La lacra del terrorismo

Benín lucha contra el yihadismo que busca propagar el terror en el paraíso del Complejo W-Arly-Pendjari

Los yihadistas quieren propagar el caos que ya se vive en otros países como Mali, Burkina Faso, Níger y Nigeria

Soldados del Ejército de Benín, en la frontera con Burkina Fasso.

Soldados del Ejército de Benín, en la frontera con Burkina Fasso. / RICARD GARCIA VILANOVA

Alfred Hackensberger

Al final de la tarde, se divisa un grupo de seis elefantes -unos más oscuros y otros más pequeños que sus congéneres de la sabana- mientras se dan un baño en el borde de una enorme charca de agua oculta por la maleza. Dos crías se divierten jugueteando entre ellas. Ninguno de los animales parece haberse dado cuenta de la presencia de los cocodrilos, de los cuales sólo sobresalen por encima de la superficie del agua las puntas de los hocicos y las protuberancias de los ojos. Por encima de todo, flota el canto de innumerables pájaros que con su colorido iluminan la bucólica estampa.

Es un oasis en el desierto que forma parte de la extensión del parque nacional W en el norte de Benín. El área protegida es parte del Complejo W-Arly-Pendjari (WAP), distribuida en un área de un total de 50.000 kilómetros cuadrados en el zona fronteriza de Benín, Burkina Faso y Níger. Es la reserva natural más grande de África Occidental, con leones, guepardos y antílopes y hace unos años era un popular destino turístico. Benín llegó a contabilizar 6.000 visitantes anuales llegados de todo el mundo. Pero esta tendencia se ha detenido abruptamente por tiempo indefinido. Los parques nacionales se cerraron hace ya dos años y nadie sabe cuándo se reabrirán. La razón son los grupos de terroristas islamistas que utilizan los bosques como bases de su actividad.

El primer incidente ocurrió en Benín en 2020, con el secuestro de dos turistas franceses. En diciembre de 2021 fue atacada una patrulla militar beninesa y desde entonces no han dejado de sucederse las agresiones. Sólo este año se han contabilizado más de 60 ataques de islamistas armados y más de 50 muertos, entre ellos cuatro guarda parques y dos de sus conductores. Este mes de mayo, los extremistas decapitaron al menos a 15 personas en un pueblo en el norte del país y secuestraron a una docena de residentes.

Propagar el caos

Los yihadistas quieren propagar el caos que ya se vive en otros países como Mali, Burkina Faso, Níger y Nigeria. Son militantes del Estado Islámico (EI), pero sobre todo del JNIM (Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimeen, Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes), que va en aumento. El JNIM es un conglomerado de diferentes milicias terroristas vinculado a Al Qaeda, con un gran dominio de las redes sociales y que ha sabido capitalizar las sensibilidades étnicas. Esto incluye, en particular, el conflicto entre agricultores sedentarios y pastores nómadas por la tierra y agua. Se han erigido en una autoridad para los más desfavorecidos y, a diferencia del poder estatal, dan acceso a recursos y otros beneficios sociales.

Es un modelo que JNIM ya practicó con éxito en Mali y ahora ha exportado a otros países de la región. La crisis ecológica y social ahonda la desigualdad. "Cada vez hay menos tierra por el cambio climático y el agua escasea", explica Ulf Lässing, jefe de la sede de la Fundación Konrad Adenauer (KAS) en Mali. "Además, hay altas tasas de natalidad, pocas oportunidades educativas y pocos trabajos", añade Lässing, antes de avisar: "Las crisis fundamentales son de hecho tan impactantes que no tienes tiempo de pensar. La región es una bomba de relojería".

La expansión de los yihadistas en el África subsahariana es un fenómeno aterrador. Incluso estados como ChadRepública Centroafricana y Mozambique se ven afectados. Los gobiernos se ven impotentes ante esta tendencia. Sucede en Burkina Faso. Uagadugú no se atreve a detener a los yihadistas ubicados en la frontera con Benín. "Burkina Faso se ha rendido y ha dado carta blanca a los terroristas", dice el coronel del Ejército beninés Faizou Gomina, sacudiendo la cabeza. Él está a cargo de la defensa del norte del país. Pero Benín, un Estado relativamente pequeño con casi 15 millones de habitantes, "bajo ninguna circunstancia se rendirá", asegura el coronel. "Lucharemos contra el terrorismo con todos nuestros medios". De hecho, Benín se está armando, el Ejército ha reclutado nuevos soldados, compra nuevas armas, vehículos y construye nuevas bases en las regiones amenazadas.

Niños y mujeres refugiados de Benín en un campo de Burkina Fasso.

Niños y mujeres refugiados de Benín en un campo de Burkina Fasso. / RICARD GARCIA VILANOVA

Estrategia civil

"Pero el problema no se puede abordar solo militarmente", enfatiza el oficial. "También contamos con una estrategia civil local para apoyar a las comunidades". Las autoridades controlan el acceso en las reservas naturales. Los residentes puede recolectar miel y hierbas medicinales y visitar lugares sagrados. En las afueras del parque también es urgente la instalación de los puntos de agua requeridos. Eso impedirá que las milicias islamistas de JNIM recluten a nuevos miembros.

Árboles de mango dan sombra al patio de armas de la base militar en Parakou, la ciudad más grande del norte de Benín. Ya temprano en la mañana la temperatura es de casi 30 grados. Unos 150 jóvenes, todos hombres, esperan con impaciencia para postularse al Ejército. Benín está buscando 2.000 nuevos soldados este año. En 2024 está previsto que se unan otros 3.000. El aumento de efectivos es urgente porque el existente Ejército de alrededor de 15.000 hombres debe controlar más de 2.000 kilómetros de fronteras con Togo, Burkina Faso, Níger y Nigeria. Además de eso, se necesitan grandes contingentes luchar contra el JNIM en el norte.

"Siempre quise ser soldado", dice Dieudonné, de 28 años y vestido con una camiseta con la imagen del rapero estadounidense Travis Scott. "Hasta ahora ha nunca lo había conseguido, pero ahora finalmente puedo defender mi patria". Simon también está orgulloso de poder llevar pronto un uniforme. Tiene de 24 años y es de Materi, un pequeño pueblo en el noroeste, no lejos de la frontera a Togo y Burkina Faso. "En la ciudad la situación es segura", asegura. Pero afuera es muy peligroso. "Como civil, me enfrento a la muerte todos los días", añade. "Pero ahora que soy soldado, lucharé". El apoyo de la población parece seguro para el Ejército. Los indiscriminados ataques del JNIM contra aldeanos inocentes son demasiado brutales e inhumanos.

"Entro todos los días en el bosque para obtener información sobre los terroristas", afirma König Oumarou Iloutchoka de Atfakora, en un lugar del parque nacional W. El señor del clan se sienta con gafas de sol en un sillón monstruoso en la recepción de su vivienda, con leones, búfalos, leopardos y una avestruz pintados en las paredes. "Luego le paso la información al comandante militar porque los terroristas son una vergüenza", afirma. Unos 250 kilómetros más al oeste, a bordo de un el helicóptero sobre la interminable sabana del parque nacional de Pendjari, se divisa la base militar de Arly. De hecho, está en la zona de Burkina Faso. Pero según la Iniciativa de Accra de 2017, Benín puede combatir la "expansión del terrorismo" en territorio extranjero.

En vehículos blindados

"Aquí, en Arly, uno de los primeros ataques de terroristas tuvo lugar en 2021", explica el comandante Georges Kpovihin. Señala los agujeros de bala que todavía están en las paredes de la base. "Dejaron sus bicicletas en el monte para espiarnos primero y después lanzaron un dron". Tras varias horas de tiroteo en las que los islamistas perdieron muchos hombres, se retiraron. "Sólo murió un soldado en el ataque", agrega el coronel Kpovihin.

Otro punto de acceso a la zona de la reserva natural de Pandjeri es Koalou. El Ejército va allí sólo en vehículos blindados. El JNIM ha entrado muchas veces en el pueblo y ha asesinado a numerosos residentes. La situación se ha calmado desde que el Ejército mantiene una base militar allí. Sin embargo, todavía hay muchas tiendas cerradas. "Los terroristas solían tener un campamento a solo cuatro kilómetros de distancia", explica el coronel Kpovihin. "Ahora están estacionados en Nadiagou, a unos 15 kilómetros de distancia".

En la plaza principal se reúnen las mujeres del pueblo para recoger agua de la fuente pública que ha construido el Ejército. "La escuela está cerrada, las enfermeras del centro de salud se han ido", se quejan, al unísono. Algunas han perdido a sus maridos y tienen que mantener ellas solas a siete u ocho hijos. "Cuando vinieron los terroristas dijeron que debíamos desaparecer", revela Yara Tankouanou, de 45 años. "Los terroristas regresaron y mataron a muchos de los que no se fueron, entre ellos a mi esposo. Los decapitaron", finaliza.

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