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Historias del centenario del Hércules

Del jugador-entrenador al jugador y entrenador que cambió la historia

11 de octubre de 1959. Hércules 5-0 Lorca. Tercera División. COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

El jugador-entrenador es un recurso sorprendente cada vez más inusual en el balompié moderno. De hecho, hoy en día es inexistente en el fútbol profesional español y hasta en el británico, que fue donde surgió y donde siempre ha proliferado, empieza a estar en desuso y claramente en peligro de extinción. La historia nos ha dejado multitud de situaciones en las que un jugador (generalmente veterano y muy respetado por sus compañeros) coge las riendas del vestuario. La mayor parte -y sobre todo las más relevantes- se han dado en Inglaterra: John Benjamin Toshack (Swansea), Kenny Dalglish (Liverpool), Ruud Gullit y Gianluca Vialli (ambos en el Chelsea), Paul Ince (Macclasfield Town) o Ryan Giggs (Manchester United) son solo algunos de los muchos ejemplos que hay.

INGLATERRA

Pero, pese a que Gullit y Vialli ganaron títulos, son especialmente remarcables los casos de Toshack y Dalglish. El primero, tras haber tenido multitud de problemas con las lesiones, recibió en 1977 una curiosa propuesta cuando estaba pensando en la retirada con tan solo 28 años: ser jugador-entrenador del Swansea (Fourth Division). JB, que desde los 18 años tenía el carnet de entrenador y desde siempre un alma aventurera, no lo dudó. Y los aficionados swanseanos lo agradecieron: en apenas cuatro años el Swansea ascendió de la cuarta división a lo que hoy se conoce como la Premier, con lo que se convirtió en el primer club galés que militaba en la máxima categoría del fútbol inglés. Por lo que respecta a Kenny Dalglish, su llegada al banquillo del Liverpool, cuando era la estrella de los Reds, vino propiciada por la retirada del técnico Joe Fagan tras la tragedia de Heysel en 1985. Con el delantero escocés sentando cátedra en el verde y al mismo tiempo con la pizarra, los liverpudlians ganaron tres Ligas y dos Copas inglesas.

ESPAÑA

En España también hemos tenido bastantes jugadores-entrenadores. Entre todos ellos podríamos destacar, entre otros, al internacional Marculeta (Atlético de Madrid, temporada 35/36), a Roque Olsen y Luis Molowny (ambos a finales de los 50), al gallego Fernando Vázquez -jugó y entrenó al Loixo entre 1978 y 1982- y al exdelantero Catanha, que tuvo doble trabajo en el Zenit Torremolinos y en la UD Dos Hermanas, donde llegó incluso a compartir delantera con su hijo Pedro. La historia del Hércules, como es sabido, tampoco se ha “librado” de esta especie de “gato de Schrödinger” futbolístico: además del malogrado Manuel Suárez (años 30), Manolo Maciá -a principios de los cuarenta- y Sergio Rodríguez, del que hablaremos después, estuvieron a la vez en el césped y en el banquillo.

DEL NOTABLE AL MUY DEFICIENTE (1954-1956)

El Hércules, tras no renovar a Amadeo Sánchez -el técnico del ascenso- apostó por un sustituto con mejor pedigrí: Patricio Caicedo. El bilbaíno, todo un doble ganador de la Copa (Espanyol y Sevilla) y de la Liga con el Athletic, estampaba su firma convirtiéndose así en el entrenador de mayor prestigio que había pasado por la banqueta alicantina en sus apenas 34 años de historia. El barco parecía que tenía un buen patrón. Junto a Caicedo llegaron varios refuerzos y algunos de ellos de mucha calidad. Como los exmadridistas Pazos (portero) y Sergio Rodríguez o el semidesconocido centrocampista ofensivo Xirau, que venía con el aval de los 37 goles logrados en los dos años anteriores con Linense y Sant Andreu (San Andrés en aquellos tiempos de Dios, se pueden imaginar porqué). Así mismo, jugadores como los zagueros Santos y Navarro, el centrocampista Ernesto o los delanteros Almagro y Alvarín, todos ellos clave en el año anterior, habían sellado su continuidad. Por contra, las bajas de jugadores como Durán y Marsal (ambos fichados por el Real Madrid), Julio Roth -autor del último gol en Bardín- y el mítico Calsita completaban el puzzle.

Sergio Rodríguez, jugador-entrenador del Hércules durante varias etapas distintas COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

La Liga 1954-1955 dio comienzo y los dos primeros meses fueron durísimos para el recién ascendido Hércules. Un único triunfo -en casa ante el Valladolid- era el triste balance de las primeras ocho jornadas. Y en la novena, con el técnico Caicedo en la cuerda floja, visitaba el remodelado Campo de La Viña nada más y nada menos que el Atlético de Madrid. Pues bien, con todo en contra, el conjunto blanquiazul hizo, hasta ese momento, su mejor partido de la temporada y aplastó a los colchoneros (4-0) con tantos del uruguayo Sergio Rodríguez, Armengol, Almagro y Mekerle. Desde entonces y hasta el final de la Liga se vio a un Hércules que distaba mucho de aquel equipo dubitativo que inició el campeonato. Con el meta Pazos y Santos como cabezas visibles de una defensa férrea que dio muchos puntos, un centro del campo dominante -marcado por la jerarquía de Ernesto- y una delantera muy batalladora, donde Xirau también dejaba su firma goleadora (13 tantos), el Hércules acababa la temporada de forma notable, invicto como local y en el sexto puesto final de la Primera División. En la Copa del Generalísimo, también cuajó una buena actuación, llegando a cuartos de final. Parecía que el futuro se presentaba brillante…

Sin embargo, en la temporada siguiente se hizo exactamente todo lo contrario a lo que se había hecho en la anterior. Se dejaron escapar varias piezas fundamentales, especialmente en la retaguardia, como Pazos (que se marchó al Atlético de Madrid) o Seoane (al Real Madrid); se fichó mucho y mal (de los quince jugadores que llegaron únicamente dos se asentaron como titulares); y tras otro mal comienzo, con una victoria en seis partidos, en esta ocasión no se tuvo paciencia y se optó por cesar a Caicedo. Finalizada la etapa del técnico bilbaíno y tras los dos partidos que el uruguayo Sergio Rodríguez ejerció como jugador-entrenador, llegó al Hércules José Iraragorri. Con el nuevo míster las cosas no mejoraron en absoluto. Más bien todo lo contrario: el conjunto alicantino acabó la Liga en el último puesto con solo 13 puntos en la que, hasta ahora, ha sido la peor actuación de su historia en la máxima categoría. El futuro no fue lo que era...

LA ÚLTIMA BALA DEL COMANDANTE (1956-1958)

La vuelta a Segunda vino con varios regresos importantes. Como el del entrenador Amadeo Sánchez o el del delantero Julio Roth, con quienes los de La Viña buscaban recuperar viejas sensaciones. Del resto de fichajes, muy poco a destacar: pocos y sin apenas protagonismo. Eso sí, el cuadro alicantino conservó el 90% de la plantilla del año anterior, con lo que se situaba en la “pole” de los favoritos a la única plaza que había de ascenso (recordemos que en aquella campaña, había dos grupos de Segunda donde, sin promoción, solo acabaría ascendiendo el líder). La empresa era, como podemos ver, harto complicada. Aún así, el Hércules, tras un inicio titubeante del que consiguió rehacerse, se mantuvo toda la Liga entre los primeros luchando con Betis, Murcia y Granada por el único puesto que llevaba a Primera. Sin embargo, en otra decisión controvertida del presidente Paulino Verdú, Amadeo Sánchez fue cesado en la jornada 26, cuando el Hércules marchaba cuarto, a solo dos puntos del líder. Este extraño movimiento de la directiva trajo de nuevo al conjunto blanquiazul la figura del jugador-entrenador encarnada en Sergio Rodríguez. Con el uruguayo a los mandos, el Hércules se mantuvo en la pomada hasta la penúltima jornada, en la que el Alicante CF se encargó de borrar todas sus esperanzas de ascenso ganándole 1-2 en La Viña.

Para la siguiente campaña, la 57-58, se esperaba que, pese a varias bajas muy importantes, como la del goleador Xirau o la del defensa Santos, el club blanquiazul estuviese muy arriba, luchando por recuperar la categoría perdida. Y es que, aunque era indudable que el equipo había perdido algo de potencial, había confianza en alguno de los nuevos fichajes y sobre todo en que el último intento de Ernesto y su lugarteniente Sergio Rodríguez tuviera premio final. Pero no hubo suerte. En una temporada marcada por la irregularidad y por la inestabilidad en el banquillo (hubo hasta cuatro técnicos, entre ellos de nuevo Rodríguez como jugador-entrenador), el Hércules acabó sexto, sin tener opciones reales de “campeonar” en ningún momento. La última bala del “comandante” Ernesto era de fogueo. Mal presagio para lo que estaba por llegar...

MUERTE Y RESURRECCIÓN (1958-1960)

Sin Ernesto, sin Santos, sin Xirau, sin Pazos, sin Marsal, sin Durán, ni Seoane, ni Roth ni Sergio Rodríguez ni Alvarín… pero con José Juan. Y es que, a pesar de la irrupción meteórica del joven centrocampista canario, el Hércules de la temporada 58-59 solo se parecía al de los 3-4 últimos años en el color de la camiseta. La propia directiva rebajó las expectativas hasta la permanencia sin pasar apuros. Ese era el objetivo. Pues bien, se pasaron todos los apuros del mundo y además se acabó descendiendo a Tercera División precisamente en el año en el que el Elche ascendía por primera vez a la máxima categoría de nuestro fútbol. Peor, imposible.

13 de febrero de 1955. Hércules 2-0 Celta. Primera División COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Cantaba Carlos Gardel en Volver que “veinte años no es nada”. Pues aquí eran veintiséis. Veintiséis largos años sin disputar la categoría de bronce, sin tener que bailar -entiéndase el sentido de mis palabras- con las más feas... Después de pasar un cuarto de siglo enfrentándose (e incluso venciendo) a clubes como Real Madrid, Barcelona, Athletic de Bilbao o Atlético de Madrid, ahora tocaba bajar al barro. Tocaba tango con el Almoradí, el Rayo Ibense, el Crevillente, el Callosa o el Cieza, entre otros. Tocaba arremangarse y saberse mover muy alejados de las luces y los taquígrafos. Había que reinventarse y se hizo: llegó Álvaro Pérez, exjugador herculano, como nuevo técnico y se produjo una renovación casi absoluta de la plantilla. Del equipo-tipo de la temporada anterior solo continuaban el portero Ramírez, los zagueros Doro y Navarro, el punta Martín y el interior José Juan, quien, pese a su juventud, ya se había convertido en la bandera del nuevo Hércules. El canario era un futbolista muy creativo, de buen regate y mejor llegada que encontró en otro casi novato a su mejor socio: Luis Aragonés. Cedido por el Madrid (sí, han leído bien) y con apenas 21 añitos llegó el Sabio a Alicante para hacer su “educación primaria”. Y, pese a un comienzo vacilante, en el que Álvaro Pérez no acabó de confiar en él, finalmente aprobó con nota. Como todo el Hércules, que cuajó una temporada 59-60 casi perfecta. Solo una derrota (en Albacete), 84 goles a favor -solo 20 en contra- y campeones de la Liga regular. Pero aún había que jugar un playoff (aquella temporada no había plaza directa de ascenso). En la primera eliminatoria, el rival fue el Manacor, al que eliminó por un global de 2-0. Ya en la final, el Hércules demostró su superioridad y se impuso en los dos partidos al Hospitalet (1-3 y 3-1), consiguiendo a la primera el ansiado ascenso a Segunda.

Los más destacados de aquella campaña triunfal fueron el central Navarro, José Juan y el centrocampista Quetu (jugador que aportaba equilibrio y que, como “La Guagua”, acabó echando raíces en la Terreta). También rindió a gran nivel, como no podía ser de otra manera, Luis Aragonés. El madrileño, en los albores de la que ya se presagiaba una importante carrera, apuntó en Alicante mucho de lo que le distinguió siempre como futbolista: calidad técnica, liderazgo y capacidad goleadora (en su única temporada de blanquiazul logró dieciocho dianas). No era difícil ver que tenía madera. Cualquiera con cierto ojo clínico podía intuirlo. Pero muy pocos (seguramente nadie) podían imaginar que, muchas décadas después, aquel chaval seriote y fornido que vivió parte de su formación en el Hércules cambiaría el fútbol español para siempre. Y ya saben cómo...

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