Pase lo que pase en las elecciones del 3 de noviembre, la impronta de Donald Trump en los tribunales de Estados Unidos perdurará durante décadas. En cuatro años de mandato, el republicano se las ha ingeniado para nombrar a más jueces federales que cualquiera de sus predecesores en el mismo periodo. Todos ellos conservadores y con un perfil muy definido: el 85% son blancos y el 76% hombres, un dibujo que hace de esta hornada de magistrados la menos diversa desde la presidencia de Ronald Reagan, según datos del Federal Judicial Center. La guinda a su pastel llegó el lunes con la confirmación en el Senado de Amy Coney Barrett para ocupar la plaza vacante del Tribunal Supremo, un voto que deja a la máxima institución judicial del país con una mayoría de seis jueces conservadores frente a tres progresistas.

Barrett pasó el trámite por 52 votos a 48. Ni un solo demócrata respaldó su nominación para reemplazar a la fallecida Ruth Bader Ginsburg, uno de los iconos de la América progresista. Y solo una senadora republicana voto en contra de esta jueza ultraconservadora y madre de siete hijos, la quinta mujer en llegar al Supremo en 231 años de andadura. También, la más joven, con tan solo 48 años. El desenlace esperado de la votación cerró el que ha sido uno de los procesos de confirmación más breves de la historia, completado a tan solo ocho días de las elecciones presidenciales, algo que no había sucedido nunca.

Trump quiso amplificar su victoria política con una ceremonia en la Casa Blanca. Barret juró allí el cargo ante Clarence Thomas, el magistrado con más años a sus espaldas en el Supremo. "Haré mi trabajo sin miedo ni favores, con independencia de las ramas políticas y de mis propias preferencias", afirmó la jueza en su discurso. Tanto ella, como Trump y Thomas, comparecieron sin mascarilla. Una imagen que recordó a lo sucedido a finales de septiembre, cuando su fiesta de nominación se convirtió en un foco de infección de coronavirus. Muchos de los contagiados se han recuperado, incluido el presidente, aunque ahora hay una nueva ola de infecciones en el entorno de la Casa Blanca. Cinco asesores del vicepresidente, Mike Pence, se han contagiado.

Oxígeno para el presidente

Los nueve magistrados del Supremo ocupan el cargo de forma vitalicia, un factor que garantiza su control a los republicanos durante la próxima generación. Pero ese desequilibrio podría incrementarse todavía más si Trump conquista la reelección porque uno de los tres jueces progresistas, Stephen Breyer, tiene nada menos que 82 años. "¿Os lo podéis creer? Hasta yo no me lo puedo creer", dijo el presidente el sábado en Ohio al congratularse de los 220 magistrados que ha designado durante su mandato. Para su campaña es la mejor de las noticias posibles, un hito que refuerza sus credenciales entre el electorado conservador y le cubre las espaldas en caso de que el resultado de las presidenciales se acabe impugnando y la batalla legal acabe en el Supremo, como ya sucedió en el año 2000.

No es una posibilidad descabellada, teniendo en cuenta que Trump no ha querido comprometerse a reconocer el resultado y lleva años anticipando sin ninguna prueba que habrá un fraude masivo en los comicios. Su éxito, en cualquier caso, se lo debe a Mitch McConnell, el jefe de los republicanos en el Senado y el arquitecto de la estrategia judicial del presidente. "Muchas de las cosas que hemos hecho estos cuatro años se desharán tarde o temprano después de las próximas elecciones", dijo recientemente McConnell. "Pero a este respecto, (los demócratas) no podrán hacer demasiado durante mucho tiempo".

El partido de Joe Biden está alarmado. Hay muchísimo en juego. Desde el derecho al aborto al matrimonio homosexual, pasando por las regulaciones medioambientales y la reforma sanitaria de Barack Obama, cuya constitucionalidad comenzará a debatirse en el Supremo después de las elecciones. Los demócratas han tratado de frenar la confirmación de Barrett poniendo en evidencia la "hipocresía" de sus rivales, que hace cuatro años bloquearon al juez propuesto por Barack Obama esgrimiendo que quedaban solo ocho meses para las elecciones y que, por lo tanto, la decisión debía recaer en el próximo presidente. También les han acusado de priorizar este asunto en el Senado frente a los esfuerzos para aprobar un nuevo paquete de estímulo económico para hacer frente a la pandemia.

Las opciones de Biden

No les ha servido de mucho. Solo una senadora republicana, la moderada Susan Collins, votó en contra de Barrett. "No creo que sea justo ni consistente votar su confirmación antes de las elecciones", dijo antes de la votación. Barrett reforzará la abrumadora mayoría católica en el tribunal, una fe que profesan seis de sus jueces, pese a ser minoritaria en el país. Hay también dos judíos y un protestante. También anclará a la institución en la derecha, debido a la la ferviente oposición al aborto de la jueza, su línea dura en inmigración o sus objeciones a la reforma sanitaria.

La pregunta es qué hará Biden para remediarlo si gana las elecciones. Muchas voces en su partido le piden que añada otras dos plazas al Supremo. Pero la idea no acaba de convencer al candidato, que por el momento se ha comprometido a crear una comisión de expertos bipartidista para examinar cómo se podría reformar el Supremo.