El Castell de l’Olla, único castillo de fuegos artificiales que se dispara completamente desde el mar en todo el Mediterráneo español, volvió a iluminar la bahía de Altea, entre la “illeta” de La Olla y la finca Villa Gadea, en la noche del pasado sábado después de anularse durante 2020 y 2021 a causa de la pandemia. Alrededor de 50.000 personas, según datos de la Policía Local de Altea, presenciaron el espectáculo pirotécnico que llegaba a su trigésimo cuarta edición y en la que rendía un homenaje a su creador e impulsor en 1987, José Ángel Navarro, “Barranquí”, fallecido el pasado 4 de febrero.

La pirotecnia valenciana Ricasa, responsable de disparar el Castell de l’Olla desde 2015, ofreció durante 23 minutos un intenso y gran espectáculo de luz, fuego y color en donde se pudieron contemplar, entre otras figuras, 13 colas de pavo real (la “marca” de este evento) y más de mil palmeras, algunas con 300 metros de diámetro explotadas a 250 metros de altura, producto de 1.800 kilos de masa explosiva. El pirotécnico Ricardo Caballer señaló a INFORMACIÓN que el Castell de l’Olla “es el más grande de toda la Comunidad Valenciana hoy en día, muy por delante de los de las Fallas de Valencia las Hogueras de Alicante”.

El Castell de l’Olla reunió el sábado en Altea a cincuenta mil personas

El Castell de l’Olla reunió el sábado en Altea a cincuenta mil personas David Revenga

Un viento que casi suspende el “Castell”

El Castell de l’Olla se disparó a las 12 en punto de la noche del sábado. Las fuertes rachas de viento de poniente reinantes desde cuatro horas antes del comienzo previsto puso los nervios a flor de piel en los miembros de la Cofradía del Castell de l’Olla, organizadores de este espectáculo pirotécnico, dado que podía ocurrir como pasaba a la misma hora en Elche con la anulación de la Nit de l’Albà.

Eran las nueve de la noche y las expectativas de que se disparase el castillo de fuegos eran de gran incertidumbre, máxime cuando en ese momento en que se estaban entregando los premios “Illeta d’Or” caía un poco de lluvia, el viento superaba los 20 kilómetros por hora, y por el horizonte del mar, así como detrás de la sierra Aitana, se veían rayos de tormenta en el cielo. Ricardo Caballer confiaba en que el mal tiempo amainase para poder disparar el castillo, y algunos miembros de la cofradía afirmaban que “este año se disparará, aunque sea a la una de la madrugada”.

El viento continuó con menor intensidad, y milagrosamente al filo de las doce de la noche se convertía en una suave brisa de poniente que ayudó a despejar el humo de las carcasas para que el Castell de l’Olla luciera en todo su esplendor con la luna llena y algunas Perseidas como acompañantes de la fiesta del fuego, la luz y el color en Altea.

Ya desde el inicio del castillo de fuegos se presagió lo que habría durante 23 minutos. Desde las siete plataformas ancladas en el mar se dispararon al unísono otras tantas palmeras de variados colores como los verdes, azules, rojos o amarillos. El público no se esperaba este comienzo y comenzó a aplaudir. Después vendrían los aros de luz, las medusas voladoras, corazones, y tres colas gigantescas de pavo real. El espectáculo estaba servido. Los truenos, como sinfonía, acompañaban melódicamente a las grandes palmeras, y los cuerpos del público vibraban, bien por la emoción o bien por la sacudida de las explosiones. Uno de los momentos más intensos se producía a los 15 minutos del inicio del castillo de fuegos: desde el mar comenzaron a salir desde tres puntos a la vez una gran cantidad de carcasas en dos direcciones paralelas a la playa para formar una preciosa figura parabólica de colores rojo, amarillo, azul y blanco.

Después, la cadencia del fuego fue “in crescendo”: Seis palmeras disparadas a la vez se unían en lo alto del cielo con otras figuras como serpientes de color o medusas doradas que subían y bajaban. Continuaba una enorme palmera blanca de 300 metros de diámetro explotada a 250 metros de altitud. Y se llegaba al final con una apoteosis de palmeras y pavos reales acompañados por una estruendosa mascletá provocando los vítores que el público arrancó de manera espontánea.