Rusia sigue sin poder controlar la pandemia de covid, pese a contar desde hace tiempo con un amplio y variado arsenal de vacunas contra la enfermedad y por más que las autoridades lancen campañas de información e ideen incentivos monetarios y hasta loterías para que la población acuda a los centros de inoculación. Según los datos oficiales, en las últimas 24 horas, un total de 852 personas han fallecido como consecuencia de la enfermedad, pulverizando la anterior cifra de 828 decesos registrada hace apenas cuatro días.

En la ciudad de Moscú, las autoridades locales han confirmado la existencia de una segunda oleada de la variante Delta, considerada mucho más contagiosa que las primeras cepas del virus, circunstancia que ha incrementado en un 24% la cifra total de nuevas infecciones y en un 15% la de hospitalizaciones. Este martes, se contabilizaron un total de 21.559 nuevos contagios, una variable que desde hace dos semanas no desciende de la fatídica barrera de los 20.000 casos diarios.

Mayor mortandad

Rusia es, de largo, el país del continente europeo donde la enfermedad ha causado mayor mortandad. De acuerdo con los muy restrictivos criterios aplicados por el Gobierno ruso, un total de 205.531 personas han perdido la vida como consecuencia de la enfermedad desde el inicio de la pandemia, aunque según los números de la agencia estatal de estadísticas Rosstat, dicha cifra superaría las 350.000 personas.

De acuerdo con los expertos, la expansión del virus en el país euroasiático, en contraste con la constatada remisión de la enfermedad en gran parte de Europa y Norteamérica, tiene dos motivos principales. Por un lado, la reticencia de la población a vacunarse, una actitud que no es más que una consecuencia de la amplia desconfianza que suscitan las autoridades entre la ciudadanía. Según la página web Gogov, tan solo un 28,6% de la población había realizado la pauta completa de vacunación, muy por debajo, no solo de la UE o EEUU, sino incluso de Brasil o México.

En segundo lugar, el temor de las autoridades a imponer estrictas medidas de alejamiento social o confinamiento, en un contexto de crisis económica y reducción de los ingresos. La exigencia de portar máscara en lugares públicos o transporte colectivo apenas se cumple, mientras que los tímidos intentos de implantar un sistema de QR para acceder a restaurantes y bares tuvo que ser desechado ante la eventualidad de llevar a la ruina a un buen número de establecimientos.