Japón es un país acostumbrado a los movimientos sísmicos. Ubicado en el conocido como cinturón de fuego del Pacífico, la región soporta más de 1.500 de terremotos al año, según los registros de la Agencia Meteorología nipona. Sus edificios e infraestructuras están preparados para resistir estos envites constantes de la naturaleza, pero lo ocurrido el 11 de marzo superó cualquier previsión y sumió al país en un caos que dejó más de 15.899 muertos (datos oficiales del 10 de diciembre de 2019), miles de heridos y daños materiales estimados en más de 250 mil millones de euros.

Considerado como el mayor terremoto de la historia de Japón y el cuarto más fuerte registrado en el mundo, el seísmo, de 9,1 grados de magnitud, alteró el eje terrestre en aproximadamente 10 centímetros y acortó la duración de los días en 1,8 milisegundos, según estudios de la NASA.

Aproximadamente una hora después del terremoto, un tsunami, cuya gran ola alcanzó una altura de más de 37 metros, golpeó la costa japonesa arrasando todo a su paso y provocando una fuga nuclear en la ya famosa central de Fukushima, que mantuvo en vilo al país asiático durante semanas.

Imagen aérea de Fukushima tras un incendio en el reactor 3 Reuters

El desastre de Fukushima

Tepco había blindado sus centrales de Fukushima para aguantar terremotos de magnitud 8 y tsunamis de 6 metros, pero, ese 11 de marzo de 2011, no fue suficiente. Cuarenta y seis minutos después del seísmo, olas de 14 metros impactaron contra los muros de la central de Daiichi. La segunda central nuclear, la de Daini, también recibió el violento zarpazo del Pacífico, pero los daños fueron menores 11 kilómetros al sur.

“La ola pasó muy por encima del dique”, recuerdan. El agua salada anegó los generadores de emergencia e inutilizó el sistema de refrigeración. La temperatura de los seis reactores y de las piscinas con uranio usado siguió aumentando.

El sábado, 12 de marzo, por la noche se produce la primera explosión en el reactor 1 de Fukushima. A contrarreloj, los técnicos tratan de purgar liberando gases al exterior; pero fracasan y los reactores 2 y 4 revientan. En tres días se producen tres fusiones y tres explosiones de hidrógeno.

Tras ocho jornadas de lucha, Japón admite que la leche y las verduras de la zona tienen altos niveles radiactivos. También se amplía el área de evacuación hasta los 20 kilómetros de radio, con lo que 154.000 personas se ven afectadas. Sin embargo, el viento dispersa isótopos por el aire y el agua radiactiva contamina el mar. Pese a la gravedad de la catástrofe atómica (la única de nivel 7 junto a la de Chernóbil, en 1986) no causó muertes directas, aunque luego la OMS confirmó un fallecido por cáncer. 

En palabras del nobel Kenzaburo Oé, este accidente demuestra la necesidad de poner fin a la "era de la de dependencia nuclear". Japón, con el hongo de Hiroshima y Nagasaki aún en la retina, echó el freno de mano. Esta decisión provocó que el precio de la luz se disparara, en una subida que tuvo relación con más de 1.200 muertes por frío entre 2011 y 2014.

El veredicto de la comisión parlamentaria de investigación es claro: fue "un tremendo desastre provocado por el hombre que podría haber previsto y evitado".

El antes y después de la catástrofe

Fue el tsunami posterior al terremoto el que causó más daños en el país, sobre todo en la costa este, en las provincias de Aomori, Iwate, Miyagi y Fukushima, donde llegó a destrozar pueblos enteros. Pese a que el gobierno japonés había invertido miles de millones de euros en construir muros marinos anti-tsunamis que rodean el 40% de sus más de 34.700 km de línea costera, las gigantescas olas pasaron por encima de ellos llegando a afectar a zonas que estaban a más de 40 kilómetros en el interior del país.

Según datos de la Agencia de Policía Nacional japonesa, se contabilizaron un total de 15.899 muertes, de las cuales el 92,5% fallecieron ahogadas, y más de tres mil desaparecidos. Además, más de 45.700 construcciones fueron destruidas y 144.300 sufrieron algún daño.

Las tareas para la reconstrucción y recuperación de las zonas afectadas siguen siendo hoy una "una de las máximas prioridades del Gobierno", tal y como declaró hace días el primer ministro nipón, Yoshihide Suga.

De hecho, este martes, el Ejecutivo nipón aprobó un nuevo paquete de ayudas económicas que extiende hasta 2031 las operaciones de la Agencia de Reconstrucción, un organismo instituido específicamente para esa tarea, que, entre otras medidas, pretende promover el retorno de la población a las zonas que fueron evacuadas a raíz del desastre nuclear y que continúan siendo de acceso restringido.

Solo de la prefectura de Fukushima continúan desplazadas unas 36.000 personas a raíz del desastre atómico, el cual también mantiene a un 2,4 % del territorio designado como "de difícil retorno" debido a los niveles excesivos de residuos acumulados a raíz de las fusiones parciales de tres de los reactores de la planta.

Cómo evitar futuros desastres

El Gran Terremoto de Japón y el posterior tsunami pusieron de manifiesto las deficiencias en la mitigación de desastres y la necesidad de utilizar mejor información para evacuaciones eficientes y seguras, tanto en Japón como en el resto del mundo.

En los últimos 10 años, los científicos japoneses han afinado sus investigaciones para determinar cómo se genera la altura de las olas cuando se desencadena un tsunami y el daño potencial que estas olas pueden causar cuando impactan en tierra con el objetivo de reducir daños antes futuras catástrofes.

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