Los líderes de los países del sudeste asiático (ASEAN) se han reunido este viernes en Camboya con el desastre birmano en la agenda y escasas expectativas de arreglarlo. Será el inicio de un maratón diplomático que continuará con la cumbre del G-20 en Indonesia y la de la Cooperación Económica del Asia-Pacífico en Tailandia. No es habitual que las cuestiones de gobernanza global se discutan en Asia, a pesar de contar con el 60% de la población del mundo, pero el aluvión de dirigentes ajenos a la ASEAN e incluso al continente subraya su creciente relevancia geoestratégica. En las próximas horas aterrizarán el presidente estadounidense, Joe Biden, el primer ministro chino, Li Keqiang, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, el presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, y el presidente japonés, Fumio Kishida.

No hay asunto más apremiante ni enjundioso en el sudeste asiático que la espiral de violencia que sufre Myanmar desde que los militares tumbaron el gobierno democrático de Aung San Suu Kyi casi dos años atrás. Unos 2.400 activistas y otros civiles han muerto, según la Asociación de Asistencia a Prisioneros Políticos. Lo resumió Hun Sen, presidente camboyano y anfitrión, en la víspera: “Estamos ante el momento más crítico, las vidas de millones de personas en la región dependen de nuestra sabiduría y nuestras acciones”. Es seguro que nada relevante saldrá de esta reunión porque, entre otras cuestiones, falta el representante birmano. La ASEAN ha prohibido la participación del general Min Aung Hlaing, al igual que el pasado año, y aunque no faltan razones para la sanción, es legítimo preguntarse si eliminar al interlocutor facilita el diálogo.

Fuerte represión

La magnitud de la tragedia birmana, con represión a raudales y asesinatos impunes, explica que la ASEAN abandonara su tradicional pasotismo en cuestiones de soberanía interna. Su compromiso con la paz quedó plasmado en el acuerdo de cinco puntos firmado con Myanmar: cese de violencia, diálogo entre las partes, mediación de la ASEAN, ayuda humanitaria y la llegada de un enviado especial. La ignorancia del acuerdo por Rangún es tan palmaria como la frustración de la ASEAN. Apenas se han cumplido, y sólo de forma incompleta, el tercer y cuarto punto. Alega la Junta Militar que la pandemia y la resistencia armada de los rebeldes han torpedeado la hoja de ruta. También ha advertido a la ASEAN de que su insistencia en cumplir los plazos es contraproducente y la ha desdeñado como “el perrito faldero” de Estados Unidos.

Las mayores presiones para que la ASEAN jubilara su política de no-interferencia llegan, efectivamente, desde Estados Unidos. No es casual que haya adoptado sanciones de corte occidental por primera vez a pesar de que la región ha visto tragedias similares o mayores desde que la organización fuera fundada 55 años atrás. Malasia, Indonesia y Singapur son los más hostiles hacia la Junta frente a la actitud más contemplativa de Camboya o Laos. “Lo repetimos una vez más: lo que ocurre en Myanmar no puede hacer de la ASEAN un rehén. No podemos dejar que la situación de Myanmar defina a la ASEAN”, ha declarado esta tarde el presidente indonesio, Joko Widodo.

Expulsar a Myanmar

Los organizadores han descartado que en esta cumbre se expulse a Myanmar de la ASEAN. Sí es posible que la organización inicie los contactos oficiales con el Gobierno de Unidad Nacional. Es un ente vaporoso, formado por los legisladores del partido de Suu Kyi, que se autoproclama como el gobierno legítimo birmano, y que es considerado por la Junta como una organización terrorista. Su reconocimiento arruinaría sin remedio cualquier sintonía entre la ASEAN y la Junta Militar. 

Otros asuntos en la agenda que quedarán eclipsados sin remedio son el cambio climático, la recuperación económica tras la pandemia, las conflictos territoriales en el Mar del Sur de la China o las riesgos para la zona de la rivalidad entre Pekín y Washington.