Todas hieren, pero la última es la única que te mata. Lo malo, diabólica paradoja, es que de esa, de la definitiva, puede que no te enteres. Los golpes se suceden. No cejan. Cambian de intensidad, pero no de dirección. Vivir consiste en eso. Aguantar lo que viene y protegerte si puedes, si sabes o, en el peor de los escenarios, si te lo permiten. Pero todos los palos duelen por más que disimules. Hacen mella. Dejan huella. Cicatrices que cada mañana cuesta más maquillar por culpa de la acumulación. La vida es movimiento, la inacción mata. Hay que avanzar. El Hércules lo intenta desesperadamente, pero no da con la forma de ir en línea recta. 

Desde el 19 de junio de 2010 camina en círculos, arrastra los pies, pero continúa quieto, en el mismo punto, uno iniciático que muere aplastado debajo de cada fracaso. En doce años han variado las causas que provocan los fiascos, los acusados de motivarlas. Lo que permanece flotando en un presente continuo incesante –orbitando alrededor de la estrella sobre la que se ha de girar sí o sí– son las circunstancias y muchos nombres propios en los roles principales y secundarios.

IRÚN, TAN CERCA Y TAN LEJOS

El tren hacia la cumbre que el Hércules perdió para siempre 

Hoy se cumplen doce años exactos del último ascenso a Primera División del Hércules. El equipo regresó a la élite y tuvo la ocasión de construir, de solidificar sus cimientos, de crear una entidad con vida propia no sujeta a la figura indispensable de nadie, de ser autosuficiente, de crecer. Lo consiguieron otros clubes: Real Sociedad, Villarreal, Levante... El Hércules, no. No hubo manera. 

Y de aquella polvareda con vocación de tormenta perfecta vienen los barros que impiden que los cimientos se asienten, que la estructura aguante, que haya que apuntalar con urgencia en cada nuevo temporal, que cueste Dios y ayuda poner la casa en venta o simplemente alquilarla.

Aquel tren del fútbol profesional pasó y el conjunto blanquiazul no se subió en él. Y si lo hizo, no quiso pagar asiento, se quedó entre vagones, y en la primera curva, salió despedido y cayó en tierra de nadie, condenado a vivir con respiración asistida, conectado a la fuente de oxígeno permanentemente.

El Hércules envejece mal, y con él, todo el que lo siente, dentro y fuera. El amontonamiento de frustraciones colectivas e individuales, de acusaciones, de señalamientos, de utilizaciones políticas, de escándalos burbujeantes, no hacen más que agravar el estado de salud de una entidad a la que todo el mundo dice amar, pero es raro el que, con su verdad absoluta particular, no contribuya a matarla. Todos, sin distinción, actúan por el bien del paciente, pero el paciente no mejora nunca, al revés, cada año tiene más cara de ataúd.

HISTORIA CÍCLICA

Los episodios se suceden con tanto rigor que parece un bucle

Diseccionar la historia del Hércules en las últimas tres décadas sirve para darse cuenta de que el club hace mucho que acumula achaques terribles. Los males de la entidad, aunque ahora cueste verlo por el empacho y la hondura de lo inmediato, son anteriores a Enrique Ortiz, que aterrizó en el Rico Pérez como consecuencia de un hundimiento gestor previo. Sería importante determinar objetivamente cuánto dinero proveniente del patrimonio personal de la familia Ortiz ha pasado por las arterias de la SAD. Negar que la cifra sería abultada es pura demagogia, lo que no lo es tanto es calcular qué ha quedado (o queda) de toda esa inversión, qué permanece cada vez que toca empezar de cero, una situación que se repite verano a verano. Hasta el uso exclusivo del campo ligado históricamente a la entidad está pendiente de una resolución judicial.

LA FORTUNA DA LA ESPALDA

Todos los esfuerzos, incluidos los más cuantiosos, caen en saco roto

La canalización a través de la figura de Enrique Ortiz de todas las decisiones que se toman en el club liga el germen y el desarrollo de cada proyecto a las emociones del empresario, que aparenta encajar los golpes con naturalidad, pero sufre el desgaste moral de quien se siente vapuleado injustamente. Eso provoca que su desánimo sea el de la entidad. Hasta que el constructor no recupera el brío, la depresión institucional no remite. Si hay quien llega a cansarse de ganar, es fácil adivinar qué efecto ocasiona la hartura de perder, porque cuando pierde el Hércules, pierde mucha gente, y gente muy diferente entre sí.

El Hércules, sus aficionados, sus socios, sus trabajadores y sus propietarios saben bien dónde quieren ir, tienen meridianamente claro cuál debe de ser su destino y lo importante que es llegar a él más pronto que tarde. En eso no hay aristas o matices. Pero avanza en círculos y necesita dar pasos al frente, encontrar un discurso distinto. Paquito, Sergio Fernández, Quique Hernández, Barroso, Portillo y Del Pozo se han visto en algún momento esperando ansiosos la llamada que lo desbloqueara todo, que les abriera el grifo, que les desatara las manos. 

Ese espacio de incertidumbre y entropía es mayor con la sucesión de proyectos fallidos. Paco Peña estuvo en el Stadium Gal de Irún festejando el último gran logro del equipo. Ahora suena su nombre para llevar una cartera que pesa muchísimos kilos. Una cosa tiene a su favor, nada de lo que viva si asume el reto le pillará por sorpresa... o sí, tal vez una.