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Las fronteras de la ansiedad

El polvorín de Letonia: ¿rusos discriminados o quinta columna?

Las tensiones avivadas por la guerra de Ucrania han hecho que en el país se hable abiertamente de la posibilidad de un conflicto étnico

Un grupo de niños juega al fútbol frente al Memorial de la Victoria en Riga (Letonia), vallado y a expensas de ser desmantelado por las autoridades locales. Ricardo Mir de Francia

Un grupo de niños juega al fútbol en un parque de Riga sin prestar la más mínima atención al monumental polvorín que se levanta detrás de su portería: un obelisco de 79 metros y dos estatuas. Una de ellas dedicada la “madre patria” rusa, la otra, a los soldados del Ejército rojo. Levantado en 1985 para conmemorar la victoria soviética en Letonia sobre la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, el memorial ha sido objeto constante de polémicas y hasta algún atentado desde que este pequeño país de menos de dos millones de habitantes recuperara su independencia en 1991. Para los nacionalistas letones no es más que un símbolo oprobioso de la “ocupación soviética”. Un símbolo que tiene los días contados, después de que una ley aprobada el mes pasado autorizara el derribo de centenares de monumentos consagrados al pasado soviético.  

Banderas letonas y ucranianas junto a una de las estatuas del Memorial de la Victoria de Riga (Letonia), cerrado por la policía antes de que sea desmantelado. RICARDO MIR DE FRANCIA

El cemento agrietado del memorial de Riga es una de las placas tectónicas que vuelven a resbalar en el corazón del Báltico a raíz de la guerra de Ucrania. La invasión orquestada por el Kremlin ha relanzado las políticas de desrusificación en Letonia, un país donde uno de cada cuatro de sus habitantes son rusos étnicos, rusoparlantes o culturalmente afines a Moscú, un porcentaje muy similar al de Estonia. (En Lituania son cerca del 6%). “Es un error desmantelar el memorial. Necesitamos mantener los lazos entre las dos comunidades y esto solo sirve para dividir a la gente”, dice Oleg Tiunchik, directivo de una farmacéutica de 62 años mientras prepara su bicicleta para hacer un poco de ejercicio. “Nuestros líderes están sobreactuando”. 

La retirada de los monumentos ha ido acompañada de otras leyes que han soliviantado a la minoría rusa, como la que ha tratado de poner freno a la propaganda del Kremlin prohibiendo sus canales de televisión o la que está eliminando progresivamente desde 2018 la lengua de Pushkin de la educación secundaria letona. Todo ello en un país donde el ruso ejerce de lengua franca en ciudades como Riga, donde los matrimonios interétnicos son relativamente frecuentes y donde todavía quedan partidos políticos que defienden los intereses de la comunidad rusa. “El Gobierno está jugando con fuego al azuzar las tensiones étnicas en lugar de buscar el consenso con un discurso nacionalista que se ha radicalizado a medida que avanzaba la guerra en Ucrania”, asegura el politólogo de la Universidad de Riga Stradins, Sergey Kurk. “Busca una sociedad más homogénea y cree que la forma de conseguirlo es a través de la lengua”. 

Bloques de apartamentos en un barrio obrero de Riga habitado mayoritariamente por rusos étnicos. RICARDO MIR DE FRANCIA

La presencia rusa en Letonia se remonta varios siglos atrás, aunque se disparó durante la época comunista, cuando decenas de miles de rusos fueron enviados al país para trabajar en sus fábricas, ocupar altos cargos en la Administración o nutrir las bases militares abiertas en las nuevas fronteras occidentales de la URSS en el Báltico. Muchos acabaron naturalizándose tras la independencia mediante el examen sobre lengua y cultura letona que se exigió a los emigrantes llegados al país después de 1940, fecha del inicio de la primera ocupación soviética. Pero no todos lo hicieron, ya fuera porque consideraban humillantes aquellos exámenes o porque prefirieron mantener sus pasaportes rusos.

Rusos sin ciudadanía

Hoy el 30% de los rusos letones no tiene la ciudadanía y los derechos que conlleva, lo que ha servido a los activistas de la comunidad para clamar que están "discriminados". Un adjetivo con resonancias explosivas en el Kremlin, que ha hecho de la protección del “mundo ruso” una política de Estado que no duda en invocar para invadir países.

Degi Karayev es uno de esos activistas. Empresario de profesión, llegó a Letonia en 1979 desde el Cáucaso, cuando el país era todavía parte de la Unión Soviética. “Después de la independencia pasaron a llamarnos ‘ocupantes’ y, desde que comenzó la guerra en Ucrania, directamente ‘enemigos’ o ‘agentes rusos’”, afirma desde un café de Riga. Karayev, que fue recientemente interrogado por la policía por su activismo, no es ciudadano porque considera un ultraje que no se nacionalizara automáticamente a los rusos de Letonia. “Yo puedo hablar y leer en letón, pero no lo hago porque no hay nada interesante en su literatura o su cine”, dice con cierto desprecio hacia la cultura de su país de acogida. 

El activista ruso Degi Karayev en una cafetería de Riga. RICARDO MIR DE FRANCIA

Conflicto interétnico

Es esa clase de actitud la que enerva a la clase dirigente letona, que no tiene reparos en describir a parte de la comunidad rusa como una “quinta columna”, particularmente a los 20.000 militares rusos, agentes del KGB y oficiales del Partido Comunista que se quedaron en el país tras la independencia. “Esta gente vino a Letonia sin la intención de aprender nada porque se sentían los dueños de todo. Muchos de ellos han mantenido esa mentalidad”, asegura Edvins Snore, diputado por la Alianza Nacional, un partido populista letón integrado en la coalición de gobierno. “Los llamamos quinta columna porque siguen siendo leales a Rusia. No hay otra forma de describirlo”. Su Gobierno, añade, prepara medidas para incentivar que parte de la comunidad se marche del país.

De acuerdo con una encuesta reciente, solo el 40% de los rusos letones condena la invasión de Ucrania. Una postura que para el profesor Kurk es más una crítica implícita a las políticas de Riga que un apoyo real a Putin, mientras que para el diputado nacionalista letón es un reflejo de las verdaderas lealtades de la comunidad rusa.

Lo que parece claro es que el fantasma de un conflicto interétnico planea sobre el país. “Letonia fue parte del Imperio zarista y de la URSS y puedo imaginarme que un día vuelva a Rusia. No veo ningún problema en que sea así”, dice Karayev, el activista ruso, antes de añadir que “las políticas letonas nos están empujando hacia una guerra civil”. Su némesis nacionalista no parece ofender por la pregunta. “Todo dependerá de Rusia. Si las cosas les hubieran ido bien en Ucrania, nos enfrentaríamos a un gran peligro porque los medios rusos no dejan de decir que no somos un país ni tenemos derecho a existir. Y, claro, si algún día hacen algo recurrirán a los rusos de Letonia”, concluye Edvins Snore.  

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