Pedir calma es pedir mucho, sobre todo si se la pides a quien nunca la ha tenido. Pero es necesaria para sobrevivir, para enfrentarse al azar y sus desastres aleatorios. El mundo tiene la fea costumbre de acelerase, de empujarnos al abismo, de gritarnos al oído «¿pasas o no pasas?», de darnos diagnósticos terribles sobre dolores que nunca habíamos sentido. El fracaso, igual que el miedo, se expande sin acuse de recibo. Golpea y después pregunta. No tiene amigos. Por eso es preferible tender a la serenidad, a no dejarse atrapar por el pánico, a no permitir que se apoderen de uno fuerzas de difícil contención como el ánimo de revancha y la frustración. 

El Hércules carga con el peso de su historia, de toda, de la gloriosa y de la otra, que se empieza a amontonar y a verse cada vez desde más lejos. El desencanto es lícito, es comprensible, pero desencantado se hacen bien muy pocas cosas. Si no sabes librarte de él, estás condenado a terminar siempre del mismo modo: harto y, lo que es peor, sumido en una furia corrosiva que te hace desear cosas horribles.

  

UN CASTILLO SOBRE DOS COLUMNAS

► 16 jugadores nuevos y solo dos de los cuatro antiguos tienen peso 

Empezar de cero es costoso siempre. Quien haya sufrido una mudanza, un despido, una ruptura sentimental o el cambio repentino de colegio de sus hijos sabe cuánto cuesta. Nada sale rodado, y en el fútbol mucho menos. Hay que ensamblar piezas aisladas, hacerlas funcionar de forma autónoma en beneficio del colectivo. En esos casos, lo más importante es tener claro el plan, el destino, la forma de llegar. Con eso bien fijado, suele ser más fácil que se consiga eso tan sumamente difícil y esquivo que es el éxito, el de verdad, no el homeopático.

El Hércules volvió a saltar por los aires en mayo. Fue la enésima implosión de un proyecto que lo ha probado todo menos una cosa. Quienes reclamaron entonces no dejar títere con cabeza, tirarlo todo abajo, rociar de gasolina el proyecto, prenderle fuego y recomponerlo por entero no pueden ser ahora quienes más prisa tengan en obtener resultados inmediatos. Hace falta muy poco para propagar el pánico y derribar un vestuario. A veces no requiere ni una acción directa. Pero cuando prende la mecha ya no hay vuelta atrás...

UN TÉCNICO CON RECURSOS

► Ángel Rodríguez sabe reaccionar a los problemas con inmediatez

Habría que intentar aprovechar la corriente de optimismo que proyecta el preparador leonés para apoyar en ella la ilusión de una hinchada que, en su mayoría, sigue al lado de su equipo, del que se pone el uniforme, se calza las botas y defiende el escudo. Todo lo demás es accesorio. 

Ángel Rodríguez es de los que empuja, de los que dan la cara por su gente. En Alicante, como él mismo reconoce, está haciendo un máster de gestión de club, tal y como le advirtió Paco Peña la primera vez que se sentaron juntos a una mesa con los chorros de una piscina de fondo refrescando el atardecer. El entrenador del Hércules ha demostrado que su idea puede ser válida, que tiene futbolistas capacitados para llevarla a cabo, que se ajustan a su idea de juego, a defender con balón, a moverlo rápido para escondérselo al rival. 

Es un comienzo esperanzador, pero tiene un inconveniente: está obligado a sumar de tres en tres y la lógica más poderosa niega que eso sea factible de buenas a primeras. Las dos primeras jornadas han mostrado detalles halagüeños y también los otros, los de siempre: a los delanteros, en este club, les cuesta meter hasta los goles que marcarían con los ojos vendados en cualquier otro. En 180 minutos, el sistema ofensivo ha sido muy productivo, ha generado ocasiones tremendamente claras y eso, en la cuarta categoría del balompié patrio, es una barbaridad. ¿Qué falla, entonces?

LA DEFENSA

► La acción que necesita que se ejecuten bien más automatismos

En el fútbol actual apenas hay algo improvisado. La acción defensiva y la ofensiva se realizan siguiendo un sistema, una distribución, una ocupación de espacios ordenada. Pero en ataque, todavía impera el valor añadido que aporta el talento individual. Es más sencillo que un equipo plagado de buenos futbolistas que no acumulan minutos juntos tengan más facilidad para asediar la portería contraria que para blindar la suya, esta tarea es más áspera, menos intuitiva. 

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Con Marcelo Djaló, han sido 17 los jugadores que han llegado al vestuario este verano. Dos lo han hecho con el mercado ya cerrado, y no han sido dos cualquiera: dos centrales, uno de ellos, Roger Riera, titularísmo. Cuando el Hércules estabilice su defensa jugará mejor, pero hasta que eso ocurra va a pasar tiempo y es importante que no se multipliquen las dudas, que no se arruine lo bueno que se intuye, que, conviene recordarlo, hacía mucho que no se veía en el José Rico Pérez. 

Carlos Abad pide calma, lo mismo que el capitán, el entrenador y el director deportivo. Se puede atender su petición o meter prisa en pro de una grandeza histórica que hace mucho que dejó de estar presente en el día a día. Elijan bien...