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La primera máquina de escribir «nació» en Alicante

Abelardo Toledo (Gorga, 1880) inventó en 1912 la Victoria, modelo que perfeccionó con 3 patentes más y que fabricó en Valencia

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El invento fue celebrado en la prensa de la época como un aldabonazo para «las industrias españolas». La máquina de escribir era a principios del siglo XX un ingenio casi revolucionario. Y el joven pintor alicantino Abelardo Toledo Carchano tenía la patente desde julio de 1912. En la memoria de la patente, describía al milímetro cada engranaje de su «máquina de escribir plenamente visible sistema Toledo». Todos los avances ya estaban incorporados. La máquina era plenamente moderna. Además, su inventor se asoció con Felipe Ferrer, que aportaba el dinero, para poner en marcha en la calle Guillem de Castro de Valencia la factoría en la que se fabricarían cientos de máquinas. En los troqueles y tornos, llegaron a trabajar unos 30 empleados.

Toledo tuvo vista hasta para el nombre de su invento. La máquina Victoria rendía homenaje a la reina Victoria Eugenia. Los dos empresarios acudieron al Palacio Real el 8 de mayo de 1915. Ya hacía dos años que producían en serie la máquina. Pero Abelardo creó una muy especial con trenzados, apliques de flores de lis y coronas a ambos lados del carro. Todos esos adornos, así como los aros de las teclas, eran de oro y plata. Los dos socios se la regalaron a Alfonso XIII. Esa «joya» estuvo expuesta en la Puerta del Sol y los madrileños hicieron cola para admirarla. Todavía existe. Juan Carlos I la tenía en su despacho.

El inventor, que nació en Gorga en 1880 y estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, estuvo emparentado por trayectoria con el movimiento Arts and Crafs. Pintó, experimentó con la cerámica (estuvo influenciado por el art déco e incluso por estéticas orientales) y fue un empresario de éxito. Siguió perfeccionando la Victoria y patentó, en 1915, 1919 y 1927, tres nuevos modelos. La presentación de la máquina en diciembre de 1914 en el Congreso de los Diputados impresionó a los políticos. Los diputados Juan de la Cierva y Julio Burrell, entre otros, le enviaron telegramas de felicitación.

La «máquina española» se implantó de forma generalizada en la administración central, provincial e incluso en los ayuntamientos. De hecho, en la Gaceta de Madrid se publicó el 12 de abril de 1917 una real orden que recomendaba el uso de la Victoria en todos los organismos públicos e institucionales.

La empresa Ferrer y Toledo se hizo grande y entraron nuevos socios. En 1923, pasó a sociedad anónima con el nombre de Industrial Victoria, S. A.

La mercantil todavía solicitó en 1928 una patente para una nueva marca de máquina de escribir, la Hispania. Le fue concedida un año después, pero para entonces los socios ya habían vendido la firma a una empresa catalana.

Abelardo Toledo se reinventó. Ya en 1926 había puesto en pie en Manises la fábrica de cerámica La Esfinge. Producía cerámica tradicional pero también piezas radicalmente modernas de art dèco.

El inventor alicantino murió en 1948, a los 68 años de edad. Su figura se ha desdibujado con el tiempo. Pero en los últimos años su nieta, la periodista y licenciada en Arte Julia Toledo, ha rescatado las licencias y memorias de las patentes, las referencias en los diarios de la época a la máquina Victoria, los folletos de la firma Ferrer y Toledo y muchos otros documentos que confirman la trascendencia del ingenio de teclas que creó su abuelo.

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