La noche cae sobre Alicante y la ciudad empieza a brillar con las luces de fiesta. Miles de jóvenes buscan divertirse a toda costa. Los tranvías y los trenes de cercanías llegan llenos de chavales con un denominador común: sus bolsas en las manos, repletas de alcohol y refrescos. El centro de la ciudad es a medianoche un hervidero muy heterogéneo: familias con niños, grupos de jóvenes con altas expectativas en divertirse, despedidas de solteros, grupos de señores trajeados que salen de una convención con sus acreditaciones colgadas al cuello.

La Explanada es un punto de quedada, reunión y dispersión. El famoso paseo es un trasiego continuo. Las cafeterías y restaurantes de toda la vida, y los más famosos de comida rápida, repletos de gente, y conviviendo con los puestos de comida ambulante que exhiben costillas asadas. La sensación es de caos ordenado. La tienda recién puesta en lo que fue la Oficina de Turismo sigue abierta y llena de curiosos, mientras al mismo tiempo se terminan de plantar las hogueras de Explanada y de Port d'Alacant y muchos curiosos observan.

Por el paso de peatones del puerto decenas, cientos de personas, cruzan al otro lado, y allí les esperan los relaciones públicas de algunos pubs para animarles a visitarlos con descuentos en las copas. Mientras, la playa del Postiguet es un hervidero de corrillos de amigos bebiendo y bailando. Son chavales muy jóvenes los que en la arena practican el botellón, saludan a conocidos de manera efusiva y se dejan llevar por el ritmo de la música del DJ de la barraca que hay enfrente. Pasadas las doce de la noche la mayoría todavía tiene un punto de control y alegría mientras un chico alemán da vueltas sobre sí mismo, más afectado que el resto. Un bar frente al Postiguet hace el agosto gracias al botellón. Daniel ofrece bolsas de hielo a los chavales a 1,50 euros. «Esta noche venderemos 1.500 y tengo 8.000 compradas», también ha comprado 1.000 botellas de refrescos y adelanta que estas Hogueras trabajará 18 horas seguidas. Javier y Armando, de 20 años, compran una bolsa. «Hacemos botellón porque es más barato», entre los cinco amigos han invertido 6 euros para pasar la noche y confían en que luego un conocido les inviten a una copa en su barraca.

La noche se presta a las despedidas de soltero. Víctor estaba en el veterinario por la mañana, en Madrid, le metieron en un coche y para Alicante, donde apareció vestido de novia. Los 15 amigos le prepararon su fiesta en plenas Hogueras. Y a unos metros, un grupo de chicas de Segovia agasaja a otra futura novia a la que también le han dado la sorpresa de traladarla a Alicante para su Despedida. Se llama Marta, pero sus amigas la llaman y la han vestido de Macaria.

Los promotores de un festival de música electrónica que se celebra el 16 de agosto en Alicante aprovechan para grabar un documental en el que participan los chavales que van de paso al Postiguet.

En la barraca Lo que costa fer, en plena Explanada, apuestan por la música en directo porque saben que son un escaparate para los viandantes y que muchos se quedan junto a la valla bailando y mirando. Da igual que sean casi las dos de la madrugada, los niños tiran bombetas y Carmen, una recién nacida de dos meses, ya barraquera, se toma su «bibe». «La música no le molesta», explica su madre. Sobre la mesa, cocas y brevas, y en la pista de baile los barraquers divirtiéndose. Lejos de la música electrónica que se oye en los alrededores, suenan canciones de Raphael y alguna ranchera, y con la canción Melancolía los jóvenes que transitan por la Explanada se arrancan a cantar. A Lina la ha dejado su novio y se lamenta de haber perdido cuatro años sin salir por su culpa. Y un nutrido grupo de chavales de Sant Joan insiste en hacerse una foto juntos.

El Casco Antiguo está más tranquilo que de habitual. Allí, tres Erasmus, Philipp de Alemania, Ruta de Lituania y Lucía de República Checa beben y reconocen lo bien que se lo pasan en Alicante. La noche atruena Alicante con una extraña miscelánea musical. Y mientras, arde Alicante de mil maneras.