HISTORIAS DEL CENTENARIO DEL HÉRCULES

El gol de los cien años

31/03/85, Hércules 2-1 Valladolid. De pie y de izda. a dcha., Espinosa, Bakero, Fabregat, Cartagena, Reces y Kempes; Agachados, en el mismo orden: Sanabria, Abel, Parra, Rastrojo y Latorre.

31/03/85, Hércules 2-1 Valladolid. De pie y de izda. a dcha., Espinosa, Bakero, Fabregat, Cartagena, Reces y Kempes; Agachados, en el mismo orden: Sanabria, Abel, Parra, Rastrojo y Latorre. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Enrique Moscat

Enrique Moscat

Las botas que calzan todos sus sueños están cuarteadas y muy desgastadas. Casi rotas después de miles de gambetas y cientos de partidos en el potrero que está a dos cuadras de su casa. La vieja camiseta amarillenta que lleva, otrora de un blanco impoluto, viste cada una de las gotas de sudor que derramó persiguiendo cualquier cosa que tuviera forma esférica. Sus shorts y sus medias cubren lo justo de unas piernas que le sacarán de pobre. Es un domingo cualquiera en la Argentina de Perón, una tarde de esas en las que, jugando al fútbol con sus amigos, cabe su vida entera. Dante Sanabria es solo un adolescente que aún no sabe que, en menos de dos años, estará jugando en Huracán con Houseman y Ardiles y que, poco más de una década después y a diez mil kilómetros de distancia, marcará el gol que le hará inmortal en uno de los templos del fútbol mundial…

LA SEGUNDA YA NO ES LO QUE ERA (82/83)

Tras ocho años entre los grandes, al Hércules le tocaba rehacerse en su vuelta a la Segunda División. Pero no demasiado. Pues continuaban muchos jugadores del año anterior en Primera. Como los alicantinos Parra, Cartagena, Ernesto, Mañuz y Quique Sala, el catalán Serrat, Sandor Müller, el paraguayo Cabral, Segundo, Herbera, Santi, Reces, Adorno, Abad o el inefable Megido. Mención aparte merecen los dos únicos miembros del mítico Hércules de mitad de los setenta que aún quedaban en el club: Miguel Aracil y el histórico Giuliano, que cumplían su octava y novena campaña en el Hércules, respectivamente. Como se puede ver, el presidente José Rico Pérez apostaba por la continuidad -y se creía que con buen tino- como el camino más corto para volver cuanto antes a Primera. Además se daba la circunstancia de que la elección de Paquito como nuevo entrenador, que venía de hacer una excelente campaña en el Valladolid, se consideraba un acierto seguro. Junto al asturiano llegaron César (procedente del Almería), el centrocampista Luis Paños (padre de Sandra, la que hoy en día es considerada la mejor portera del mundo) y los defensas Rocamora (Rayo) y Jordi Fabregat (Terrassa). Por contra, ya no iban a vestir la blanquiazul aquel año futbolistas como Albaladejo (que había vuelto a la disciplina del FC Barcelona), Churruca y Vidal (ambos al Lorca), el polaco Jan Tomaszewski (LKS Lodz) ni los legendarios José Antonio y Baena, que habían colgado las botas sin el broche de oro que hubieran merecido por su trayectoria.

Entrada del partido del Real Madrid 0-1 Hércules disputado el 21 de abril de 1985.

Entrada del partido del Real Madrid 0-1 Hércules disputado el 21 de abril de 1985. / Luis Javier Hernández

Como no podía ser de otro modo, el Hércules partía, junto al Murcia y al Deportivo, entre los favoritos al ascenso. Pero todo salió del revés. Contrariamente a lo que se podía pensar, los alicantinos, que arrastraban desde el principio la mala dinámica de la temporada anterior, acusaron el mal momento de sus dos estrellas, el húngaro Müller y Alfredo Megido. El primero, todo un portento técnico, por la falta de adaptación a una Segunda División en la que primaba lo físico; y el segundo porque, directamente, había pasado de ser ese verso libre que siempre fue a vivir en una realidad paralela a la de este Hércules. Por si esto fuera poco, los blanquiazules se enfrentaban

-partido sí, partido también- a rivales hipermotivados “gracias” al pedigrí que se habían ganado en la época dorada y que les situaba claramente como el rival a batir. Todo esto se tradujo en un inicio catastrófico que se llevó por delante a Paquito y dejó al Hércules como último clasificado tras la décima jornada, sin victorias y con solo 4 puntos.

Sin embargo, con la llegada de Pachín como nuevo técnico, el cuadro alicantino le fue cogiendo el pulso a la nueva (vieja) categoría, mejorando y escalando, poco a poco, posiciones en la tabla. Una buena racha de ocho partidos invicto, que coronó con la victoria ante el Elche en el Rico Pérez, permitió a los herculanos salir de los puestos de descenso. En dicho partido, disputado el 6 de enero de 1983, debutó -y marcó- el delantero Dante Sanabria para los locales. Buen autorregalo de Reyes.

Gracias a los 14 goles anotados entre el argentino y Reces y al buen hacer de la tripleta de centrocampistas Cabral-Aracil-Müller, el Hércules acabó el curso 82-83 sin sobresaltos, en una cómoda pero muy discreta octava posición y con la sensación de que, de no haber mediado un pésimo comienzo, el equipo alicantino habría peleado por el ascenso. Fue un final agridulce pero con un regusto de esperanza de cara a la campaña siguiente.

EL HÉRCULES VUELVE A SER DE PRIMERA (83/84)

Pese a la floja temporada anterior apenas se produjeron cambios en la plantilla, continuando el técnico Pachín y la inmensa mayoría de sus hombres. Apenas hubo seis fichajes y se produjeron otras tantas bajas. El portero Espinosa (Castellón), el lateral Rastrojo (Bilbao Ath.), Ricardo Álvarez (Racing), el delantero paraguayo Torres (Nacional) y los “palentinos” Santi Bakero y Javi Fernández llegaron para compensar las ausencias de Turco Abad y Adorno (ambos rumbo a Cartagena), Sala y Aracil (Valladolid), Müller (Vasas) y los retirados Megido y Carmelo Giuliano. Especialmente doloroso fue el adiós del mítico líbero, que nunca pudo superar la lesión de rodilla producida por una entrada salvaje del jugador del Cartagena Arango en diciembre de 1980.

Los primeros partidos volvieron a mostrar a un Hércules dubitativo y sin la determinación que requiere cualquier equipo ganador. Las consecuencias de esto no se hicieron esperar: Pachín era cesado con solo seis jornadas disputadas y un balance de dos victorias, un empate y tres derrotas.

Ya sin el técnico cántabro pero con Humberto primero -como entrenador interino- y después ya con Carlos Jurado a los mandos, el Hércules mejoró de forma ostensible sus números. Tanto que, cuatro meses y dieciséis partidos de Liga después, el conjunto alicantino ya estaba situado en puestos de ascenso. Además, a su gran mejoría en el campeonato de la regularidad, los hombres liderados por Jurado en el banquillo y por Parra, Sanabria y Reces en el verde, añadieron una gran actuación en la Copa. En el torneo del K.O., los blanquiazules superaron a Almansa, Elche, Olot y Málaga antes de perder en octavos ante un Barcelona al que puso contra las cuerdas. Tras la victoria en la ida (2-1 con doblete de Sanabria), el Hércules plantó cara y resistió con empate a cero en el Camp Nou hasta el minuto 70, para caer ya en la recta final con goles de Schuster, Maradona y Quini. Casi nada.

Finalizada la participación copera con notable alto y con el equipo situado en la zona alta de la tabla, ahora tocaba centrarse en la Liga, con el ascenso como único objetivo de los de Jurado. Restaban 16 finales y, con el transcurso de los partidos, las expectativas pasaron de ser buenas a excelentes porque el Hércules, tras sumar casi el 70% de los puntos en disputa, llegó a la jornada 36 -con solo 3 por jugar- precisando de solo un punto para certificar su vuelta a la élite. Es decir, los alicantinos tenían 3 match balls para volver a la máxima categoría. Y aunque el primero de ellos se esfumó ante el Celta en Balaídos, pocos dudaban de este Hércules. La siguiente ocasión para sumar el punto que faltaba para volver a Luceros tenía nombre y apellidos: Club Deportivo Castellón.

20 de mayo de 1984. El estadio José Rico Pérez era una caldera. Alicante tenía a las treinta mil almas que abarrotaban las gradas del coliseo blanquiazul y a toda la ciudad volcadas con su equipo. Ya en los prolegómenos del encuentro el ambiente era más festivo que tenso, pues al Hércules le podía valer incluso la derrota ante los castellonenses (siempre que no sumara el Celta en Vallecas).

Sin embargo, Jurado no quería confianzas y alineó su once de gala. Espinosa bajo los palos; Fabregat, Mañuz, Cartagena y Teo Rastrojo en defensa; Parra, Ricardo Álvarez y Santi Bakero en la medular; y arriba Dante Sanabria, Herbera y Reces. Estos eran los once hombres que el destino había elegido para que devolvieran al Hércules al sitio entre los grandes que nunca debió perder. Y no iban a desaprovechar la oportunidad. Algo que ya se hizo patente desde los primeros minutos, en los que el conjunto blanquiazul cercó al Castellón en las inmediaciones de su área y, fruto de este dominio, llegó su primer gol, anotado por Santi Bakero al cuarto de hora. Traspasado el ecuador de la segunda parte, el centrocampista Ricardo Álvarez ponía el definitivo 2-0 provocando el delirio en la grada. El Hércules de Alicante era de nuevo equipo de Primera.

MARIO, QUÉ BUENO QUE VINISTE (84/85)

València, noviembre de 1985. Mario acaba de terminar su partido de fútbol sala con el Autocares Luz en la Fonteta. Su vida ahora es tranquila. Preocupaciones, las justas. El fragor de la alta competición, el éxito del Mundial de Argentina 78 o los fracasos del de Alemania 74 o España 82 ya forman parte del archivo de su memoria. Pero Kempes hoy tiene más prisa de la habitual. Tiene una curiosa cita en una cafetería cercana a su domicilio y no quiere llegar tarde.

-Hola, soy Carlos Jurado, el entrenador del Hércules, y quiero que juegues con nosotros.

Así, directo y conciso, se mostró el técnico uruguayo. La respuesta de Kempes, del mismo calibre:

-De acuerdo, pero solo le pido una condición… Llevo cuatro meses sin tocar un balón de fútbol y necesito una semana para ponerme en forma.

Obviamente, Carlos Jurado accedió a la petición del argentino y, de esta forma tan peculiar, Mario Alberto Kempes se convertía en nuevo jugador del Hércules. Su llegada a Alicante supuso, de forma directa, dos cosas: la primera, generar un clima de máxima expectación (no en vano, uno de los mejores jugadores de la historia iba a llevar la camiseta blanquiazul). La segunda, el obligado adiós del internacional peruano José Manuel Velásquez por superar el cupo de extranjeros. Y es que, en aquellos años, solo se permitían dos foráneos por club y el Hércules C.F. ya tenía a Sanabria, con lo que la continuidad del Patrón Velásquez era inviable.

Kempes en un Barcelona-Hércules.

Kempes en un Barcelona-Hércules. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Kempes debutó en la jornada 18, en un Hércules-Zaragoza que acabó con el empate a cero inicial. El argentino dejó algunos destellos de su enorme calidad pero también muestras de que su estado de forma no era el idóneo. Los siguientes partidos -Elche, Espanyol, Osasuna, Real Sociedad, Betis y Atlético de Madrid- se llevaron por delante a Jurado (cesado tras el 2-0 en el Martínez Valero), vieron sentarse en el banquillo a Humberto -temporalmente- y, de manera definitiva, a Toni Torres y pusieron de manifiesto la paulatina mejoría física de Kempes que, sin embargo, aún no se traducía en resultados.

Hasta que llegó la jornada 25 y el partido de La Condomina. Allí, el Hércules hizo un encuentro muy serio y asestó un duro golpe a uno de sus rivales por eludir el descenso al ganarle 0-2. Tras la victoria ante el Murcia, los blanquiazules tenían una nueva reválida, esta vez en casa, en el derbi ante el Valencia. Y la superaron con nota, al ganar 2-0 en un gran partido de Reces, Sanabria y Kempes. Este último demostró ante su exequipo que ya estaba en forma y que había readaptado su fútbol, pasando de ser el delantero rápido, potente y goleador que asombró al mundo con la selección argentina a ser el mediapunta organizador que daba el último pase. Don Alfredo Di Stéfano dijo que “ningún jugador es mejor que todos juntos”. Es cierto, está muy bien tener un jugador que destaque individualmente sobremanera, pero siempre ha sido mucho mejor tener un jugador que haga mejores a los otros diez. Y para aquel Hércules, sin duda, ese jugador era el Matador Kempes…

Las dos victorias consecutivas ante murcianos y valencianos y el posterior empate en Málaga (1-1) situaron a los alicantinos a solo un punto de la permanencia con todavía 7 partidos por disputar. La clave para lograrla era consolidar un once que el aficionado blanquiazul se supiera de memoria y hacer del Rico Pérez un fortín. Dicho y hecho. Torres ideó un 4-3-1-2 (que circunstancialmente podía convertirse en un 4-3-3) al que dio forma con Espinosa; Jordi Fabregat, Cartagena, Mañuz y Rastrojo; Parra, Latorre, Santi Bakero; Kempes; Sanabria y Reces. Con este once base, sucumbieron, uno tras otro, Barcelona, Valladolid y Racing en Foguerer Romeu Zarandieta.

De este modo se llegó a la última jornada de Liga con Murcia y Elche ya descendidos y con Hércules CF (28 puntos), CD Málaga (28), Valladolid (28) y Betis (29) “jugándose a las sillas” quién de los cuatro no podría sentarse cuando parase la música.

Los que mejor lo tenían eran el Málaga y el Betis, que se enfrentaban en La Rosaleda y a ambos les valía el empate para salvarse, pero los locales, además, necesitaban que no ganasen Valladolid -que jugaba en el Sánchez Pizjuán ante el Sevilla- o Hércules, que lo hacía en el Santiago Bernabéu. Ante este panorama, no había pruebas pero tampoco dudas del biscotto que se iba a producir entre andaluces. Toni Torres y sus chicos lo sabían: nadie les iba a echar un cable el domingo. Solo les quedaba ganar al Real Madrid a domicilio como única opción para evitar el descenso.

Madrid, 21 de abril de 1985. Apenas se dieron cita 35 mil espectadores -con cierta presencia alicantina- en las gradas del Bernabéu. La afición blanca estaba de uñas después de la pésima temporada de los suyos (quintos en Liga) y eso se reflejaba en el ambiente. Pocos y mal avenidos con su equipo. Ya con la salida a calentar de los madridistas empezaron los silbidos. El ambiente

era tan tenso que, en ese río revuelto, el Hércules empezó a pensar que podía pescar…

Alegría de Sanabria tras marcar el gol en el Bernabéu.

Alegría de Sanabria tras marcar el gol en el Bernabéu. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Los primeros minutos retrataron lo que iba a ser todo el partido: los locales, nerviosos, queriendo pero sin poder; los visitantes, defensa a ultranza y contraataque, óleo sobre lienzo. Con estos ingredientes y sin apenas oportunidades se llegó al final de la primera parte con empate a cero. Como era previsible, en los otros dos campos en los que “jugaba” el Hércules, los resultados eran contrarios a los intereses blanquiazules (el Valladolid ganaba sin problemas al Sevilla y, vaya sorpresa, Málaga y Betis empataban). Por tanto, como era de esperar, había que ganar pero -he aquí la novedad- ya se creía que se podía conseguir. A medida que pasaban los minutos y el fútbol del Real Madrid se ahogaba en sus propios nervios iba creciendo poco a poco el Hércules. Con el partido muy abierto y tras un intercambio de ocasiones, llegaba el minuto 72, en el que el herculano Ramos, tras aprovecharse de un mal pase, robó un balón y se internó hacia la portería local. Al llegar al área blanca disparó con potencia, despejando Miguel Ángel hacia su derecha, el balón rebotó en el palo y le cayó a Sanabria, que apareció, nadie sabe de dónde ni cómo, para marcar el

0-1. La euforia se desataba en los blanquiazules. Solo quedaban diecinueve minutos que la afición herculana vivió como diecinueve siglos, en los que el Madrid lo siguió intentando sin éxito entre los abucheos de su afición. Con el pitido final, llegó el éxtasis. El Hércules seguía siendo equipo de Primera. Y lo seguía siendo gracias a un gol de listo, de jugador callejero, de esos que no se enseñan en las academias. Un gol que había nacido doce años atrás a través de esas botas casi rotas en aquel potrero que estaba a dos cuadras de su casa. Sanabria no lo sabía pero acababa de marcar, seguramente, el gol más importante de toda la historia del Hércules... el gol de los cien años.

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