Joe Biden marcha por delante en el recuento presidencial estadounidense, pero ni la hipotética reconquista Demócrata de la Casa Blanca amortiguará el sensacional fracaso de su candidatura. El "major fraud" denunciado a primera hora de la mañana por Trump no se extiende al conjunto del proceso electoral, pero amortaja al vicepresidente de Obama, una curiosa opción para neutralizar al mejor político populista contemporáneo. Enhorabuena también a los voluntariosos encuestadores y enviados especiales a Estados Unidos. Han transmitido con fidelidad su sensacional capacidad de autoengaño, acreditada desde que proclamaron ganadora a Hillary Clinton.

El eslogan más famoso de la primera campaña de Trump consistió en proponer que "puedo matar a tiros a una persona en la Quinta Avenida y no perdería ni un solo voto". Con el lógico desgaste de cuatro años en el cargo, ha demostrado que todavía puede "herir a tiros a una persona en la Quinta Avenida y no perder ni un solo voto". Enfrente, el coronavirus regaló prácticamente las elecciones a Biden, a quien por lo visto no votan ni con mascarilla. Su única misión reconocida era escandalizarse a cada disparate de su rival.

Trump no termina de perder y Biden no empieza a ganar. Es difícil encontrar un precedente de la presión enorme ejercida para desalojar al inquilino de la Casa Blanca, un presidente que siempre ha tomado como referente a Silvio Berlusconi y que lo ha proyectado hasta sus últimas consecuencias. La tergiversación bienintencionada de su mandato se trasladó a la acusación ahora mismo de haber falsificado un tuit, omitiendo que seguía a un mensaje del otro contendiente que también hablaba de victoria tras el desastre Demócrata de Florida. A menudo daba vergüenza escuchar a Trump, nadie escuchará al espectral Biden si se sobrepone a la aciaga jornada electoral. Un problema menos.