Lo de siempre lejos de Alicante

Se ha repetido tanto que ya es una seña de identidad, un mal hábito, un vicio desagradable, y nadie da con el modo de salir de este bucle autolesivo que amenaza con darle la razón a quienes no ven al equipo de Torrecilla, ni a su entrenador, con hechuras para pelear por el ascenso de categoría. El Hércules está haciendo méritos suficientes para cerrar un curso irregular siendo el peor conjunto de su grupo a domicilio. Una nueva derrota lejos de casa, la décima en lo que va de campaña, la decimotercera en todo el ejercicio. Ya ha perdido más veces de las que ha ganado. Así que, visto lo visto, habrá que respirar con alivio por no haber padecido en todo el año para mantener la plaza en la tercera categoría nacional. Si había mimbres para más es algo que se debería discutir más adelante... aunque ya no valga de nada.

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El guion de tantas veces, reescrito en esta ocasión en Sevilla con el mismo final de siempre. Cambian algunos nombres propios, pocos, pero la secuencia es casi idéntica: celebras el primer tanto y luego cometes fallos atroces en defensa que permiten a tu oponente remontar y dejarte sin puntos. El sábado, en el Luis del Sol, ante 600 espectadores, Coscia enjugó el atrevimiento de Nico Espinosa... aunque no valió de mucho. El capitán quiso lanzar el penalti señalado al cuarto de hora de juego sobre Samu Vázquez, que se deshizo de Reina, primero, y de Lucas Alcaraz, después, con dos recortes soberbios que terminaron con su cuerpo sobre el césped, derribado.

El canterano, que ya había declinado lanzar una pena máxima antes tras el fallo que firmó semanas atrás, buscó resarcirse y alejar el infortunio eligiendo el camino largo, el del adorno innecesario y el riesgo súbito. Picó el balón emulando a Panenka y el esférico se fue a la madera. El rechace lo cazó el rosarino, titular de nuevo en detrimento de Romera, y su cabezazo, adelantándose a la defensa, siendo el más rápido, el más vivo, se le coló entre las manos, como un bebé resbaladizo, al guardameta verdiblanco. 

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Fue el único fallo de Guilherme Fernandes, que luego estuvo extraordinario bajo palos... como casi siempre. El festejo blanquiazul apenas se aguantó 120 segundos. Los que tardó Pablo García en ejecutar una falta lateral. Su envío suave botó en la hierba lo justo para que Artiles midiera mal y dejara solo Carlos Reina, que selló la igualada sin que Abad tuviera la oportunidad de reaccionar.

El empate pudo romperse antes porque Josema, en una aventura insólita, decidió ser un defensor optimista ajeno a su realidad y sacar el balón desde atrás tirando recortes. En el segundo le robaron la bola, montaron la contra y habilitaron a Souleymane, cuyo disparo cruzado, raso, no llegó a la red por unos centímetros escasos.

El Hércules se sobrepuso a su desastre poco a poco, con posesión estéril, pero gobernando, siendo mejor, más ágil, más presente, con más sentido vertical hasta que Coscia, desde el suelo, cazó una pelota dividida en la frontal por anticipación y coraje y sirvió una protoasistencia al joven Nico. 

Error de cálculo

Al capitán debió nublarle su desliz en la pena máxima y, solo, con todo a favor, sin nadie delante, lanzó buscando el palo, pero se encontró con la mano sólida del lisboeta en el preludio del descanso. En la reanudación, el bloque de Torrecilla trató de sacarle más rédito a la posesión y en un viaje al área, la pelota le acabó llegando al rosarino en el perfil zurdo. Armó la pierna y disparó seco, abajo, pero allí le aguardaba la mano dura del cancerbero portugués.

Ahí, a los cinco minutos del segundo tiempo, murió el potencial ofensivo del Hércules. Y, como tantas otras veces, faltaba todavía el fallo de valor gol. Esta vez lo cometió Samu, que no acertó a controlar un saque de portería que le hizo llegar a Abad. El lateral controló mal, le robaron el balón y luego Marcos Fernández, con dos amagos, sentó a Artiles y certificó el 2-1. La reacción táctica se demoró y, ya a la desesperada, en el minuto 85, el preparador blanquiazul decidió liarse la manta a la cabeza y jugar con dos delanteros. 

Para lo único que valió fue para que Romera regañara a Coscia por no correr lo suficiente en un ataque al que el almeriense, mucho más fresco, ya había renunciado. La impotencia nos obliga a hacer cosas terribles. El héroe del 5 de mayo prefirió no decir nada, soportar los aspavientos de su compañero sin desdén, sin responderle. El partido del argentino fue bueno, volvió a ser el mejor. El del andaluz... uno más del delantero casi top.

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