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Guerra en Ucrania

El Kremlin y su fascinación por el veneno

Chubáis, hospitalizado por una enfermedad rara, encaja en el perfil de personaje 'traidor' al que Moscú quiere eliminar mediante éste método | Lenin fue en 1921 el creador del programa secreto soviético para fabricar sustancias tóxicas que probablemente acabó con la vida, entre otros, de Raoul Wallenberg, el diplomático sueco desaparecido en Hungría

Putin conversa con Chubáis, hospìtalizado en un país europeo aquejado de una rara enfermedad neurológica. EFE

"Nuestros líderes siempre han estado interesados en el veneno". Esta lapidaria frase, referida a la extinta Unión Soviética y que parece extraída de una novela de Agatha Christie, no ha sido pronunciada por un personaje cualquiera. Fue la conclusión con la que se cierra un capítulo de Special Tasks (Operaciones especiales), la escalofriante y detallada autobiografía de Pável Sudoplátov, alto oficial de los servicios secretos soviéticos durante la era de Stalin, publicada en 1994, pocos años después la disolución de la URSS.

La contundente aseveración, pronunciada por alguien que en su día recibió el apodo de terminator del dictador georgiano, ha recuperado su vigencia esta semana, cuando se informó que Anatoli Chubáis, el padre de las privatizaciones durante los 90 y el político ruso de mayor rango que ha desertado desde el inicio de la guerra en Ucrania, había sido hospitalizado en un país europeo aquejado de una rara enfermedad neurológica. Sus médicos no descartan que haya sido envenenado, mientras que la parálisis facial que padece, amén de su incapacidad para caminar, agitan todas las especulaciones.

De confirmarse, la noticia no tendría nada de extraña. Como mandatario más relevante que ha abandonado a Putin por su desacuerdo con la contienda, Chubáis encaja como un guante en el perfil de personaje objetivo a eliminar mediante este método añejo, que a los ojos del Kremlin parece resultar más atractivo que una ejecución por arma de fuego o incluso un accidente, por poner dos ejemplos. "El envenenamiento concede al Kremlin un amplio grado de negación plausible", asegura a El Periódico de Catalunya John Sipher, exagente de la CIA durante 28 años, y destinado en los años 90 en Moscú. Las autoridades rusas negarán por todos los cauces las acusaciones "pero el mensaje (de que el país no perdona a los traidores) será entendido por las personas a las que va dirigido", continúa Sipher.

Christo Grozev, periodista de investigación en la web Bellingcat y ganador del premio de prensa europeo en 2019 como autor de las informaciones que desvelaron la identidad de los agentes rusos que envenenaron a Serguéi Skripal y a su hija Yúlia, va más allá de la negación plausible. En un email dirigido a este diario, asegura que en el caso de los envenenamientos de opositores en el interior de Rusia, "la investigación forense es encargada al Instituto de Criminología del FSB (Servicio Federal de Seguridad, uno de los herederos del KGB) en Moscú, que es de hecho la institución que supervisa el programa de envenenamientos". "Es el crimen perfecto, porque el investigador se investiga a sí mismo, y por supuesto, no halla ninguna traza", concluye. Incluso si la operación no sale como estaba planeada, como parece que fue el caso del asesinato fallido del bloguero anticorrupción Alekséi Navalni con un agente tóxico del grupo Novichok , "genera terror y tiene grandes efectos disuasorios entre los activistas políticos y de derechos humanos".

Ninguna novedad histórica

El método no constituye en ningún caso novedad histórica alguna. Según reveló el agente Sudoplátov, fue Vladímir Ilich Lenin, el primer líder de la URSS, quien creó el primer laboratorio en 1921, aunque no fue hasta años más tarde cuando los dirigentes soviéticos decidieron orientar su uso hacia la eliminación de los oponentes. Los años en los que Stalin estuvo al frente del país, el programa, que ha sido bautizado a lo largo de la historia con nombres como Lab X, KameraLaboratorio 1 o Laboratorio 12, fue capitaneado por Grigori Marianovski, un bioquímico de origen judío quien, al igual que Joseph Mengele y otros científicos nazis, llevaba a cabo experimentos con presos del gulag, a los que suministraba, con la comida o como medicación, sustancias tóxicas como ricinocurare o gas mostaza en su afán por hallar un veneno sin sabor que no dejase huellas.

La lista de ilustres envenenados por el espionaje soviético y ruso es larga. En la obra Special Tasks, Sudoplátov llega a afirmar que el diplomático sueco Raoul Wallenberg, desaparecido durante la ocupación soviética de Hungría en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y cuyo destino constituye uno de los grandes misterios por resolver de la era contemporánea, fue víctima de estos experimentos. "Mi estimación es que Wallenberg", al que los servicios soviéticos "intentaron reclutar sin éxito", fue asesinado "mediante una inyección de veneno como tratamiento médico", escribe el exagente. Su cuerpo "fue cremado" ya que una autopsia "habría revelado la naturaleza exacta de su muerte", asevera.

En la actualidad, Lab X no tiene una ubicación concreta. "Hemos identificado varias localizaciones como el Instituto Científico Signal en Moscú o el Instituto de Acústica Aplicada en Dubná", aunque el programa también se desarrolla "en instalaciones militares", explica Grozev. "Un antiguo director del GRU", el servicio militar de inteligencia, "coordina este programa virtual", continúa el especialista, en el que "sus científicos trabajan mano a mano con sus colegas del GRU, el FSB o el SVR", el servicio de inteligencia exterior.

Pese a la larga tradición existente en Rusia y la URSS de envenenar a los oponentes, ha sido sin duda bajo el mandato de Vladímir Putin cuando este método se ha empleado con mayor frecuencia en el frente doméstico. "Desconozco la razón, pero sus biógrafos han descrito su extraña fascinación que tenía con el uso del veneno en su etapa de agente secreto en Alemania Oriental", subraya Grozev.

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