Al Hércules se le acaban las fuerzas ante el Real Madrid Castilla

La mala costumbre de cansarse, de conformarse, de sentirse más pequeño que el rival durante todo el segundo tiempo, de no llegar al área si no es con fútbol directo. La manía de perder puntos justo en el momento en el que toca ganar, casi al final, con el tiempo reglamentario ya cumplido. Demasiadas concesiones en un campeonato en el que la igualdad es máxima, demasiados desengaños y demasiadas excusas... que empiezan a ser las mismas cada vez. El Hércules vuelve a pagar su falta de ideas con un empate, a desperdiciar un triunfo que creía haberse ganado a base de defender, de contrarrestar el poderío ofensivo de un Real Madrid Castilla pleno de talento individual y energía que gastar.

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Y otra vez con un defecto que nadie ataja, que está desangrando a un bloque cada vez más mermado, más al límite de sus fuerzas. Un centro lateral, otro más, el enésimo, apaga el regreso goleador de Soldevila, priva a los alicantinos de acostarse en la zona de promoción y propicia el sexto empate de un conjunto que ha ganado tanto como ha perdido esta temporada. El objetivo no varía: salvarse cuanto antes de la quema; pero la principal baza para lograrlo, el factor cancha, se desinfla.

Segundo partido seguido en el Rico Pérez sin ganar. No hay forma de enlazar dos triunfos en el filo de diente de sierra por el que se desplaza un proyecto al que empieza a hacérsele muy larga la campaña. Al recién ascendido le fallan las fuerzas a medida que pierde efectivos, y eso es una fatalidad para una idea de juego apoyada en la presión alta y en la contención forzosa en ausencia de Colomina, de baja hasta nueva orden, como mínimo tres semanas.

La noche que Oriol Soldevila revivió la felicidad de celebrar un gol quedó empañada por una acción casi tan tormentosa como la caída del sol en el estadio. El barcelonés resolvió con un remate de espaldas, acomodando la coronilla para el golpeo, un centro con la zurda y rosca hacia adentro de Javi Moreno. La asistencia era medio tanto. El oportunismo del catalán hizo todo lo demás. 1-0 al primer cuarto de hora y el Rico Pérez volcado a pesar del aguacero con más de ocho mil personas desafiando la hostilidad lunar con la ayuda valiente de un paraguas plegable, los únicos a los que se permite el acceso al campo en días así... por seguridad.

No pasó mucho más en el primer tiempo. Ningún disparo del filial blanco con un mínimo peligro. Partido controlado, sí, pero quemando demasiadas calorías, con marcas al hombre para el pichichi de la categoría, Gonzalo García, y el joven Víctor Muñoz, maniatados ambos, ensombrecidos a base de brega y oficio destructor.

La sobredosis de espera atrás (combatiendo sin opción de atacar), primero acabó con Retu, lesionado en el 70, y luego con Samu Vázquez, en el 77. Después de cuatro cambios que no aportaron gran cosa, al filo del final, y pese al sufrimiento extremo por mantener la renta, Oriol Soldevila dispuso de la oportunidad de sentenciar al bloque de Raúl González Blanco, muy superior en la segunda parte.

El catalán despeja un envío al área con la cabeza y empieza a correr. El balón le llega a Nico Espinosa que observa a su compañero avanzar, cruzar el medio campo. Con el exterior de la bota derecha le filtra un pase que permite a su compañero plantarse solo en el mano a mano. Los 90 metros de esprint dejaron al catalán sin oxígeno cuanto le tocó finalizar la galopada con un disparo que pretendió ser cruzado, pero le salió sin apenas fuerza.

El colegiado ordenó prolongar la agonía ocho minutos más. Muchos. Infinitos si tu delantero centro no se queda ninguna, ni presiona, ni despeja... ni nada de nada. De uno de esos intentos baldíos de Romera nació la acción letal, la que lo arruinó todo. Alvarito permite el centro de Yossef dándole tiempo y, sobre todo, espacio. Abraham del Moral pierde su marca, se queda detrás de Montoro, que se lía y se olvida de Loren Zúñiga, que se les cuela a ambos sin perder de vista el vuelo de la pelota y remata de cabeza, con rabia, a frente llena, la asistencia teledirigida desde el extremo. Ni los aspavientos ni los reproches de los centrales blanquiazules sirvieron para ocultar la responsabilidad coral de perder la concentración cuando menos toca. Y ya son muchas veces.