Xàbia ha encontrado el camino para poner sus calas a salvo de la masificación. Y el camino se recorre andando. Los bañistas ya lo saben. A las calas se baja en «el cochecito de san Fernando, un ratito a pie y otro caminando». Y se lo toman con filosofía. «Si hay que caminar, se camina», indicó ayer un joven de València que bajaba cargado con una nevera a la clausurada cala de Ambolo.

El paisaje recompensa. Ahora que los accesos a la Barraca, la Granadella y Ambolo se han sacudido la presión de los coches, este litoral todavía tiene mejor cara. No hay atascos ni malos rollos. La odisea (y los nervios) de encontrar un hueco en el que aparcar ya es cosa del pasado.

Sólo falta que empiece a funcionar el «trenet» de la Granadella. Ya se sabe que sacar una licitación es tirar una moneda al aire. El empresario que se ha llevado el contrato no ha presentado todavía toda la documentación. El plazo acababa esta medianoche. Este fin de semana todavía no echará a andar este pintoresco transporte público.

Pero lo que sí marcha sobre raíles es el control del acceso a estas tres calas. El ayuntamiento ha contratado a la empresa de seguridad Seycu. Sus empleados se encargan de bajar las barreras cuando se agota el aparcamiento. El vigilante de la Barraca cerró el acceso ayer a media mañana. Un compañero recorre en motocicleta el vial y avisa cuando los bañistas empiezan a coger los coches y marcharse. Se liberan plazas de estacionamiento y entonces el vigilante de la barrera vuelve a abrir esta aduana contra la masificación.

Estos primeros días del control de acceso la cosa ha funcionado sobre ruedas. Este fin de semana ya es una buena prueba de fuego. Los turistas van a acudir en tropel a este bello litoral. Las calas de Xàbia están de moda.

El vigilante de la Granadella no tuvo ayer que bajar la barrera. Quedaba sitio para aparcar en la calle Pic Tort. Dado que el «trenet» se ha retrasado, aquí se tiene un pelín de manga ancha. Desde la barrera hasta la playa, hay un buen trecho. Bajar andando cargado de sombrillas, toallas y neveras (los turistas de las calas van preparados para pasar el día) es una paliza.

La caminata en Ambolo también es penosa. El ayuntamiento ya ha desistido de levantar vallas y de cerrar a cal y canto este litoral, que está clausurado desde 2006 por desprendimientos. Tras los derrumbes provocados por las lluvias torrenciales del pasado mes de abril, colocó un potente cerramiento de metal. Los turistas lo rompieron.

Se ha optado también por el control de acceso. Aquí, eso sí, no pueden pasar en ningún momento los bañistas con sus coches. El vigilante sólo franquea el paso a los residentes y a los trabajadores de los chalés que se construyen en el acantilado. También, claro está, a los jardineros y profesionales que se ganan el jornal con el mantenimiento de las casas que salpican el litoral xabienc.

Los bañistas se suben al cochecito de San Fernando. El vigilante les dibuja un negro panorama. Un turista juicioso volvería sobre sus pasos. Pero la belleza de Ambolo es irresistible. El vigilante avisa de que la cala está cerrada por desprendimientos. Les indica que no es segura. Y les insiste en que se baja con la inercia, sin hacer mucho esfuerzo, pero luego subir resulta muy fatigoso; agotador.

Y es cierto. Los bañistas, después del relajante día de playa, arrastran los pies senda arriba y luego por el vial. Hay que ser muy incondicional de Ambolo.

Las medidas para persuadir a los turistas de que este litoral es peligroso han surtido efecto. En la orilla hay bañistas, pero no está a tope como ocurría en los últimos veranos. Ambolo se ha sacudido la masificación.

Los forofos de esta cala, los que miran a otro lado cuando pasan junto al cartel de cerrado por desprendimientos, están encantados. Y a sus anchas.