El descaro de decirlo y la grandeza de saberlo hacer. Sentirse líder y comportarse como tal, como un equipo sin miedo, sin envidia de nadie, sin complejo de inferioridad, sin mirarse más que en su propio espejo, uno que no deforma la realidad. Ganar. Jugar bien. Esconder la pelota, defender con ella, mostrarte como lo que quieres ser: un bloque con aspiraciones reales de ascenso. Y no solo de boca, no solo porque sale escrito en un titular de prensa, sino porque a las cuatro mil personas presentes en el estadio una tarde de lluvia otoñal caprichosa no le cabe ni la menor duda.

El Hércules superó en todo al Espanyol B, invicto hasta anoche, le arrinconó durante buena parte del choque, le quitó el balón, se lo movió con destreza delante de sus narices combinando transiciones ordenadas, minuciosas, elegantes, con acciones verticales eléctricas, fulgurantes, endiabladas. Tantos años escuchando verbos como «madurar», alocuciones como «saber esperar el momento», formulaciones del tipo «ten una y para adentro»... que la exuberancia ofensiva que muestra el bloque armado por Paco Peña en solo cuatro jornadas anima a creer que hasta en la cuarta categoría uno puede esforzarse por sublimar el toque.

El exfutbolista del Marchamalo resuelve un choque que los catalanes habían logrado igualar tras el descanso

Por suerte para este deporte, aunque suceda cada vez menos, ser valiente también tiene recompensa, una que vale doble dado que a la satisfacción de irte a dormir con tres puntos hermosos, se une la de haber hecho disfrutar a un campo entero capaz de perdonar un error grosero en defensa que cuesta un empate por la emoción que es capaz de transmitirle el equipo desde el primer minuto.

El Hércules ganó a un gran adversario. Lo hizo siendo mejor que él, mostrándose superior, ocupando el espacio, asumiendo riesgos con sentido, utilizándolos, por fin, para un bien colectivo que no cuestiona nadie dentro del equipo. Saber a lo que juegas y tener a los hombres y los técnicos que lo pueden interpretar mejor es el modo más eficaz de reducir el margen de equivocación que jamás, se pongan como se pongan los pontífices de la contención, será equivalente a cero.

Ganar por empuje, por anexión de territorio, por diversión. No sucedía hace mucho, tal vez por eso la ovación que la grada tributó a sus jugadores cuando se decretó el descanso fue tan unánime, tan duradera, tan espontánea y tan sincera. Los alicantinos firmaron 45 minutos ejemplares, llenos de luz, de estilo atacante como local muy definido, muy sólido.

Carlos Abad salva una ocasión muy clara a los 72 minutos que podía haber privado de los tres puntos al cuadro local

El balón siempre voló con destino y criterio posesivo cuando se optó por rebasar líneas con un solo golpeo, siempre lo hizo con vocación de hacer daño, de encontrar al hombre libre, de atacar el espacio más despejado, nunca por sacudírselo de encima. La combinación de pases rápidos y paredes para buscar el área de Fortuño fue la norma, pero cuando Míchel y Sergio Marcos no aparecían en el centro de la acción, los dos laterales, Eimil y Marcos Bravo (titular por la indisposición estomacal de Raúl Ruiz) apuñalaron la acción defensiva del Espanyol B, desbordado, desorientado, sometido a la ley del dueño del balón, de quien más lo mimó cuando lo tuvo y de quien más lo buscó cuando lo perdió.

La pausa, la paciencia, los desplazamientos cortos, medidos, sirvieron para que una acción que inició Alvarito en la banda izquierda, terminara con un centro desde la derecha, más de un minuto después, de Villacañas, que Jack Harper, en otra situación inédita en Alicante en los últimos lustros, envió a la red con la cabeza después de deshacerse de su par y rematar desde la frontal del área pequeña. En cinco minutos, el Hércules había generado cuatro ocasiones claras, cercado la portería catalana y adelantado en el marcador... es difícil de mejorar.

HÉRCULES: Carlos Abad, Roger Riera, Maxi, Alvarito, Raúl Ruíz, Villacañas (65’, Cedrés), Harper (82’, Ander), Dylan, Eimil, Sergio Marcos (75’, Sandro Toscano), Míchel (75’, César Moreno). 

ESPANYOL B: Fortuño, Gorjón (63’, Recasens), A. Pérez, Villahermosa (78’, O. Romero), Antoniu Roca, Mangada, Becerra, Dacosta (71’, Javi Hernández), Kenneth, Abde (78’, Armand), Lancho (71’, Joan Puig).

GOLES: 1-0, Min. 6: Harper. 1-1, Min. 51: Dacosta. 2-1, Min. 62: Alvarito.

ÁRBITRO: Alejandro Clemente (aragonés). T. Amarillas: para los locales Maxi, Marcos, Dylan y Cedrés. T. Roja: para Ócar Romero (Espanyol B) por roja directa en el minuto 89.

ESTADIO: José Rico Pérez. Alrededor de 4.000 espectadores en la grada en el partido de la jornada 4 del grupo 2 de Segunda RFEF. Míchel ejerció como capitán en el Hércules tras la indisposición estomacal de última hora que sufrió Raúl Ruiz minutos antes del comienzo del choque.

El gol no restó ambición a los blanquiazules, que tuvieron en las diagonales de Alvarito y las internadas de Víctor Eimil una vía de escape vistosa y efectiva. Ellos levantaron a una grada descreída, harta de estar harta, de resignarse a las cenas frías con agua de grifo en el vaso.

El esfuerzo titánico que tocó hacer para mantener el tono durante los primeros 45 minutos pasó factura en la reanudación. El Espanyol aprovechó para desplegarse, para recuperar zonas del terreno de juego que no había sido capaz de pisar con una mínima regularidad. El preparador perico localizó el único punto débil del Hércules, el trabajo en la marca de Marcos Bravo, y cargó el juego por esa banda.

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El lateral madrileño erró y permitió un centro lateral limpio que cogió desordenada a la zaga blanquiazul. Dacosta, el más incisivo, se coló entre el lateral y el central y remató, casi a placer, delante de Carlos Abad. En otro tiempo, ese empate habría desactivado al público, habría avivado el runrún que generan los «se veía venir» y los «ya te lo dije...». Pero ayer no. Anoche, el estadio tiró de sus futbolistas hacia adelante, les ayudó a creer que tocaba dar un paso más.

Lo dio Alvarito. En realidad dio muchos, los que le llevaron a seguir una acción desde la distancia esperando una fuga, un desliz. Trazó una diagonal perfecta, recogió en el balcón del área y acertó a cambiar de dirección al tiempo que golpeó la pelota. Su tiro cruzado, raso, se fue alejando del portero hasta que, al tocar la red, hizo explotar el Rico Pérez, ávido de noches mágicas y de orgullo de pertenencia. Es pronto para aventurarse, sí, demasiado... pero el disfrute no está reñido con la evidencia de que no todo puede ser sufrir.