El mundo lucha contra una pandemia mortífera y todo lo demás parece secundario... todo menos las elecciones en las que el día 4 de noviembre Donald Trump, actual presidente de los Estados Unidos y candidato republicano, y Joe Biden, aspirante democrata, senador desde hace casi medio siglo y exvicepresidente con Barack Obama, se disputarán el trono de la Casa Blanca tras protagonizar una campaña bronca y bastante previsible.

Así fue el debate final que vivieron ayer a ambos políticos en la Universidad Belmont, de Nashville (Tennessee), con un empate como resultado. Biden intentó hundir a su contrincante con la gestión del coronavirus, apenas lo consiguió. Las irregularidades de su hijo Hunter planeaban en el ambiente, y el veterano legislador de Pensilvania decidió replegar velas. Sabe bien que a pesar de los más de 220.000 muertos que deja el Covid-19 en el país, la gran cuestión es el empleo y la falta de autoestima que recorre la espina dorsal del país. El alma de América está herida y van a ser necesario algo más que tiritas para curarla. Por eso la batalla será encarnizada el primer jueves de noviembre en el cinturón industrial del Medio Oeste, en estados como Wisconsin, Michigan y Pensilvania, donde contra todo pronóstico ganó Trump en 2016 y donde aspira a arrasar de nuevo.

A los pequeños empresarios les ha venido bien el plan fiscal federal de recortes de impuestos y reducción de burocracia. La gente común también aprecia la actitud combativa del presidente frente a China y sus diferentes reglas del juego económico. Del otro lado están quienes acusan a Trump de racista y se erigen en defensores de la población negra, más dividida que nunca, en parte gracias a las políticas que aplicó Obama en su día. El ala radical de los demócratas cierra filas en torno al támden Biden-Harris, al que consideran único capaz de gobernar a la nación más diversa del mundo y profundamente desunida en los objetivos finales.

Trump ha conseguido cifras históricas de empleo pero la pandemia se ha llevado buena parte de ese esfuerzo por delante. La "lealtad" de Biden hacia los trabajadores, su plan para apoyar a la industrial y sus décadas de experiencia política con fama de dialogante (a pesar de ese apodo de "Sleepy Joe" con el que le conocen en Capitol Hill), son otras bazas que juegan los demócratas entre esa gente corriente que busca referentes. Biden, un hombre que ha superado con valor terribles tragedias personales y disfruta tomando helados mexicanos los fines de semana, es para sus detractores, un miembro del establishment, demasiado mayor para el cargo. Trump parte con la ventaja de estar en la presidencia y contar con apoyos seguros como los del poderoso lobby cubano-americano, siempre fiel al partido rojo. En los hogares las familias, con las papeletas en la mano, reflexionan a quien votar. Al fin y al cabo, encuestas aparte, las urnas darán su veredicto.