HISTORIAS DEL CENTENARIO DEL HÉRCULES

La madriguera de acero

Pese a las ofertas de varios clubs económicamente mucho más poderosos, no se produjo ninguna baja entre los hombres clave de Arsenio

1 de febrero de 1976, Hércules 1-2 Real Madrid José Antonio, Saccardi, Rivera, Deusto, Quique, Giuliano - Juanito, Baena, Barrios, Juan Carlos y Carcelén.

1 de febrero de 1976, Hércules 1-2 Real Madrid José Antonio, Saccardi, Rivera, Deusto, Quique, Giuliano - Juanito, Baena, Barrios, Juan Carlos y Carcelén. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Enrique Moscat

Enrique Moscat

Oviedo, 7 de junio de 1964. Había lleno total en el Carlos Tartiere para asistir al partido de ida de la Promoción. El equipo local, después de un mal año en Primera, se jugaba en una eliminatoria con el Hércules de Alicante un puesto en la máxima categoría. Los alicantinos, comandados por Ramón y José Juan, venían de realizar una muy buena campaña (subcampeones de Segunda División y cuartofinalistas en Copa) y partían ligeramente como favoritos ante los carbayones.

Sin embargo, los locales, espoleados por un público entregado, superaban con holgura (4-1) a los blanquiazules y se aseguraban su plaza en Primera gracias, en buena medida, a la soberbia actuación -con doblete incluido- de su ya veterano delantero Arsenio Iglesias (34 años).

Ironías del destino, justo una década después, el mismo Arsenio, ya desde el banquillo y sin marcar un solo gol, iba a devolver al Hércules mucho más de lo que le arrebató aquel lejano junio del 64...

HUMBERTO II, REY DE NAVARRA (73/74)

El Tubular Bells de Mike Oldfield se había consolidado como un superventas; Augusto Pinochet había perpetrado, hacía poco más de un mes, el Golpe de Estado en Chile; y desde hacía escasos días Egipto y Siria libraban la Guerra del Yom Kipur contra Israel. Era octubre de 1973 y el arranque de Arsenio Iglesias como nuevo entrenador del Hércules Club de Fútbol, no había sido, ni mucho menos, todo lo bueno que se esperaba (2 victorias y 4 derrotas). Tanto era así que, en los mentideros del club, se mascaba la posibilidad de que el proyecto del técnico de Arteixo empezara a tambalearse caso de no ganar en la séptima jornada al Club Esportiu Sabadell. Pero el Hércules, como ese gato de las (al menos) cien vidas que es, consiguió rehacerse, ganando no solo al Sabadell (2-0) sino que, además, encadenó dos espectaculares rachas durante la temporada. Gracias a la primera de ellas, después de mantenerse doce partidos sin perder, dejaba la parte baja y se situaba en los lugares nobles de la clasificación. Con la segunda se colocaba en disposición de luchar por el ascenso tras sufrir únicamente tres derrotas en las últimas diecisiete jornadas.

Pero aún quedaba una última parada para certificar el ascenso a Primera División: El Sadar. El Hércules había llegado a la jornada 38 con 47 puntos en lucha con Salamanca (48) y Cádiz (46) por lograr uno de los dos puestos de ascenso que estaban en disputa. A los herculanos, que tenían el golaveraje particular favorable con ambos equipos, les bastaba con un empate ante Osasuna. Además, se daba la circunstancia de que los navarros ya estaban descendidos, con lo que se esperaba que los blanquiazules consiguiesen ese punto y sellaran la vuelta, ocho años después, a Primera División. Arsenio Iglesias puso en liza un equipo formado por Humberto, José Antonio, Rivera, Andreu, Pachón, Eladio, Varela, Betzuen, Baena, Antal Nagy y el peruano Aicart. Desde el comienzo del partido se pudo ver cuánto le iba a cada uno en el envite. El Hércules tenía muy claro que la mejor forma de asegurar el empate era ser valiente, hacerse dueño de la pelota y salir a ganar. Y gracias a su incesante dominio llegó muy pronto el primer gol, obra de Andreu, que cabeceó espléndidamente al saque de una falta lateral. Apenas se habían jugado quince minutos y los alicantinos ya ganaban 0-1. Tras este gol inaugural, el equipo local, que solo se jugaba su honor, sacó a relucir su orgullo, pasó a dominar y puso cerco a la portería de Humberto, contando con algunas ocasiones que el paraguayo y sus zagueros desbarataron con acierto.

Osasuna apretaba pero los de Arsenio, fieles a lo que habían sido durante toda la temporada, se mostraban como un equipo bien cohesionado y muy ordenado que esperaba tener su oportunidad para sentenciar en algún contragolpe. Y la tuvo… y la aprovechó: con Osasuna completamente volcado sobre el área herculana, le llegó un balón franco a Aicart y el delantero, de un disparo seco y colocado, batía a Vicuña para poner el 0-2 en el marcador y la alegría en todos los corazones blanquiazules. El gol del peruano dejaba en anécdota el postrero tanto del navarro Larrauri y, con los tres pitidos finales del árbitro, la fiesta herculana invadió el terreno de juego. El Hércules de Alicante había vuelto a Primera, lo había hecho en el mismo escenario de su último ascenso -en aquel caso a Segunda- y, para completar el círculo, el gran Humberto -promesa mediante- volvía a salir de El Sadar de rodillas, dejando para la posteridad una de las postales más bellas de la historia del Hércules.

EL MEJOR HÉRCULES DE TODOS LOS TIEMPOS (74/75)

La vuelta del Hércules a la élite llegaba con un pan bajo el brazo. El 3 de agosto de 1974 estrenaba el nuevo estadio José Rico Pérez, un imponente recinto que contaba con una capacidad de alrededor de 25 mil espectadores (recordemos que solo había butacas en una de las gradas y que no existía la comúnmente hoy denominada Tejero). El rival en la inauguración fue el Barcelona de Asensi, Neeskens y Cruyff. El primer paso para construir un gran Hércules en Primera ya estaba dado: tener un gran estadio. Ahora faltaba el segundo, reforzar el equipo y hacerlo competitivo también en la máxima categoría. Para ello, llegaron jugadores como Quique (lateral izquierdo subcampeón de Europa, procedente del Atlético de Madrid), los exblaugranas Tigre Barrios y Carreño (autor del primer gol de la historia en el Rico Pérez), Arieta (Athletic de Bilbao), el joven centrocampista Juan Carlos y los argentinos Santoro (mundialista en Alemania 74) y Carmelo Giuliano (para muchos, de largo, el mejor central de la historia del Hércules). A estos hombres había que sumar los Rivera, José Antonio, Baena y compañía que continuaban del año anterior.

Ya teníamos un escenario de altura y los mimbres para construir un gran cesto. Solo faltaba que el libreto de estilo del Zorro de Arteixo funcionase también en Primera. Y vaya si lo hizo: pese a otro comienzo titubeante (sin victorias en las primeras cinco jornadas) y una irregular primera vuelta, el equipo cogió aire en un partido clave ante el Elche. La victoria en Altabix (0-1, gol de Barrios) supuso el punto de inflexión. El Hércules de Arsenio, además de ser un equipo rocoso y bien organizado, había demostrado ante el eterno rival que no se arrugaba ante nadie. Las siguientes jornadas confirmaron la pasta de la que estaba hecho este Hércules de Alicante. Ni el Real Madrid de Breitner y Santillana, ni el FC Barcelona, ni el Valencia de Claramunt, ni el Atlético de Madrid del Ratón Ayala o el Athletic de Iríbar… ninguno de ellos fueron capaces de vencer a los chicos de Arsenio en una segunda vuelta formidable, donde solo se cosecharon dos derrotas y se consolidó un once que cualquier herculano recitaba de memoria: Santoro, José Antonio, Rivera, Giuliano, Quique; Betzuen, Baena, Juan Carlos; Carcelén, Barrios y Arieta.

Habían tenido que pasar casi cuarenta años para que volviera a tener sentido la célebre frase de El Chepa de “le llamaremos Hércules para infundir respeto”. Y es que aquel equipo imponía. Y lo hacía con una receta tan sencilla sobre el papel como difícil de plasmar en el césped: solidez defensiva a prueba de bombas, orden en el centro del campo y determinación y viveza arriba.

Al finalizar la temporada, el cuadro blanquiazul acababa quinto, empatado en el cuarto puesto de la clasificación con la Real Sociedad. Solo el golaveraje situó a los txuri-urdin por encima y privó a los herculanos de la disputa de la Copa de la UEFA. Jamás Alicante había estado tan orgullosa de su equipo...

5 de junio de 1977, Hércules 2-1 Betis. Último partido de Arsenio Iglesias. Humberto, Arsenio, José Antonio, Rivera, Betzuen, Quique, Giuliano - P. González, San Cayetano, Baena, Barrios, Aracil y Pepín.

5 de junio de 1977, Hércules 2-1 Betis. Último partido de Arsenio Iglesias. Humberto, Arsenio, José Antonio, Rivera, Betzuen, Quique, Giuliano - P. González, San Cayetano, Baena, Barrios, Aracil y Pepín. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

GRANDE ENTRE LOS GRANDES (75/76)

Después de la soberbia campaña anterior, donde se había tocado el cielo con las manos, ahora tocaba lo más difícil: consolidarse como un legítimo buen equipo de Primera. Para lograrlo los dos primeros pasos eran asegurarse la continuidad de la inmensa mayoría del equipo tipo que había asombrado a todo el país y, como lo que funciona no hay que tocarlo mucho, reforzarse muy poco pero muy bien. Y se consiguieron ambas cosas: llegaron Deusto (Málaga), el polivalente Commisso (Independiente) y el poderoso centrocampista internacional argentino Saccardi. Asimismo, pese a las ofertas de varios clubs económicamente mucho más poderosos, no se produjo ninguna baja entre los hombres clave de Arsenio. Su madriguera de acero permanecía intacta. El comienzo de la Liga fue, a diferencia de los dos años anteriores, muy bueno. Quizás demasiado. Después de diez jornadas el Hércules era el segundo mejor equipo de España tras el Real Madrid. Desde entonces y hasta el final del campeonato, los herculanos, se mantuvieron en los puestos de honor de la clasificación para acabar en una soberbia sexta posición. Objetivo cumplido. Aquel conjunto sobrio, pétreo y duro de roer había roto todos los registros del equipo maravilla de la segunda mitad de los años 30 y, tras poner de nuevo el fútbol español patas arriba, confirmaba que el conjunto alicantino era un pez gordo en Primera, un grande entre los grandes.

Tras ascender de nuevo en El Sadar, Humberto volvió a salir de rodillas. Junto a él, Rivera y Varela,

Tras ascender de nuevo en El Sadar, Humberto volvió a salir de rodillas. Junto a él, Rivera y Varela, / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

EL ADIÓS FUE UN PARA SIEMPRE (76/77)

El inicio de la pretemporada de 1976 trajo un episodio poco convencional pero que hablaba bien a las claras de la astucia de aquella dirección deportiva. El Hércules iba a jugar un amistoso ante el Liverpool donde tenía la intención de probar a dos jugadores. No trascendió el nombre de ninguno de ellos hasta que se jugó el partido: uno era el alemán Lübeke y el otro un tal Charles. El cuadro alicantino venció a los Reds por 3-1 (doblete incluido del teutón) y Charles fue uno de los más destacados. Ambos superaron con creces la prueba y acabaron incorporándose a la plantilla, pero la grada del Rico Pérez se preguntaba cómo podía haber un argentino que se llamara Charles… Adolfo José Troisi Couto, entonces jugador del Montpellier Hérault, quería venir a jugar a España y, por mediación de su representante, se puso en contacto con Manolo Calvo (directivo del Hércules de la época). Calvo, habida cuenta de que Troisi todavía tenía contrato en vigor con el Montpellier, le indicó que si quería probar con el Hércules tenía que “cambiarse” el nombre para evitar que su club francés se enterase. El colorao aceptó y, quizás porque le trajo suerte aquel día ante el Liverpool, pasó a ser futbolísticamente para siempre Charles. Curiosa historia que, hoy en día, con internet y en un mundo globalizado como este, sería imposible repetir. Además de Lübeke y Charles llegó, procedente del Valencia, el atacante San Cayetano y solo hubo una baja sensible, la de Juan Carlos, que fue traspasado al club ché precisamente. Como era habitual en la época dorada, muy pocos cambios en la plantilla de un año a otro. Y es que la base estaba hecha. La columna vertebral formada por Giuliano, el capitán Baena, Cacho Saccardi y el Tigre Barrios personificaba a la perfección las virtudes que buscaba Arsenio Iglesias en sus hombres: compromiso, solidez y calidad. Jugadores que nunca rehuían el choque pero que eran capaces de tirar un caño o de meter un pase filtrado entre una nube de jugadores rivales.

La temporada 76/77 se caracterizó por la irregularidad en Liga (acabó decimotercero) y la soberbia actuación en la Copa del Rey. En la primera eliminatoria de la competición del K.O. el rival de los del Rico Pérez fue el modesto Constancia, un rival muy asequible pero que dio muchos más problemas de los esperados. En la ida, disputada en Inca, empate a cero; en la vuelta, victoria pírrica de los alicantinos por 1-0 (gol de Barrios). El Hércules pasaba pero dejando muchas dudas. En segunda ronda tocó en suerte otro club humilde -el Talavera- pero aquí los blanquiazules sí impusieron su pedigrí, sobre todo en el partido de casa, donde superaron con solvencia a los manchegos por cuatro goles a uno (tantos de San Cayetano, Barrios y doblete de Giuliano). El equipo ya estaba en dieciseisavos de final, donde esperaba el Real Madrid de Miguel Ángel, Camacho, Pirri o Velázquez, ni más ni menos. Pero aquel Hércules sí hacía honor a su nombre y en el duelo ante el gigante blanco alumbró uno de los mejores encuentros de su historia al ganar 3-0 con Charles -que anotó dos goles- como gran estrella. Con este resultado y un global de 3-2 en la eliminatoria, los merengues habían mordido el polvo. Y que pasara el siguiente. Un siguiente que no era otro que el Valencia. Teníamos derbi de alto voltaje en octavos de final. En el primer partido, victoria mínima valencianista en Mestalla (1-0). En la vuelta, disputada en un Rico Pérez convertido en una olla a presión, los herculanos remontaban en otra noche épica y dejaban fuera a los valencianos al vencer 2-0 con goles de Baena y Barrios. El Hércules seguía su idilio con la Copa pero aún quedaban dos obstáculos hasta la final. El primero de ellos, el Betis de Cardeñosa…

Alicante, 5 de junio de 1977. Quedaban poco más de cinco minutos para el inicio del partido. Los jugadores de ambos equipos, mudos, casi ni se miraban. En sus cabezas todavía resonaban los ecos del disputadísimo encuentro de ida donde el Betis había ganado por dos goles a uno al Hércules. El túnel de vestuarios del estadio José Rico Pérez era una amalgama de tensión, temores y esperanzas. Un campo minado de ansiedad en el que ambos técnicos trataban de proyectar seguridad y serenidad a sus hombres. Tanto Arsenio Iglesias como Rafa Iriondo sabían que el camino a la victoria solo podía partir de la confianza en las propias posibilidades. Sin ella, daba igual lo bueno o malo que fueras…

Por fin se hizo la hora y el público que abarrotaba el coliseo blanquiazul vibró al ver cómo saltaban los veintidós protagonistas al terreno de juego. La tarde era muy cálida y la expectación máxima. Humberto, José Antonio, Pepe Rivera, Carmelo Giuliano, Quique, Juan Baena, Betzuen, Miguel Aracil, Pepín, San Cayetano y Tigre Barrios eran los once elegidos por Arsenio para remontar ese gol de desventaja y dejar fuera de las semifinales de la Copa del Rey al Real Betis.

Tras el pertinente saludo de los capitanes -Baena por los locales y Cobo por los visitantes- y el lanzamiento de la moneda al aire, el silbato de Forés Bachero decretaba el inicio del choque. Rugía como nunca el Rico Pérez. Los primeros compases del encuentro daban pistas de lo que nos íbamos a encontrar: minutos de tanteo, de respeto al rival, en espera de que alguno de los dos se atreviese más de la cuenta y saltara la chispa que lo dinamitase todo. Y hubo que esperar treinta y cinco minutos para que saltase. El 0-1 de Anzarda disparó todas las alarmas. Este gol significaba un mazazo para el Hércules, que ahora necesitaba, como mínimo, dos tantos para equilibrar la balanza e ir a la prórroga. Pero los minutos restantes hasta al descanso, lejos de dejar indicios de posible remontada, mostraban a un Betis sobrio y que sabía a qué jugaba y a un conjunto local falto de ideas y sobrado de nervios. Hasta el punto de que parecía estar más cerca el 0-2 que el 1-1.

22 de mayo de 1977, Hércules 1-1 Elche. En el banquillo blanquiazul: Deusto, Pepín, Aracil. Arsenio, V. Compañ y José Antonio.

22 de mayo de 1977, Hércules 1-1 Elche. En el banquillo blanquiazul: Deusto, Pepín, Aracil. Arsenio, V. Compañ y José Antonio. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

¿Qué les diría Arsenio a sus jugadores en el vestuario? Aparte de ellos nadie lo sabe pero lo cierto es que, desde el inicio de la segunda mitad, el Hércules era otro equipo: intenso, duro al contacto, con carácter… En definitiva, había recuperado las señas de identidad que le habían caracterizado en los últimos años. Fruto de ello, llegó el gol del empate, anotado por Barrios en un certero cabezazo. Era el minuto 55 y el 1-1 lo cambiaba todo. Los siguientes minutos, como se pueden imaginar, fueron de asedio total a la meta de un Esnaola que resolvía como podía -casi siempre con acierto- cada ataque de los blanquiazules. Hasta que llegó el minuto 71, en el que, tras otra transición rápida por banda de los locales, Barrios se adelantaba de nuevo a su marcador (Biosca) y hacía el segundo gol del Hércules. Dos a uno y la grada enfervorizada. Había partido.

Sin embargo y a pesar del acoso y derribo al que fue sometido el Betis, el marcador ya no se movería en el tiempo restante. Ni siquiera en la prórroga, donde el Hércules estrelló, por medio de San Cayetano, un balón en la madera. La eliminatoria se iba a definir en los penaltis, donde se haría aún más grande la figura de Esnaola, el auténtico héroe verdiblanco de aquella tarde. El Betis acertó en sus cuatro lanzamientos desde el punto fatídico mientras que por parte del Hércules marcaron el argentino Commisso -que había sustituido al lesionado Rivera- y Betzuen pero fallaron el especialista Carmelo Giuliano y San Cayetano (en ambos casos detenidos por Esnaola). Después, se lo pueden imaginar: alegría y celebración entre los béticos y dolor, desconsuelo y lágrimas por parte herculana. Eso sí, la desolación por la inmerecida derrota no empañaba la comunión equipo-afición y la grada despidió con un largo aplauso a sus hombres.

Aquella temporada el Betis acabó ganando la Copa del Rey pero, como dijo José Ingenieros, “los únicos bienes intangibles son los que acumulamos en el cerebro y en el corazón; cuando estos faltan ningún tesoro los sustituye”. Y en eso, en ganarse un lugar preferente en la memoria de los alicantinos para siempre, aquel Hércules sí fue campeón... Qué duda cabe, como diría el propio Arsenio.