HISTORIAS DEL CENTENARIO DEL HÉRCULES

Hércules pierde fuerza (1985-1988)

Hércules-Sevilla 2-1 (despedida de Kempes). De izda a dcha y de arriba a abajo: César, Salva, Pétursson, Botella, Juan Carlos, Kempes; Albaladejo, Bakero, Carlos, Parra y Latorre.

Hércules-Sevilla 2-1 (despedida de Kempes). De izda a dcha y de arriba a abajo: César, Salva, Pétursson, Botella, Juan Carlos, Kempes; Albaladejo, Bakero, Carlos, Parra y Latorre. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Enrique Moscat

Enrique Moscat

26 de enero de 1986, estadio José Rico Pérez. Corre el minuto 87 del Hércules-Sevilla y Bartolomé Mestre se prepara para entrar al terreno de juego. El cartel de las sustituciones señala el dorsal 10 y los veinticinco mil espectadores que casi llenan el coliseo alicantino comienzan a aplaudir. Mario Alberto Kempes se dirige a la banda despacio, visiblemente emocionado y con los brazos en alto correspondiendo también con aplausos a la gran -y merecidísima- ovación que le está tributando la que ha sido su afición.

De esta forma, el Matador dejaba Alicante y el fútbol español para siempre, realizando una gran última faena, participando activamente en el primer gol herculano y dando la asistencia del segundo, amén de protagonizar casi cada presencia blanquiazul en el área sevillista. El último tango del astro de Bell Ville en aquella temporada 85/86 había merecido la pena y, a su marcha a Austria, dejaba nueve goles, innumerables muestras de su calidad y un Hércules desahogado, en mitad de la tabla de Primera con apenas doce jornadas por jugarse. Se suponía que el trabajo estaba hecho y que no iba a pasar como en la temporada anterior, en la que se llegó al último encuentro con la necesidad de ganar en el Bernabéu. Por desgracia, así fue. No hubo partido a vida o muerte en la última jornada ni tampoco salvación porque el Hércules, que no se recuperó del adiós de su líder y alma máter, solo sumó una victoria en doce partidos, descendiendo matemáticamente a Segunda el 6 de abril tras caer 2-0 en el derbi ante el Valencia en Mestalla.

Visto con retrospectiva, podría parecer que, con aquella sustitución del minuto 87, el Hércules no solo hubiera reemplazado a Kempes por Mestre (que, sin ser un mal jugador, estaba a años luz del crack argentino). Fue como si, en una suerte de perversa metáfora, también hubiese cambiado las grandes gestas, el “glamour”y su sitio en la élite por el inicio de un sinuoso camino por el fango que hoy sufrimos más que nunca. Casualidad o no, sea como fuere, en aquel fatídico minuto, el gran Hércules Club de Fútbol, el de Maciá, el de Ramón, Giuliano o el del propio Kempes había dado carpetazo a sus días de gloria, cerniéndose sobre él una noche que no termina nunca. Primero con el descenso a Segunda y poco después, en 1988, con la primera visita al infierno de Segunda B.

Estamos ante los años del Macho Figueroa, de Radmanovic y de las segundas partes de Aracil, Juan Carlos o Rivera que, como casi siempre, nunca son buenas. Son los tiempos de empezar a envejecer sin dignidad, de la pérdida de pedigrí y, en definitiva, los años en los que el Hércules de Alicante se nos empezó a escapar entre los dedos…

PERMANENCIA… Y GRACIAS (86/87)

Quizás porque los recién descendidos poseen mayor músculo económico que el resto de clubes de Segunda -lo que hace ser un destino más atractivo para jugadores y técnicos- o tal vez porque se conservan las estructuras y buena parte de la plantilla de la categoría superior, lo cierto es que hay una máxima no escrita que nos dice que la temporada inmediatamente posterior al descenso suele ser la de mayor probabilidad de ascenso. Pero el Hércules is different. Para empezar, los alicantinos perdieron buena parte de sus mejores activos de Primera: Cartagena (rumbo a Cádiz), Parra y Carlos (ambos a Murcia), Salva (Barcelona) y Pétursson (Akranes) siguieron el camino iniciado por Mario Kempes. Como principales refuerzos llegaron el meta Montes (procedente del Deportivo), el zaguero Zayas (Zaragoza), el centrocampista Cortés (Celta) y los atacantes Corchado (Zaragoza), Figueroa (Murcia) y Juan Álvarez (Sevilla). Además, continuaban del año anterior, entre otros, Puncho, Latorre, Rastrojo, Reces, Mestre, Bakero, Botella y los “hijos pródigos” Albaladejo y Juan Carlos Álvarez, que habían regresado a Alicante en 1985.

En teoría estábamos ante una plantilla competitiva y, para sacarle el máximo rédito posible, el prestigioso Alberto Ormaetxea -doble campeón de Liga con la Real Sociedad en 1981 y 1982- era el elegido para el banquillo. Con estos ingredientes, como no podía ser de otro modo, el Hércules figuraba, junto a Valencia y Celta, entre los máximos favoritos para el ascenso. Retornar a Primera en el primer intento no era ninguna utopía.

Pero, pese a las buenas perspectivas, la temporada empezó mal… y no siguió precisamente mucho mejor. En la jornada 6, Ormaetxea dejaba su puesto sin llegar a estrenar el casillero de triunfos y su sustituto fue otro hombre, teóricamente, de las máximas garantías: José Luis García Traid. Con el exatlético al mando, toda una leyenda de la Unión Deportiva Salamanca, el Hércules mejoró algo su juego pero sus números (4 victorias en 14 encuentros) siguieron siendo muy pobres. Tanto que, en la jornada 20, el Bilbao Athletic de Alkorta, Ferreira y Garitano asestaba el golpe definitivo al entrenador zaragozano, que era destituido tras el 1-3 ante los katxorros. ¿Su sustituto? Pepe Rivera.

La apuesta por el mítico central del Hércules de los setenta, que no tenía ninguna experiencia profesional en los banquillos, obedecía a un volantazo casi desesperado del presidente José Torregrosa, que intentaba revertir la situación -el club estaba en puestos de descenso- apelando más al aspecto emocional que al táctico. Un “experimento” que, pese a que comenzó con mal pie con tres derrotas en los primeros cuatro partidos, no acabó mal del todo. Seis victorias en las siete jornadas siguientes sacaron a los del cordobés del pozo y les permitió llegar a los tres últimos partidos de la primera fase de la liga con serias opciones de clasificarse para la fase de ascenso (recordemos que en aquella campaña los doce primeros se clasificaban para la promoción, arrastrando los puntos logrados en las 34 jornadas de la liga regular y siendo divididos en dos grupos, ascendiendo a Primera los campeones y el mejor subcampeón). Tras una goleada en Mestalla (4-1) ante el Valencia y un empate a cero en casa ante el Celta, el Hércules necesitaba ganar en Xerez para meterse entre los doce mejores que lucharían por ascender. Y lo hizo. El 0-1 en Chapín (gol de Figueroa) posibilitó que los de Rivera salvasen los muebles y se clasificaran para la promoción de ascenso, donde fueron encuadrados en el grupo B, junto a Valencia (46 puntos en la liga regular), Logroñés (41), Recreativo (39), Elche (36) y Bilbao Athletic (35). Los 32 puntos que tenía el Hércules hacían casi inviable cualquier posibilidad de volver a Primera. Para tener opciones había que lograr, al menos, 17 o 18 de los 20 puntos en disputa en la liguilla de la segunda fase. Parecía una misión imposible. Y lo fue. En apenas 5 jornadas, tras caer en Las Gaunas (2-1 ante el Logroñés), el Hércules de Alicante daba por acabada con pena y sin gloria la temporada 86/87, la que estaba destinada a ser la del retorno inmediato a Primera y que acabó en permanencia… y gracias.

28/9/86 Hércules-Castellón 0-1. De izda a dcha y de arriba a abajo: Montes, Latorre, Juan Carlos Ferrando, Puncho, Carlos, Cortés; Corchado, Rastrojo, Figueroa, Janjos y Reces.

28/9/86 Hércules-Castellón 0-1. De izda a dcha y de arriba a abajo: Montes, Latorre, Juan Carlos Ferrando, Puncho, Carlos, Cortés; Corchado, Rastrojo, Figueroa, Janjos y Reces. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

EL INICIO DEL OCASO (87/88)

Domingo 24 de abril de 1988. Día de partido, de partido clave además. Ambiente de fútbol, como en las grandes ocasiones. Se nota la importancia del Hércules-Málaga que está a punto de jugarse. Miles de personas provenientes de casi todos los puntos de Alicante y provincia confluyen en un radio de apenas 500 metros y comparten un mismo destino: el José Rico Pérez. Él, junto a su padre y su abuelo, es sólo uno más en ese microcosmos futbolero. De camino al que será su cuarto partido en el templo blanquiazul, va viendo a los mismos de las otras veces mientras recorre Foguerer Romeu Zarandieta. Están los que venden las bolsas de pipas, los de los puestos de bufandas o “el hombre de la mesita del regaliz”. No falta nadie. Con casi una hora de antelación (”para coger buen sitio”, como dice su padre) accede al estadio y, nada más pisar el cemento de la grada “Tejero”, mira a su alrededor y, cosas de críos, su fascinación es tan especial que es la misma de las otras tres veces. Ya sentado en la primera fila, entre su padre y su abuelo, con la bolsa de los bocadillos que ha preparado su madre a los pies del primero, esa esponja con forma de niño pregunta, escucha y aprende. En la “tertulia” previa al partido hablan de que en el Málaga juega Juanito (“uno de los mejores jugadores de España”) y de que es “un equipazo al que solo le falta un punto para subir a Primera”. También dan el repaso de rigor al orden de las banderas de Tribuna Alta (uno de los puntos fuertes en todo prepartido de aquella época), ojean -por turnos- la revista informativa que dan a la entrada al estadio y comentan los resultados que se van dando en el marcador Dardo.

Y así, como por arte de magia, la hora se les había echado encima, los equipos dejaban el calentamiento y se retiraban a los vestuarios: el Hércules-Málaga correspondiente a la jornada 34 del Campeonato Nacional de Liga de Segunda División estaba a punto de comenzar. Por el Hércules, el entrenador Benito Joanet alineó a Espinosa; Aracil, Huertas, Herbera, Albaladejo; Paños, Juan Carlos Ferrando, Ramos, Mestre; Corchado y Figueroa. Un equipo de marcado carácter ofensivo en el que la principal sorpresa era la suplencia del entonces yugoslavo Radmanovic. Por parte visitante, el técnico interino Pepe Sánchez no se guardó ninguna bala en la recámara e hizo jugar a todos sus primeras espadas: Szendrei, Añón, Antonio Hierro, Boquerón Esteban y, cómo no, Juanito eran de la partida. Recordemos que los locales llegaban al choque en decimosexta posición (la que marcaba la permanencia) con 26 puntos, los mismos que el Bilbao Athletic y uno más que el Deportivo de La Coruña (ambos en puestos de descenso). Por lo que respecta a los malacitanos, el empate les valía para ascender matemáticamente.

A la hora prevista sonó el silbato de Rubio Valdivieso y con él se puso el balón en juego. Desde el comienzo del partido se vio a un Hércules desatado pero muy limitado. Las llegadas a los dominios de Szendrei eran tan habituales como inofensivas para el meta húngaro. Paños, Corchado y especialmente Figueroa lo intentaban por todos los medios pero apenas inquietaban a un muy ordenado C.D. Málaga. El Hércules mostraba la actitud necesaria pero adolecía de la mínima aptitud para superar al líder de Segunda. Y así, entre el quiero y no puedo local, se llegó al descanso. Durante el intermedio, con la música de megafonía de fondo y el inconfundible sonido del papel de aluminio de los bocatas, casi todos los comentarios en las gradas iban en la misma dirección: con el empate del Oviedo en A Coruña, el Málaga era equipo de Primera incluso perdiendo en el Rico Pérez, con lo que no era para nada descartable una especie de “pacto de no agresión” entre ambos equipos. A fin de cuentas, un empate daría aire al conjunto local y le afianzaría fuera de los puestos de descenso con solo cuatro jornadas para finalizar el campeonato. La sombra del biscotto parecía planear sobre el cielo alicantino...

Kempes durante un partido de Primera División con el Hércules.

Kempes durante un partido de Primera División con el Hércules. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Pero nada más lejos de la realidad. Desde los primeros compases de la segunda mitad se vio un Málaga distinto, más ofensivo y mucho más incisivo. Conforme pasaban los minutos y en vista del chaparrón futbolístico que estaba cayendo, tanto los aficionados como el propio Hércules, desbordado por las acometidas del argentino Husillos, Esteban o Juanito, empezaban a valorar el empate como un magnífico resultado. Pero, como dijeron Talleyrand y Guerrita, “lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”. Y así fue. Con empate a cero en el marcador y solo cinco minutos por jugarse, el Málaga se disponía a sacar una falta frontal, a unos 35 metros de la portería de Espinosa. Los andaluces bombearon el balón hacia el punto de penalti, se produjo un mal despeje de la zaga herculana y el balón le cayó en el borde del área a Juanito que, de potente disparo, alojó el balón en el fondo de las mallas. Cero a uno y la grada enmudeció. Un silencio sepulcral siguió al gol malacitano que solo se rompía tímidamente con algunos -mínimos- gritos de ánimo, con los insultos de algunos aficionados a sus propios jugadores o con las lágrimas desconsoladas del niño de la grada “Tejero”. Aquel chiquillo, que podría haber sido cualquiera pero pongamos que se llamaba Enrique Moscat, estaba viviendo el final de una era, el ocaso de un equipo atenazado, sin personalidad y devorado por su propia historia. Pero él, que no entendía casi nada, solo acertaba a llorar entre los infructuosos intentos de consuelo por parte de su padre y de su abuelo…

Menos de un mes después, el Hércules de Alicante cerraba la peor temporada de su historia certificando su primer descenso a Segunda B tras caer en el Rico Pérez ante el C.D. Castellón (1-2) en la última jornada. Dedicado a todos los que han llorado alguna vez en el Rico Pérez.