Ciudad de "mártires"

El líder de la milicia más poderosa de Yenín: "Queremos que Palestina se levante en una tercera intifada"

EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, visita el campo de refugiados de esta ciudad cisjordana y conversa con el jefe de un grupo armado, buscado por las autoridades israelís | "Sólo queremos vivir una vida normal, no levantarnos cada mañana y sólo tener que pensar en cómo sobrevivir”, cuenta

Una calle del campo de refugiados de Yenín.

Una calle del campo de refugiados de Yenín. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Andrea López-Tomàs

En el campo de refugiados de Yenín, la muerte está presente en cada esquina. Decenas de rostros jóvenes, ya desaparecidos, protagonizan los carteles que se sobreponen en las paredes. Presumiendo de arma, miran a los ojos a otra generación dispuesta a morir. Aquellos tachados de terroristas por Israel son considerados héroes para los miles de palestinos condenados a una ocupación que no parece tener fin. Ayudado por estos "mártires", Abu Mujahed, bajo un seudónimo que significa "padre de los luchadores", se ha prometido que "esta será la última ocupación de la historia". "Queremos que Palestina se levante en una tercera intifada para que el mundo entero escuche nuestro sufrimiento", proclama tras el pasamontañas, vestido con la tradicional kufiya palestina.

A Abu Mujahed le duele hablar de la vida en Yenín. "Sólo queremos vivir una vida normal, no levantarnos cada mañana y sólo tener que pensar en cómo sobrevivir", cuenta a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, desde un lugar seguro, arriba del campo que es su hogar y su escondite. Las autoridades israelís le buscan por liderar una de las milicias más poderosas del campo. Durante la redada del Ejército hebreo del pasado jueves que arrasó con 10 vidas palestinas, él perdió a cinco amigos. "Luchábamos juntos, vivíamos juntos, comíamos juntos, lo hacíamos todo juntos", explica frente a la casa derruida donde fueron asesinados. Habla con apenas un deje de pena, y una gran pizca de orgullo. Su amiga Thawra Staiti bromea. "Nunca sé si esta va a ser la última vez que le vea, si mañana estará vivo o muerto", reconoce con sorna. 

Sin futuro

Thawra, cuyo nombre significa revolución, encarna las penurias de vivir en Yenín. Abogada de profesión y actriz por devoción, esta madre de dos pequeños no conoce la dignidad. "Mi padre se pasó 30 años en cárceles israelís; por eso, no lo conocí hasta que cumplí ocho años y no me reconocía", rememora. Esta palestina sabe que si no hubiera nacido en Yenín, su vida sería otra. "Cada noche nos acostamos con una mala noticia para despertarnos con otra peor", lamenta. Sin oportunidades de trabajo –Yenín es la ciudad con las tasas de desempleo más elevadas de toda Cisjordania–, se pasa el día sentada en casa pendiente de las noticias. 

"Me preocupa que mis hijos no estén seguros yendo al colegio", afirma, "la mayoría de días ni pueden ir por la presencia de soldados israelís". Este 2023, ya han muerto ocho niños por fuego israelí. "No tenemos una vida normal para nada", reconoce Thawra. Cuando los disparos se perpetúan día tras día, se queda sin excusas. "Siempre miento a mis hijos al preguntarme qué son esos ruidos, les digo que son tiros celebrando una boda", reconoce. La palabra futuro pierde el sentido en Yenín. "A nivel económico, la ciudad es completamente inestable, no hay trabajos y los jóvenes sólo quieren morir, matar para ir al cielo", cuenta, resignada. 

Gran batalla en el 2002

Hace más de dos décadas que Yenín está bajo el punto de mira de los israelís. Durante la segunda intifada, el campo de refugiados fue escenario de una de las mayores masacres. En la Batalla de Yenín, el Ejército israelí ocupó el campo alegando que era un semillero de la militancia palestina. Más de 400 casas fueron destruidas, dejando a una cuarta parte de la población sin hogar y desplazada. Los palestinos afirman que 500 personas murieron durante la invasión israelí, pero la ONU considera que sólo fueron 52 en el lado palestino y 23 soldados israelís. "Ahora, la gente que está en la resistencia son aquellas que sufrieron las pérdidas de sus familiares o casas en el 2002", afirma Abu Mujahed. 

También, durante aquella ofensiva, se perdió el único teatro de la ciudad, situado en el campo de refugiados. Al terminar la segunda intifada, en 2006, reconstruyeron el proyecto bajo el nombre de Teatro de la Libertad. Mustafa Sheta hace seis años que lo dirige, ejerciendo su propia estrategia de resistencia. "La respuesta a la violencia israelí por parte de los habitantes del campo no es una revolución en sí misma, es una reacción", cuenta. "Mientras los israelís llevan años aplastándonos y haciéndonos creer que somos menos, la gente ha decidido responder y no lo hará con docilidad, porque no se nos está tratando dócilmente", reclama el también activista.

Una imagen del campo de refugiados de Yenín.

Una imagen del campo de refugiados de Yenín. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

"Amamos la vida"

Durante el último año, las incursiones militares israelís sobre Yenín han aumentado. Los 10.000 palestinos del campo hace meses que no duermen tranquilos, ya que las redadas y campañas masivas de detención ocurren de madrugada. También en Nablus, otra ciudad al norte de la Cisjordania ocupada, domina el insomnio por la irrupción constante del Ejército israelí. Al menos 167 palestinos fueron asesinados por fuego israelí en 2022, convirtiéndolo en el año más letal desde la segunda intifada. Entre Nablus y Yenín, han fallecido 90 ciudadanos. 

Sheta tiene muy presente esa violencia. En 2002, mientras bebía un vaso de agua en su cocina, su padre recibió el disparo que acabó con su vida. "Cualquier persona a la que le preguntes en el campo tiene al menos un mártir en su familia", reconoce. Por eso, en ese duelo compartido, radica su necesidad para seguir luchando. En el principal bastión de la resistencia palestina, honran a sus "mártires" mirándoles a los ojos cada día. Desde las esquinas, sus miradas les recuerdan que hay mil motivos para la batalla. "Amamos la vida y luchamos para vivir", apunta Abu Mujahed. "Ese es nuestro objetivo: queremos vivir como el resto del mundo", concluye, antes de esconder su rostro tras el pasamontañas.

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