Descubre un día en la vida de Marisa, una madre de familia que vive en Xeraco y trabaja en Catarroja todos los días cuidando a Amparo, una persona mayor. Todos los días se desplaza entre Xeraco y Catarroja en tren. El tren es el nexo entre su marido y sus hijas y Amparo, a la que quiere como un miembro más de la familia.

El tren que le une a sus dos familias

¡Ring, ring! Como cada mañana desde hace 4 años la alarma de Marisa suena a las 7:10 horas. Sabe que en 5 minutos sonará la repetición, ese sonido que le indica que es hora de levantarse. Se arregla y despierta a Paula y María, sus hijas de 7 y 9 años. Las chicas se arreglan y se preparan para ir al colegio. Marisa lleva a las niñas al colegio que está a escasos metros de su casa y las deja en el desayuno. A ella le gustaría que pudieran desayunar en casa, pero tiene otras obligaciones. El colegio se encuentra a tan solo 10 minutos de la estación de cercanías de Xeraco. Espera en el andén al tren que llega puntualmente a las 8:07 y se monta en dirección Catarroja. 39 minutos de trayecto de tiempo para ella, para pensar en los planes que hará con las niñas y Juan el fin de semana, para leer la última novela de Javier del Castillo o para navegar por internet en busca de alguna ganga. Esa mañana hay caras nuevas en el tren, pero otros rostros son ya de sobra conocidos. A Marisa le gusta imaginarse cómo serán las vidas de esos compañeros de vagón. Todos los días coincide con un chico de unos 30 años que siempre viste ropa deportiva, Marisa se imagina que trabaja en uno de esos centros deportivos que se han puesto ahora de moda porque se baja en su misma estación y le ve caminar en la misma dirección que ella. Incluso, juraría que algún día le vio entrar en un gimnasio. Hoy debe de ser su cumpleaños, o al menos, está de celebración. Lleva un paquete envuelto con dulces de la panadería Juan Estrugo Martí de Xeraco, es la favorita de Paula. Todos los fines de semana siempre desayunan algún día en familia allí.

A las 8:46 horas el tren llega a la estación de Catarroja. A 5 minutos hacia el parque Les Barraques se encuentra el domicilio de Amparo. A sus 83 años está llena de vitalidad, pero los años pesan y no se desenvuelve como antes. Con la puntualidad que la caracteriza, Marisa llega a las 9 a casa de Amparo, como siempre se la encuentra desayunando un café con leche con un terrón de azúcar mientras escucha la radio de fondo. Su curiosidad por el mundo hace que quiera estar siempre informada, muchos días conversan sobre lo que ocurre en el país, la situación de los jóvenes o se cuentan lo que les ha sucedido el fin de semana. Amparo hasta los 65 años trabajó en un banco, es una persona con una conversación muy interesante. O eso es lo que piensa Marisa.

Una vez terminado el desayuno, Marisa la acompaña al baño y le ayuda a lavarse. Es hora del paseo matutino. Juntas se acercan a la farmacia a comprar los últimos medicamentos que le recetó el médico y a comprar algo de pescado y verduras para comer. Marisa quiere cocinarle un plato típico de su tierra: fabes con almejas. Y es que, aunque Marisa lleva 17 años viviendo en Xeraco, nació en Luarca, una villa costera de Asturias. Ambas mujeres comen juntas mientras hablan de todo un poco. Amparo le cuenta a su cuidadora y, ahora, también amiga, que su hijo el mediano se vuelve una temporada a casa porque está en trámites de separación. La anciana está emocionada de volver a tenerle en casa, pero tranquiliza a su compañera de mesa, las visitas diarias continuaran. Su hijo trabaja en una agencia de publicidad de 9 a 7 de la tarde, casi no estará en casa, pero Amparo está ilusionada porque cenará acompañada. Marisa se alegra profundamente por ella, sabe lo feliz que le hace estar con sus hijos y sus nietos, especialmente desde hace 7 años cuando enviudó. Marisa le quiere como a una segunda madre, ella perdió a la suya hace 10 años y su trabajo en casa de Amparo le trae bonitos recuerdos. Trabajar ayudando a los demás la hace tremendamente feliz.

Pablo, hijo de Amparo.

“Estoy enormemente agradecido a Marisa porque además de cuidar y acompañar a mi madre, pone mucha dedicación y cariño. Mi madre la quiere como a una hija más y nosotros estamos muy agradecidos de que pueda estar con mi madre mientras nosotros trabajamos”

Pablo, hijo de Amparo.

Tras un café después de comer, el reloj marca las 4 de la tarde, la hora en la que Marisa tiene que dejar una parte de su nueva familia y coger un tren para que la lleve junto a su otra familia: sus hijas y su marido. Se despide cariñosamente de Amparo y sale rumbo a la estación de tren. Espera en el vagón mientras escucha en Spotify una lista aleatoria, cuando de repente suena una de sus canciones favoritas de Queen “Love of my life”, se queda pensando en cuanto le gusta su trabajo mientras escucha When I grow older, I will be there at your side.

Se monta en el tren que la llevará a Xeraco a recoger a sus hijas del colegio y sonríe involuntariamente mientras piensa en las aventuras que habrán tenido durante el día Paula y María, le encanta cuando sus hijas le cuentan su día con pelos y señales. Una vez en la estación, se dirige al colegio donde ya la esperan Paula y María, de camino a casa le van contando todo lo que han hecho ese día en el colegio. Mientras ellas hacen sus deberes, Marisa se encarga de la casa y prepara la cena, sabe que Juan está al caer. Se preparan para el día siguiente y a las 9 de la noche, los cuatro miembros de la familia se sientan a la mesa a cenar. Es el único momento en el día que pueden compartir los cuatro juntos, pero les sabe a gloria, así que lo disfrutan conversando mientras cenan. Mañana será otro día…