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El compromiso

Nicolás nos narra la toma de un colegio como civilizada protesta contra la educación chilena

El compromiso

Paula me miró con sus ojos negros cuando yo estaba cruzando la puerta del colegio hacia la calle, listo para irme:

-Nicolás -me llamó sin alzar la voz-. ¿Te vas?

Me detuve, desconcertado. La miré, sin responder. Entonces, ella me dijo eso de que no siempre se podía ver la vida desde la seguridad del arco. Esta flaca no tiene ni idea de fútbol, pensé, mucho menos de lo que significa ser arquero. Ser arquero no es estar seguro ni a salvo. Ser arquero no es mirar la vida como lo hacen los espectadores desde las graderías. Por eso me atreví a corregirla. «A mí no me gusta ver el partido desde afuera, nunca lo hago», le dije, Y di la vuelta. Y subí las escaleras y volví a entrar al colegio. Y ella me sonrió por unos segundos, y luego siguió intentando convencer a los que iban saliendo, en una fila apretada e impaciente, de que también se quedaran en la toma.

Antes de volver a cruzar la puerta del instituto pude ver las caras atónitas de Domingo, Fernando y Rafa, que se quedaron en la calle mirando como entraba, haciéndome gestos, gritando algo que yo no alcancé a escuchar.

Eso fue hace tres días. Cuando todos los profesores, y también el director, se fueron. Y cuando la mayoría de los alumnos también lo hizo. Cuando los treinta y cinco que estamos aquí dentro, tomamos oficialmente el colegio.

Yo había escuchado de manifestaciones y tomas y, la verdad, pensaba que era otra cosa. Aunque no lo cuento nunca, a mediados de los ochenta, cuando yo aún no había nacido, mis papás andaban todo el día en protestas y barricadas. Sobre todo mi mamá a la que nunca llamo mamá. En casa todos la llamamos María José. Y María José era la primera en salir y enfrentarse a los pacos. Eso cuenta Ernesto, mi papá. Más de una vez le dieron palizas y la subieron a la patrulla. Mi abuelo iba y la sacaba de la comisaría, antes de que «ocurriera una desgracia», como suele decir. Mi abuelo en esa época tenía contactos con un oficial de carabineros, aunque es una historia en la que mi mamá prefiere no ahondar. María José y Ernesto se conocieron justamente en una protesta. Ernesto ya estaba en la Universidad y mi mamá aún iba al colegio. Se escaparon juntos, se fueron a vivir a una habitación del centro y se casaron en secreto dos meses después, cuando mi mamá cumplió dieciocho años. A mi abuelo casi le dio un infarto, eso cuenta la abuela. Y hasta el día de hoy apenas si se hablan con mi papá. Solo se saludan, siempre de usted, y se intercambian algunos gruñidos las pocas veces que están juntos en una habitación. Tres veces al año, exactamente. En Navidad. El día de mi cumpleaños. Y el día del cumpleaños de la Javi, mi hermana chica.

Así que yo ya había escuchado una y otra vez la historia de las protestas de los ochenta, durante la dictadura. La policía esperando para atacar, el guanaco lanzando un furioso chorro de agua, las bombas lacrimógenas, los palos que daban a diestra y siniestra, los ojos llorosos, la garganta picosa y apretada que sólo se aliviaba chupando limones, y también los amigos que los pacos se llevaban y a veces nunca más regresaban.

Nada de esto ha sucedido.

Ésta es la toma más civilizada que yo haya imaginado.

Primero, el martes, hicimos un paro de media hora, en solidaridad con otros liceos que ya estaban en la toma. Salimos de las salas de clase y nos sentamos en el patio. Había alumnos con carteles y algunos gritaron consignas. A todo el mundo le gusta perderse alguna clase, por eso hubo tanta convocatoria. Después de hinchar un rato, volvimos a clase.

Pero el miércoles en la mañana los del Centro de Alumnos convocaron a una asamblea general. Leyeron un manifiesto y dijeron que se tomaban el colegio.

A unas pocas cuadras de aquí están los liceos públicos más emblemáticos de la ciudad, los más luchadores y combativos. El Nacional, el Aplicación... Nosotros siempre hemos sabido de ellos, pero ellos no tenían ni idea de que existíamos. Hasta ahora, porque somos de los pocos colegios privados que se han sumado a las protestas y tomas que hay en todo Chile.

Cuando Valentín terminó de leer el manifiesto del Centro de Alumnos, los profesores se fueron. Y el director cerró con llave su oficina y salió, después de aconsejarnos a todos mucha prudencia y de darle unas palmaditas en el hombro a Valentín. Y la mayoría de los alumnos se fue, felices de tener unos días de vacaciones obligadas. Y nos quedamos nosotros, los 35. Las puertas se cerraron, y se atrancaron las ventanas con maderos y palos.

En la reja que da a la calle lateral pusimos las mesas y las sillas con las patas hacia fuera, como una enorme escultura de madera y metal.

Al día siguiente, en la mañana, recibimos la visita de un delegado de la Asamblea Coordinadora. Valentín lo presentó como el Cachorro Salazar, casi haciéndole reverencias cuando lo condujo hasta la pizarra de la sala de reuniones. Salazar era alto y grande y parecía de 18 o 20 años aunque vestía uniforme de secundaria. Se paró frente a nosotros con las manos en la espalda y lo primero que hizo fue felicitarnos por la toma. Todos allá estaban orgullosos de que un colegio como el nuestro se hubiera sumado al paro estudiantil, dijo. Porque, agregó, significaba que todos los estudiantes del país, ricos y pobres, estábamos en la misma onda. Era un excelente síntoma, continuó que se produjera esta toma «emblemática» (y el tono con que dijo «emblemática» me sonó torcido, como que no era ningún piropo).

-La educación chilena se ha vuelto una forma más de reproducir la enorme desigualdad de nuestra sociedad. Al que nace pobre en una comuna sin recursos no le queda otra que ir a un liceo municipal pobre y de bajísima calidad.

Extraído del libro «Al sur de la Alameda. Diario de una toma»

Autora: Lola Larra

Ilustrador: Vicente Reinamontes

Editorial Ekaré

1.- Próximos al Colegio de Nicolás había dos liceos. ¿Por qué hasta ahora no habían tenido contacto y ahora sí?

2.- ¿Cuál fue la causa para tomar el Colegio la clase de 35? ¿Cómo se fue preparando?

3.- ¿Consideras que es fundamental que todas las personas gocen del derecho a la educación sin discriminación?

4.- Escribe un cuento sobre un niño que no puede ser atendido en su colegio por «tener unas deficiencias especiales». Envíalo por correo postal, acompañado de un dibujo, nombre, apellidos, curso, colegio, teléfono y correo electrónico personal, al Concurso Literario del Grupo Leo. Apartado de Correos 3.008, 03080 Alicante. O por e-mail, a esta dirección: grupoleoalicante@gmail.com.

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