Los altavoces llevaban toda la mañana —desde las 10—sonando sin parar. Un llamado a la oración tras otro, cantados en bucle, exhortaban a todos los estambulís que se acercasen, que viniesen, que fuesen a Santa Sofía hoy, viernes, día sagrado del islam y especial, sobre todo, porque tras 86 años como museo, Santa Sofía se convertía de nuevo en mezquita.

Fue construida en el siglo VI como una iglesia y, con la conquista de Constantinopla por parte de los otomanos en 1453, se convirtió en mezquita. En 1935 fue abierta como lo que era hasta hace dos semanas, un museo. Pero eso ya es historia: desde este viernes, Santa Sofía es la Gran Mezquita de Santa Sofía.

Decenas de miles de personas se ha acercado a la plaza de Sultanahmet, justo delante de la antigua basílica, para celebrarlo y rezar por el futuro musulmán de Santa Sofía. A pocos, antes del mediodía, se les ha permitido entrar —porque dentro estaba Recep Tayyip Erdogan, el presidente, medio gobierno turco, y algunos de sus aliados internacionales, como el emir de Qatar y los presidentes azerí y libio, entre otros, pero con los frescos tapados con cortinas, claro.

Pero la gente, fuera, estaba extasiada. Daba igual que les hiciesen esperar bajo el sol unas horas, tres, cuatro, las que hiciese falta, porque lo importante es que al fin, tras esperar décadas y décadas, lo han conseguido: Santa Sofía es suya.

"La apertura de Santa Sofía no es solo para los musulmanes. A todos les irá bien. Es un símbolo de la grandeza de la humanidad. Y del islam, por supuesto. Ahora somos libres. Nunca antes había entrado a Santa Sofía porque odiaba que fuese un museo. Ahora soy feliz", dice Mansur un señor que ha venido este viernes a Estambul en autobús desde la ciudad de Van, literalmente a la otra punta de Turquía, a 1.600 kilómetros.

"Esto es espectacular. La carretera estaba llena. Me da igual haberme pasado el día al sol y que hayamos estado todos pegados. No hay virus que pueda con Dios", continúa.

Erdogan canta

Y entonces, a las 13:16 del mediodía, el momento del principal rezo de la semana, el climax ha llegado. Desde los minaretes, los altavoces reproducían el llamado a la oración, y la voz que la cantaba les sonaba a todos: aguda, fuerte, con su tono tradicional.

Era Erdogan. "¡Oooooooooh! ¡Tayyip Erdogan!", gritaba la plaza. Al cabo de un minuto, cuando el presidente ha terminado, los gritos se han repetido: "¡¡¡Ameeeen!!! ¡Allakhu Akbar!". Las mujeres, sin embargo, no han podido disfrutar tanto del éxtasis colectivo, porque a ellas, aunque el rezo sea en la calle, se las ha dejado atrás y apartadas, que las tradiciones se deben cumplir tanto si se reza al aire libre como si se hace bajo una cúpula milenaria.

Los asistentes a la ceremonia —todos religiosos y seguidores de Erdogan— ven, así, su sueño cumplido. Pero hay otra parte de la sociedad que lo de hoy ni les va ni les viene. Es casi al 50% de la población. "En una semana, la gente se olvidará de todo y volverá a los problemas que de verdad les importan. En las elecciones lo veremos. La gente, al final, no vota por cuántas mezquitas el Gobierno ha construido o cuántas iglesias se han convertido a mezquita", dice Edgar Sar, politólogo y cofundador del 'think tank' Istanpol.

Pero, esto, ahora, a los islamistas turcos les importa poco. Por primera vez en sus vidas han podido rezar en una mezquita que es más antigua que el islam. Hoy es su día; mañana ya se verá.