas ofensivas se unió el desconcierto defensivo general

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El Rico Pérez se harta del equipo: así se vivió en el estadio el Hércules - Atlético Levante Héctor Fuentes

Mal augurio y peor pronóstico. A corto plazo, seguro. La jaula de titanio de Pulpí se volvió barro en Alicante, otra vez. Siete puntos se han esfumado en casa de doce posibles. La proyección resulta heladora, venenosa, lacerante. Morder sin dientes es un ejercicio imposible. Presionar sin orden, sin trascendencia, sin ambición es una broma de muy mal gusto que siempre acaba de la peor manera. El accidente ya es costumbre, suenan tambores de guerra.

El Hércules más barato de las últimas dos décadas no avanza, no crece, pierde el equilibrio muy fácilmente. Adolece de bisoñez, de histrionismo, de sugestión, de una falta de calidad individual alarmante. La carencia se puede maquillar con un esfuerzo colectivo mayúsculo en espacios cerrados. Pero a campo abierto, si falla la fe, si no se sale, si se pierde de vista al compañero, si se racanea con el coraje y falla la mentalidad, el proyecto se expone a que lo pisotee el primero que pase... y ya van dos.

El paradigma blanquiazul sonroja. Los mismos once futbolistas que se exhibieron en San Miguel hace una semana se comportaron anoche como párvulos en su primer día de escuela. No hubo agallas, nadie apretó los dientes, ninguno cargó con el equipo para evitar que se cayera, tampoco el entrenador, que no se dio cuenta de que su modelo hacía agua en el centro del campo y, por correlación, en las bandas. No necesitaba un goleador ni dos (juntó sin éxito a los tres), lo que desangraba su planteamiento era ser inferior en la zona en la que Alesio Lisci acertó a gobernar con su, solo en apariencia, 5-3-2.

Ese sistema, si se ejecuta bien en fase ofensiva, permite disponer de cinco futbolistas en el centro del campo. Al Atlético Levante le bastaron las incorporaciones de Marc Pubill, un lateral diestro, en la salida de la pelota para arruinar la descoordinada presión alicantina y superar líneas de contención con asombrosa facilidad.

¿La razón principal? Arriba siempre había alguien que daba una solución eficaz a quien tuviera el balón, sobre todo Omar Faraj, un delantero sueco de 19 años para quien ni Mora ni Molina ni Jiménez encontraron antídoto. Saber si Tano hubiera hallado la manera de frenarlo no se descubrirá nunca, se quedó fuera por decisión técnica.

Sergio Mora entra en el campo para consolar a sus jugadores al final

En mitad de un naufragio no hay belleza, solo tragedia. El proyecto ha demostrado ser solvente, pero también todo lo contrario con idéntica fiereza. Y eso desconcierta. La irregularidad no beneficia, solo encharca. El estallido de la grada mientras el equipo ingresaba en el vestuario abre la ventana al fuego, al manto de ceniza que cubre una entidad que se asoma a su centenario envuelta en pánico, en desconfianza, en descomposición semejante al cemento que pretende resucitar la Generalitat.

Media hora necesitó un bloque en puestos de descenso –que solo había marcado tres goles en las seis primeras jornadas, uno en las últimas cinco, que llevaba sin ganar más de un mes–, para tumbar al aspirante al ascenso. Lo de favorito, queda grande. Jorge Padilla estrelló un balón en el larguero y a todos sobre el césped le entraron los temblores. Tanto, que ni siquiera continuaron con la jugada, se olvidaron, renunciaron a ella. Pubill recogió el rechace, lo devolvió al área y Jesús Fernández, un guardameta de casi dos metros, entendió que no debía dar un paso al frente para agarrarla sin más. No se lo dijo a su central, Diego Jiménez, que confió en el exmadridista y se quedó mirando como alguien con una mínima ambición buscó la dirección del pase y remató sin oposición a un metro de la línea de gol. Un desastre mayúsculo. Un borrón. Un fallo imperdonable para un equipo que ha decidido ligar su éxito a la tensión defensiva y a la agresividad colectiva.

El 0-1, tal y como ya ocurrió en Alzira, desactivó toda la energía blanquiazul, que solo fue superior a su adversario durante seis minutos en todo el encuentro, los previos al tanto del filial granota. Antes y después, nada. Entre ser «mandón» y resultar un indolente tiene que haber un punto medio porque si no el ascenso se evaporará del modo más obsceno: en casa.

Es tan significativo el desconcierto, la nebulosa en la que entra el Hércules cuando recibe el primer revés, que lo único rescatable del choque es la evolución de César Moreno, un mediocentro que roza la amarilla en cada lance. Ayer se la enseñaron a los 9 minutos, o sea que tocó jugar 80 con el pivote de contención limitado. Aun así, el sustituido fue Mario Ortiz, y con razón .

La solución del entrenador para tratar de atajar el despliegue atacante de su enemigo fue introducir a Aketxe. No funcionó como revulsivo. Solo Chuli era capaz de entender que la partida había que ganarla antes de llegar al área, pero el onubense también cayó. Se fue lesionado y lo poco que quedaba del Hércules se hundió sepultado por la viveza y el empuje de dos sub-23. El 0-2 se gestó en un robo de Pubill, que avanzó sin marca, encontró a Faraj en el balcón del área. Al sueco le dio tiempo a darse la vuelta y servir un pase al hueco a Cerdá, que culminó la jugada.

El 0-3 fue la gota que colmó el pozo del desastre. Pubill probó suerte desde lejos y a Jesús Fernández se le coló entre el hueco insignificante que quedó entre su brazo, la hierba y el poste. Caer se puede caer, es lícito. Hay muchas formas de perder, algunas son admirables. Convertir en vicio el desplome, eso ya es más intolerable. El Hércules vuelve a salir de la zona de «play-off», ya está a seis puntos del liderato (que este año proporciona el ascenso inmediato) y lo peor no es nada de todo eso. Lo realmente suicida es que exhibe una debilidad emocional y una falta de liderazgo que le empuja a ponerse siempre en lo peor.


Más bajas Chuli, lesionado, y Tano se queda fuera de la lista

La inercia destructiva que azota el proyecto no ofrece tregua. Ayer, Chuli, uno de los pocos con una mínima garantía ofensiva, a la hora de partido, pidió el cambio tras notar un pinchazo. Lo normal, tras la primera exploración, es que sufra una microrrotura que le impedirá jugar el siguiente encuentro. Tano Bonnín, que ya tenía el alta competitiva, se quedó fuera de la lista de convocados, en principio, por decisión técnica. El internacional dominicano y Solbes se quedaron en la grada.


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