Siempre se ha dicho que el Montgó, además de un parque natural de extraordinaria riqueza botánica (más de 650 especies documentadas), es un parque cultural y arqueológico. Sí, las más de 2.000 hectáreas de este paraje dan para un extenso tratado de biología. Pero también hay materia para un gran libro de historia. Y quizás la senda que mejor plasma la exuberancia botánica e histórica del Montgó es la que lleva hasta la Cova de l’Aigua. Es de las más visitadas en verano, cuando esta ladera de umbría permite caminar sin sofocarse. En los días de invierno, la ruta resulta un pelín sombría. No da el sol en todo el día. Ya en las proximidades de la cueva, que está alojada justo donde la vegetación da paso al precipicio de ebúrnea piedra, caen goterones del agua que se filtra de la montaña.

Las brigadas del parque del Montgó han mejorado en los últimos meses esta senda de la cara norte de Dénia. Han colocado una barandilla en uno de los tramos. Cumple una doble función. Los senderistas pueden agarrarse y, al tiempo, se evita que se salgan de la vereda y se metan en el «runar» (casquijal o pedregal). La senda es más segura y se marca bien por donde deben ir los excursionistas, que suelen tener la tentación de buscar atajos y pisar a discreción la montaña.

La Cova de l’Aigua destila historia. Aquí está el vestigio más evidente de la romanización del Montgó. Los soldados romanos de la Legión VII Gemina grabaron en el año 283 en la pared berroqueña una inscripción. Utilizaban este punto como atalaya desde la que controlar el territorio de Dianium. Y no pasaban sed. El agua brotaba de la montaña. La inscripción está «enjaulada» para evitar que los excursionistas la dañen con grafitis y pintadas, una manía que ha ensuciado los vestigios del antiguo aljibe.

En la Cova de l’Aigua crece una especie botánica de enorme valor, la herba santa (Carduncellus dianius), endémica del Montgó y de la isla de Ibiza.