Descabalgado del poder, Boris Johnson dice adiós a su aventura como primer ministro del Reino Unido mucho antes de lo que pensó, atrapado en una sucesión de polémicas propiciadas por sus propios excesos, mientras su país prolonga con el nuevo relevo en Downing Street la espiral de incertidumbre iniciada con el referéndum del Brexit de 2016.

Las fiestas en pandemia del primer ministro, que llegó a necesitar oxígeno cuando permaneció ingresado con coronavirus en abril de 2020, han acabado por tumbar la carrera del gran animal político de la escena británica en los últimos años. El informe oficial, que demostró que Johnson mintió en el Parlamento cuando se desvinculó de las celebraciones, fue una de las puntillas para una carrera política que llevaba meses en el alambre.

Johnson ha caído menos de tres años después de su ascenso –como relevo ‘tory’ de Theresa May, antes de recibir en diciembre de 2019 el respaldo de las urnas– víctima de sus errores, pero también de su excolaborador Dominic Cummings, el hombre que asoma detrás de las filtraciones del ‘partygate’. El asesor, uno de los cerebros de la campaña pro Brexit, ha ejecutado así una fría venganza tras ser forzado a dimitir en noviembre de 2020, precisamente tras saltarse las restricciones contra la covid-19 durante el confinamiento.

Los escándalos y excesos han acompañado a Johnson a lo largo de toda su carrera, como atestigua su etapa en la alcaldía de Londres, desde donde, sin embargo, logró proyectarse como figura política, con una mezcla de conservadurismo y comportamiento excéntrico que exprimiría después como defensor del Brexit.

Fue precisamente con la salida del club comunitario cuando vio una ventana de oportunidad, no tanto para irrumpir como relevo de David Cameron tras su dimisión, sino para crecer como alternativa en la crisis del Partido Conservador que May no logró reconducir desde Downing Street en el peor momento de las negociaciones con Bruselas. La imposibilidad de lograr un acuerdo en el seno de la formación acabó por forzar también la renuncia de la primera ministra, y en ese clima, Johnson, defensor de un Brexit duro, pudo hacerse con el liderazgo ‘tory’ y erigirse en primer ministro. Era julio de 2019. No sabría que durante su mandato, además de gestionar la salida de la Unión Europea, tendría que enfrentarse también a una pandemia y a una guerra en Europa.

Con el viento a favor, las urnas respaldaron su apuesta en las elecciones de diciembre de ese año, en las que obtuvo una clara victoria sobre el laborismo.

Hijo de la élite

Johnson, que es padre de dos hijos con su esposa Carrie y tiene otros cinco vástagos de relaciones anteriores, nació en Nueva York en 1964. Miembro de la elite inglesa, se formó en algunas de las mejores escuelas del país y se graduó en Estudios Clásicos en la Universidad de Oxford.

Después, inició una carrera como periodista que tampoco se libró de la polémica. En el diario The Times fue despedido por publicar un artículo sobre un supuesto amante del rey Eduardo II con citas de su padrino que no dudó en manipular para dramatizar la historia. Pese a ello, prolongó su trayectoria periodística como corresponsal en Bruselas de The Daily Telegraph.

En 2001 resultó elegido diputado al Parlamento británico y en 2005 David Cameron lo nombró responsable de Educación del Partido Conservador, en la oposición entonces. Poco a poco, comenzó a ganar popularidad, fácilmente identificable por su comportamiento extravagante y su aspecto desaliñado.

Pero el gran salto lo dio al convertirse en 2008 en el primer alcalde conservador de Londres. Como regidor de la ciudad, puso rostro a la organización los Juegos Olímpicos de 2012 y ganó un cierto prestigio de gestor con decisiones como la que instauró el sistema público de alquiler de bicicletas. Un año antes de determinar su mandato, regresó al Parlamento al obtener su escaño en las elecciones de 2015.

El Brexit como reclamo

Fue entonces cuando enarboló la bandera del Brexit, convirtiéndose en uno de los rostros más representativos de la campaña de los partidarios de abandonar la Unión Europea. Lo hizo enfrentándose a la posición de David Cameron y pese a la ambigüedad que había mostrado previamente, en un movimiento que muchos juzgaron como de pura conveniencia política.

En el furor pro Brexit posterior a la votación, azuzó el sentimiento nacionalista apostando por una salida dura como solución frente a la larga y farragosa negociación que la primera ministra Theresa May sostenía con Bruselas. Escenificó su posición dimitiendo en 2018 como ministro de Exteriores y se ganó el apoyo de su partido. La jugada acabó coronando la ambición de un animal político cuyo recorrido termina ahora, por unas fiestas en la pandemia. No fue capaz de seguir las normas que él mismo impuso al resto.