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Guerra en Ucrania

Así fueron los días de miedo y tensión en Chernóbil

Un empleado de la central atómica relatan las jornadas vividas durante la ocupación de la central por las tropas rusas

Imagen de archivo de la zona de exclusión de Chernóbil. EP

El mundo contuvo el aliento durante el mes largo en el que las tropas rusas ocuparon la central nuclear de Chernóbil. De la noche al día, el lugar más contaminado del planeta por emisiones radioactivas se había convertido en un objetivo militar, arrebatado por una potencia extranjera al país que llevaba más de dos décadas gestionando las peligrosas instalaciones, con todo lo que ello implica para la seguridad del lugar y de sus 2.600 trabajadores. Y aunque todo parece indicar que los invasores rusos se comportaron con prudencia, sin voluntad de empeorar la situación, sí es cierto que lo extraordinario de las circunstancias, con empleados trabajando horas extras a destajo y obligados a consultar con permanencia sus movimientos con unos mandos militares que desconfiaban profundamente de ellos, pudieron provocar algún error o descuido fatal.

Serhiy Makluk, responsable de uno de los grupos de trabajo que se turnan en Chernóbil, dio el relevo el 20 de marzo al exhausto colectivo que trabajaba en la central desde el día de la invasión, liderado por Valentin Geiko, el hombre que negoció con los ocupantes los términos de la operación y que, según la revista The Economist, incluía concederles pleno acceso a los edificios administrativos, pero no a las instalaciones que daban servicio a los reactores que ya no están en funcionamiento. Makluk relata ahora a El Periódico, a través de videoconferencia, las circunstancias de la ocupación y sus dimes y diretes con los mandos militares rusos, que en algunos casos incluyeron momentos de gran tensión.

Este responsable empieza su relato recordando el impacto visual que recibió nada más penetrar en la Zona de Exclusión en torno a la central. "Había puestos de control por todos lados y, en la entrada, soldados rusos nos registraron todas nuestras pertenencias", explica. Pese a lo intimidatorio de la situación, nadie entraba donde no tenía que entrar y se respetaba el acuerdo que habían alcanzado con los mandos rusos su colega Geiko. Eso sí. "Había soldados en cada planta. Y todo tenía que pasar por ellos, cualquier movimiento debía ser reportado y aprobado por ellos. Si queríamos ir a otro edificio o a una zona remota, lo teníamos que notificar y, en ocasiones, hasta nos ponían un convoy", relata.

Minimizar el contacto

La actitud de los militares fue en todo momento "neutral y respetuosa". "Intentaban no interferir en nuestro trabajo y nosotros minimizamos el contacto con ellos", valora el responsable. "Estaba claro que eran conscientes del peligro y no tenían intención alguna de empeorar la situación; además, entre ellos no solo había personal militar, también habían enviado funcionarios de ROSATOM (la agencia rusa de la energía atómica) para coordinar sus acciones con nosotros. Ellos sí que conocían su peligrosidad", continúa.

La ruptura de los turnos de trabajo constituyó, según Makluk, el principal desafío para la seguridad de Chernóbil. El trabajo en la central se organiza en torno a dos tandas, una de siete horas y cinco días a la semana, y otra de 12 horas y con la ocupación rusa, todos estos horarios cuidadosamente planificados se fueron al traste: "Trabajábamos sin descanso y dormíamos cuando podíamos, unas pocas horas", recuerda. Y aunque el personal de la central está altamente cualificado, bajo semejante presión es evidente que "el nivel de atención se rebaja" y "se incrementan las posibilidades de cometer un error", admite. Por ello, ante el cariz que habían adquirido los acontecimientos, los mandos de la central limitaron las tareas a realizar la "prestación de servicios" y el "mantenimiento", dejando de lado las actividades más comprometidas, destaca Makluk.

Bajo amenaza

El único momento en que los trabajadores de Chernóbil se sintieron bajo amenaza sucedió el día en que los militares rusos se retiraban. Se dieron cuenta de que los ocupantes se disponían a trasladar en un convoy a un lugar desconocido, probablemente a Rusia a los 170 integrantes de la Guardia Nacional ucraniana que vigilaban las instalaciones en el momento de la invasión y que habían sido prisioneros desde el primer día. "Les montaban en los vehículos en grupos de a diez y con las manos atadas a la espalda", explica.

"Mi colega, el segundo jefe del grupo, Volodia Falshovik, hizo un anuncio por megafonía denunciando que estaban transportando a nuestros soldados a una localización desconocida; dos generales vinieron, nos confiscaron todos nuestros dispositivos móviles y nos encerraron; durante más de tres horas no pudimos ir a ningún sitio", rememora. La protesta no sirvió de nada. Los soldados ucranianos finalmente fueron trasladados a territorio ruso, donde esperan ser intercambiados como prisioneros de guerra por soldados rusos bajo custodia del Ejército de Kiev.

Mucho se ha especulado en torno a la posibilidad de que los rusos, al cavar trincheras y remover las tierras en el interior de la Zona de Exclusión, hubieran podido incrementar los niveles de radioactividad en la atmósfera. Makluk intenta tranquilizar a la población. "Lo quiero dejar claro: los soldados rusos no cavaron en el Bosque Rojo, el lugar más peligroso; cavaron las trincheras en un lugar más limpio, cerca de Pripyat (donde habitaban los trabajadores de Chernóbil hasta la catástrofe de 1986). Es una zona contaminada donde no se puede vivir, pero descarto que por culpa de ello, alguien vaya a tener síntomas de radiación", concluye, tajante.

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