Los cinco trabajos del Hércules (88-93)

Los jugadores del Hércules celebran el ascenso con su afición en el césped del Rico Pérez.

Los jugadores del Hércules celebran el ascenso con su afición en el césped del Rico Pérez. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Enrique Moscat

Enrique Moscat

Cuenta la mitología griega que Hera nunca pudo superar que su esposo, el dios Zeus, engendrase a Hércules con la humana Alcmena. Tanto es así que el semidiós sintió el odio y la ira de la maquiavélica diosa durante toda su vida e incluso, como verán a continuación, desde antes de nacer. Zeus había proclamado que el próximo varón nacido en la casa de Perseo sería proclamado rey de Micenas. En principio, el destinado a tal honor iba a ser Hércules en detrimento de Euristeo (que iba

a nacer dos meses después). Sin embargo, Hera hizo que este último viniera al mundo con ocho semanas de antelación y provocó que se retrasara tres meses el nacimiento de Hércules. Así pues, Euristeo se quedaba de una manera harto injusta con el trono de Micenas. Pero lo peor estaba por venir…

Emilio Orgilés, primer presidente del club en Segunda B.

Emilio Orgilés, primer presidente del club en Segunda B. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Años después, Hércules, que se había casado con la princesa Megara (hija del rey de Tebas) y tenía tres hijos, seguía estando en el punto de mira de una Hera que, no conforme con haberle hecho perder la corona de Micenas, ideó una nueva fechoría. La peor de todas, la que más daño podía hacer a Hércules: inducirle a un estado de locura transitorio que le llevase a matar con sus propias manos a Megara y a sus tres vástagos. Después de este trágico hecho y tras haber recuperado la cordura, Hércules se aisló del mundo y se marchó, vagando su inmensa pena sin rumbo, hacia tierras inhóspitas, como aquel que está muerto en vida. Hasta que, en medio de ese tétrico e infinito camino, sintió la necesidad de consultar al oráculo de Delfos cómo podía expiar la atrocidad que había cometido. Allí el dios Apolo le indicó que tenía que acudir a Tirinto (Micenas) y ponerse a las

órdenes, nada más y nada menos, del rey Euristeo. No tenía otra elección. Y así lo hizo. Nada más llegar a la corte micénica y exponer a Euristeo todo lo sucedido, este se mostró cauto y temeroso ante la posibilidad de que Hércules quisiera arrebatarle el trono de Micenas. Pero optó por no contradecir la voluntad del dios Apolo y de paso vio la posibilidad de acabar definitivamente con la amenaza que representaba Hércules, al que le dio una quimérica “oportunidad” de redimirse a cambio de completar con éxito doce trabajos imposibles de realizar, siendo cada uno de ellos más complicado que el anterior...

Formación del Hércules 91-92, de izda. a dcha. y de arriba a abajo: Gregorio (c), Rafa, Pascual, Herrero y Saavedra; Sánchez-Clemente, Andrés, Manzanares, Azuaga, Paco Luna y Valdo.

Formación del Hércules 91-92, de izda. a dcha. y de arriba a abajo: Gregorio (c), Rafa, Pascual, Herrero y Saavedra; Sánchez-Clemente, Andrés, Manzanares, Azuaga, Paco Luna y Valdo. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Alicante, 4 de septiembre de 1988. El Hércules Club de Fútbol se estrenaba como equipo de Segunda División B enfrentándose a la Agrupación Deportiva Ceuta en partido correspondiente a la primera jornada del Grupo IV. Los aproximadamente cuatro mil aficionados blanquiazules que se dieron cita en el Rico Pérez esperaban que su equipo hiciera valer el peso de su historia, su mejor plantilla y su mayor presupuesto para superar al modesto -y hoy desaparecido- conjunto ceutí. Nada más lejos de la realidad: en una nueva versión del “quiero y no puedo aunque, en teoría, debería poder”, el Hércules no pasaba de un triste empate a cero ante un Ceuta que se presumía inferior. El camino por la división de bronce de nuestro fútbol no había podido empezar peor. Era un primer aviso para navegantes: en esta categoría no se iba a ganar ningún partido por la camiseta o el escudo y la historia solo servía como pesada mochila. Enfrente no iban a estar el león de Nemea ni la hidra de Lerna ni ninguno de los otros diez trabajos que Euristeo le encomendó a Hércules. Pero sí una categoría donde nadie iba a regalarle nada y de la que solo se podía salir por el camino de la humildad, del trabajo y de llegar al balón una centésima antes que el contrario... Bienvenidos a la Segunda División B.

PRIMER TRABAJO: ADAPTACIÓN (88/89)

Tras el empate a nada contra el Ceuta en el partido inaugural, el Hércules de Alicante encadenó una magnífica racha como local, con seis victorias en seis partidos -dos de ellos de Copa- inversamente proporcional a su rendimiento a domicilio. Fuera del Rico Pérez, los de Pepe Martínez no conocieron el triunfo en ninguno de los cinco encuentros que disputaron, lo que precipitó -nunca mejor dicho- el cese del técnico valenciano tras ganar 1-0 al Cartagena en casa. En una decisión cuanto menos discutible, el por entonces presidente Emilio Orgilés había despedido al técnico blanquiazul con sólo nueve jornadas disputadas, habiendo ganado en su supuesto ultimátum y con los alicantinos a solo 4 puntos del líder. Como era habitual y en espera de fichar a otro entrenador, el interino Humberto se hizo con los mandos. Con el paraguayo de apagafuegos se mantuvo el statu quo (4 victorias, 2 empates y 2 derrotas) y el Hércules era sexto a cinco puntos del Levante.

Vicente Carlos Campillo.

Vicente Carlos Campillo. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Hubo que esperar a la jornada 18 para que el conjunto alicantino estrenara técnico. Y para nada fue un cualquiera. El histórico entrenador Marcel Domingo fue el elegido por Orgilés para reflotar a los del Rico Pérez. No parecía una mala elección, pues el hispanofrancés tenía una larga trayectoria en Primera División y en su palmarés brillaban con luz propia dos títulos de Copa ganados con el Atlético de Madrid (1972) y Valencia (1979) y una Liga conseguida con los colchoneros en 1970. Sin duda, estábamos ante un magnífico entrenador pero con cero experiencia en Segunda B. Por tanto, no era de extrañar que bajo su batuta las cosas no solo no mejorasen sino que fueron a peor. Después de solo dos victorias en los once primeros partidos dirigidos por Domingo, el Hércules se quedaba a primeros de abril en tierra de nadie, sin opciones de ascenso. Un fracaso en toda regla.

Eduardo Rodríguez, antes de convertirse en el máximo goleador de la historia del Hércules.

Eduardo Rodríguez, antes de convertirse en el máximo goleador de la historia del Hércules. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Y eso que, como no podía ser de otra manera, los herculanos, hombre por hombre, no tenían una mala plantilla aquella temporada 88/89. Continuaban del equipo que había descendido de Segunda el año anterior Huertas, Latapia, Juan Carlos Ferrando, Carlos, el croata Radmanovic, Juan Álvarez o los alicantinos Salmerón, Paños, Brau, Villaescusa y el histórico Albaladejo. Como refuerzos habían llegado jugadores con un aceptable currículo en el fútbol profesional como el portero

Villalba (Sevilla), Llabrés (Oviedo), los catalanes Planelles (Lleida) y Forcadell (Figueres) amén del trío exmalacitano formado por Juanma, Antonio Hierro y Benito. Asimismo se reincorporaron a la disciplina blanquiazul cuatro canteranos que en la campaña anterior habían estado en Benidorm: Isidro, Gallego, Esteve y Miguelo. Se da la circunstancia de que estos fueron los únicos jugadores herculanos que tenían pasado reciente en la categoría de bronce. Precisamente este hecho, la inexperiencia de la inmensa mayoría de la plantilla herculana en Segunda División B, fue lo que acabó pasando factura finalmente y el equipo de Marcel Domingo finalizó en un nefasto octavo lugar, muy lejos de la única plaza de ascenso.

SEGUNDO TRABAJO: SOBREVIVIR A KAFKA (89/90)

Tras haber pagado la novatada el año anterior, se esperaba que el Hércules hubiese aprendido la lección. La pretemporada trajo a José Ramón Pérez “Monchu” como nuevo entrenador. El asturiano era de un perfil totalmente opuesto al de Marcel Domingo. Es más, era completamente diferente al de cualquier entrenador que había tenido el club hasta ese momento. Monchu era un

entrenador de Segunda División B que, a excepción de 9 partidos con el Xerez en la categoría de plata, sólo había entrenado en Segunda B y que venía de hacer una excelente campaña con el Ceuta (fue segundo en el grupo del Hércules, solo por detrás del ascendido Levante). Resumiendo: Segunda B, Segunda B y Segunda B. Parecía que la directiva alicantina había comprendido que solo se podría retornar al fútbol profesional con gente conocedora de la categoría de bronce... Pero no. La historia se empeña en decirnos que el Hércules Club de Fútbol es el equipo que más tropieza con la misma piedra. Y aquella temporada 89/90 volvió a hacerlo. De la decena de fichajes que hizo solo dos -Tur y Pascual- provenían de la Segunda División B (ambos del Atlético Baleares). El resto, todos ellos procedentes de clubs de la hoy denominada Liga SmartBank: Vilches e Eizmendi

(Burgos), Javier Campos (Las Palmas), Trobbiani y Endika (Mallorca), Herrero (Tenerife) y el ex del Málaga Rafa. Eso sí, sobre el papel, una vez más, se había conformado una excelente plantilla. Qué pena que sólo fuese sobre el papel...

Elche 1-2 Hércules, 16/05/93. De izda. a dcha. y de arriba a abajo: Parra, Julio, Rafa (c), Cantero, Falagán y Dani; Azuaga, Armando, Torres, Paco López y Rodríguez.

Elche 1-2 Hércules, 16/05/93. De izda. a dcha. y de arriba a abajo: Parra, Julio, Rafa (c), Cantero, Falagán y Dani; Azuaga, Armando, Torres, Paco López y Rodríguez. / COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Y lo cierto es que el Hércules arrancó muy bien. Con 13 jornadas disputadas, los blanquiazules estaban invictos y eran líderes por delante de Orihuela, Gandía y Girona. Sin embargo, tras un mal partido en casa ante el CD Benidorm (0-0), llegó una metamorfosis inexplicable. Primero con las tres derrotas consecutivas que costaron el liderato y erosionaron la confianza de los de Monchu y después con la cuesta de enero que acabó llevándose por delante al propio técnico asturiano. Y es que, desde el empate ante los benidormenses, el Hércules sólo ganó 2 de los 25 partidos restantes (ambos ya con Juan Antonio Carcelén en el banquillo) y finalizó la -hasta ese momento- peor temporada de su historia en una pésima decimotercera posición.

TERCER TRABAJO: LA REMONTADA Y LA MUERTE (90/91)

Después del kafkiano año anterior, tocaba recomponerse. Y el verano había traído muchos cambios a todos los niveles. Empezando por el sistema de competición: a partir de ahora ya no ascenderían los campeones de los cuatro grupos de Segunda B y, por contra, serían los 4 primeros de cada uno de ellos los que se clasificaran para la liguilla de ascenso (los 16 equipos clasificados se dividían en 4 liguillas de 4 equipos, ascendiendo a Segunda el campeón de cada una de ellas). Con este cambio se iba a conseguir, entre otras cosas, dotar de mayor dinamismo a la competición y mantener la emoción hasta la última jornada. Por desgracia, de esto último, como verán más adelante, pudo dar fe el propio Hércules… En el ámbito institucional se produjo la dimisión y el adiós, con bastante más pena que gloria, del monovero Emilio Orgilés y la llegada a la presidencia de Manuel Albarracín. Bajo el mandato del dirigente alicantino se introdujeron los primeros cambios importantes en la planificación deportiva desde el descenso. Para el banquillo, Albarracín apostó por el murciano José Víctor Rodríguez, que

venía de hacer dos excelentes temporadas con el modesto Gandía. De su mano llegaron a Alicante solo cuatro jugadores procedentes de clubs de superior categoría: Valdo (Figueres), Andrés (Sabadell), Saavedra (Elche) y Azuaga (Málaga). Junto a ellos estamparon su firma en aquella campaña 90/91 el portero Oliver, los defensas Manzanares y Tirado, el centrocampista Paquito o los delanteros Carlos Santonja, Antelo, Adriano y Paco Luna. Los ocho jugadores procedentes de clubs de Segunda División B. En el club -por fin- se empezaba a asumir que sólo se iba a poder escapar de la categoría de bronce con jugadores curtidos en ella. Ya se sabe, en sendas tortuosas, con botas poco lustrosas y casi rotas se camina mejor… Y la senda de 1990 era más tortuosa que nunca. Acercándonos al primer tercio de competición, el Hércules de José Víctor tenía demasiados problemas: al poco gol y la falta de contundencia en defensa se sumaban los problemas de adaptación a la categoría que lastraban a varios de los hombres destinados a ser determinantes. Ni el canario Saavedra ni especialmente el cerebro

Pitufo” Azuaga -que había sido sustituido en el 5 de los primeros 11 partidos- estaban marcando la diferencia. Con todos estos condicionantes, la olla exprés no podía tardar mucho en explotar: en la jornada 12, tras empatar en Torrent y dejar al equipo en posiciones de descenso, José Víctor era cesado fulminantemente. Pocas horas después, ya había fumata blanca en Romeu Zarandieta y Vicente Carlos Campillo ya era el nuevo inquilino del banquillo del Rico Pérez. Con el murciano en el timón el Hércules mejoró. Y mejoró mucho. Seis victorias en los primeros siete encuentros de Liga sacaron al equipo de la cola de la clasificación y lo situaron octavo al término de la primera vuelta. En la jornada 20 llegó la primera derrota de Campillo al frente de los alicantinos (4-1 en El Collao ante el Alcoyano) pero el equipo no se descompuso. Más bien todo lo contrario pues, desde

el “accidente” de Alcoi, el conjunto alicantino solo sufrió dos derrotas (en Hospitalet y en casa ante Torrevieja) en los siguientes 17 encuentros, con lo que llegó a la última jornada como líder con 48 puntos (los mismos que el Manlleu y con uno de ventaja sobre Barcelona Atlético y Cartagena). El Hércules había seguido un camino inversamente proporcional al de la temporada anterior y lo tenía todo a favor para rematar en casa en el último partido la clasificación para el playoff de ascenso. El rival era, precisamente, un Cartagena en línea claramente ascendente. Liderados por el meta Raudona, Naixes y Boria, los cartageneros se perfilaban como un contrincante complicado. Aún así, para que el Hércules quedase fuera de la liguilla de ascenso tendría que producirse una carambola macabra: perder ante el Efesé, que el Manlleu al menos puntuase y que tanto Barça Atlètic como Alcoyano ganasen sus partidos. Pues sí, parecía imposible y pasó. Pasó TODO. Y en Alicante, tragedia griega. Los herculanos cayeron 0-3 ante el “vendaval Boria” y finalizaron quintos, fuera del playoff, destrozando la ilusión de una afición que había acudido en masa al Rico Pérez por primera vez desde los tiempos del fútbol profesional. Después de haber hecho lo más difícil, Campillo y sus chicos se habían ahogado en la orilla...

CUARTO TRABAJO: APRENDIZAJE (91/92)

Tras la tremenda decepción de la temporada pasada, el Hércules arrancaba su cuarto curso futbolístico en Segunda División B con el ascenso, de nuevo, como único objetivo. El presidente Albarracín optó por dar continuidad a Campillo y se mantuvo la base del equipo del año anterior. Llegaron solo siete jugadores pero, a excepción de Barquero (que procedía del Santurtzi) y el

exherculano Gregorio (Girona), todos acabaron siendo muy significativos: Falagán (Fuengirola), Cantero (Celta), Paco López (Torrent), Eduardo Rodríguez (Badajoz) y el mítico Pascual Luna Parra, que volvía a su casa tras seis campañas entre Murcia y Mallorca. Además, se daba la circunstancia de que, salvo el propio Parra, que llegó en el mercado invernal procedente de Primera División, todos los fichajes eran conocedores de la categoría. Esto confirmaba que, definitivamente, en el Rico Pérez tenían claro que para ciertas situaciones es mejor no llevar esmoquin. Tres años había costado… No obstante, la presumiblemente adecuada planificación del club blanquiazul no tuvo reflejo en los resultados hasta casi el final del campeonato. De hecho, el conjunto de Campillo se mostró en todo momento muy irregular, moviéndose siempre en torno a la mitad de la tabla, sin estar demasiado lejos de la zona noble pero sin dejarse ver en ella. Ya sin su gran valedor en la presidencia -Manuel Albarracín había sido relevado por una gestora-, Vicente Carlos Campillo fue cesado tras caer en

Jávea ante el Oliva (1-0), dejando el equipo en séptima posición a 4 puntos del cuarto clasificado. El elegido para dirigir a los alicantinos en los ocho partidos que faltaban para acabar la Liga fue, una vez más, Humberto Núñez. Las dos primeras reválidas del técnico interino fueron en el Rico Pérez y en ambas pintaron bastos (2-2 ante Villarreal y 0-1 ante Yeclano), con lo que se quedaba a 6 puntos del cuarto (Elche CF), prácticamente sin opciones de entrar en el playoff pues solo restaban 6 jornadas para acabar la liga regular. Pero fue precisamente a partir de ese momento, sin la presión del “ganar o ganar”, cuando Humberto pudo ensamblar las piezas que tenía, aplicar un estilo eficaz y, de una manera consciente o no, sentar las bases de lo que iba a ser el exitoso equipo de la temporada siguiente. Además, objetivamente, los números avalaron el trabajo del

paraguayo: pleno de triunfos en los últimos 6 partidos. Lamentablemente el 12 de 12 -recordemos que hasta 1995 se premiaban con 2 puntos las victorias- no sirvió para alcanzar el playoff, que se quedó a un suspiro (4º Elche, 48 y 5º Hércules con 46). Pero lo bueno estaba a punto de llegar...

QUINTO TRABAJO: REDENCIÓN (92/93)

El Hércules de los últimos 40 años es, sin duda, el equipo de la Ley de Murphy, el de “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Pero también es un equipo distinto, más bien extraño. En la casa blanquiazul comparten cama, desde hace muchas décadas, los fracasos más estrepitosos -y en las condiciones más favorables- con las gestas más impensables. Bien es cierto que no hay mayor evidencia que la lógica no rima demasiado bien con el fútbol, pero lo del equipo alicantino es digno de estudio.

Y es que el Hércules 92-93 lo tenía casi todo en contra. Al estrés institucional que suponía llevar ya cuatro años fuera del fútbol de élite había que unir que los blanquiazules estaban, probablemente, ante la Segunda B más potente de la historia. Los alicantinos formaban parte del grupo III junto a equipos históricos como Real Murcia, Elche CF, Nàstic de Tarragona, Levante o Cartagena. Por si esto fuera poco y ante los problemas económicos que empezaban a acuciar a la entidad, el nuevo

presidente Aniceto Benito acordó una reducción del 30% de los sueldos de la plantilla caso de no conseguir el ascenso. Precisamente por la falta de liquidez, apenas llegaron refuerzos y todos ellos eran jugadores complementarios. Pero eso no era ningún problema. Los buenos -los Rodríguez, Parra, Paquito o Falagán- ya estaban desde el año anterior. Pero pese a las dificultades extradeportivas, el equipo entrenado por Quique Hernández se mantuvo en todo momento cerca de los puestos nobles de la tabla. El de Anna disponía un 3-4-3 tan ofensivo como arriesgado. Con este sistema tan “cruyffista” y un once tipo formado por Falagán, Julio, Cantero, Dani Barroso, Torres, Paquito, Parra, Luismi, Paco Luna, Paco López y Rodríguez, el Hércules llegó a la recta final de la liga regular dentro de las posiciones de playoff. A falta de solo 3 partidos, los chicos de Quique eran cuartos con dos puntos de ventaja sobre el nuevamente pujante Cartagena. El fantasma de quedarse fuera de la promoción en el último suspiro volvía a acechar en la capital de la Costa Blanca. Y más tras el 2-1 en Sant Andreu. Con esta

derrota ante los catalanes, el Hércules volvía a complicarse la vida y afrontaba las dos últimas jornadas -con Elche y Nàstic como rivales- con la necesidad de sacar al menos 3 puntos para asegurarse matemáticamente una de las cuatro primeras posiciones. Pero esa situación límite iba a demostrar que aquel Hércules estaba hecho de una pasta especial. Primero en un Martínez Valero que se vestía de gala para ser el escenario de uno de los derbis más tensos de los últimos años, en el

que los locales defendían el liderato. Allí, ante más de veinte mil espectadores, el Hércules se adelantó en el minuto 2 por medio de Rodríguez. La superestrella blanquiazul -39 goles aquel año- aprovechó una mala salida del portero local Miguel y una buena asistencia de Paco López para marcar el 0-1 a puerta vacía. Media hora después y ya en inferioridad numérica (Armando había sido expulsado por doble amarilla), Paco López realizaba una magnífica jugada individual por la banda izquierda, regateaba a dos contrarios y su centro medido lo remataba de cabeza Rafa Muñoz para poner el 0-2 en el marcador. El Hércules no podía jugar mejor. Ya en la segunda mitad, el Elche acortó diferencias a través de Jesús pero, a pesar de su infructuoso dominio, el 1-2 ya no se movería hasta el final del choque. Con el pitido final, se desató la euforia entre la nutrida de la afición herculana desplazada. No era para menos: los alicantinos habían tomado el estadio de su eterno rival y casi se aseguraban la clasificación para jugar, por primera vez, el playoff de ascenso. De hecho, para quedarse fuera de nuevo del playoff en la última jornada, tendría que ocurrir una auténtica hecatombe: caer por goleada en casa ante el Gimnàstic y que, a su vez, el Cartagena golease a su rival. Pero esta vez no pasó. El Hércules salvaba fácilmente el escollo tarraconense (4-0) y por fin podía poner su nombre en una de las bolitas del sorteo del playoff. Según las leyendas mitológicas helenas, el último trabajo de Hércules para expiar su culpa consistía en capturar al can Cerbero y llevarlo ante Euristeo. Cerbero era el perro de tres cabezas y cola de serpiente que custodiaba la mismísima puerta del infierno. Salamanca, Gimnástico de Torrelavega y Las Palmas eran las tres cabezas de ese perro que se llamaba playoff de ascenso y que se presentaba como la última gran prueba del Hércules de Quique Hernández. Había que jugársela en una liguilla de todos contra todos a ida y vuelta. Seis partidos y sólo el campeón ascendería. La empresa era muy complicada. Salamanca y sobre todo Las Palmas eran rivales muy duros. Pero

el conjunto blanquiazul seguía en el modo ganador con el que había acabado la liga regular y se mostró intratable desde el comienzo: tres victorias -dos ante el Salamanca y una ante el Gimnástico- y un empate -ante lo cántabros- hicieron que a los herculanos les bastase con una victoria para ascender en el doble duelo final ante Las Palmas. Y el Hércules quería lograrlo a la primera... Era un sábado, 19 de junio de 1993 y el estadio Insular, sin llenarse del todo, presentaba un magnífico aspecto. Tanto los locales como los alicantinos presentaban sus onces de gala. En los canarios había jugadores como Robaina, Cuxart, Socorro o el exherculano Saavedra. Era un equipazo aquella Unión Deportiva Las Palmas. Pero ese Hércules no se arrugaba ante nadie y estaba hecho para hacer historia. Y lo dejó patente mostrándose muy incisivo desde los primeros compases del partido, recibiendo el premio en forma de gol de Paco López a los 24 minutos. Apenas 3 minutos después, aprovechando el nerviosismo local, llegó por medio de Torres el 0-2 que sentenciaba el encuentro. Después y hasta el final, hubo demasiada bronca y apenas fútbol. Las once tarjetas amarillas -5 para los amarillos- y tres rojas (la del Hércules la vio Israel) que mostró el

colegiado dejaron patente la dureza del choque. Al final, los tres pitidos de Torres Caravaca cerraban un lustro de purga en Segunda B. La euforia de los jugadores herculanos en el césped del Insular y la posterior celebración en Luceros con la afición estaban más que justificadas. El Hércules Club de Fútbol había completado su catarsis, lograba su redención y volvía a ser

equipo de Segunda División. Por fin Alicante volvía a tener motivos para sentirse orgullosa de su equipo...