Aunque entonces no lo sabían, los líderes mundiales que en los años 80 firmaron los acuerdos para salvar la capa de ozono y prohibieron los gases clorofluorocarbonados (CFC), causantes del agujero que la amenazaba, salvaron también a la Tierra de una catástrofe climática y de convertirse en un «planeta quemado». Un equipo de investigadores acaba de desvelar que, con esa medida, se evitó también un nivel de calentamiento que hoy haría directamente inhabitable el planeta.

El grupo de investigadores que se encarga de medir el impacto del Protocolo de Montreal sobre la capaz de ozono, si no se hubieran prohibido en todo el planeta los CFC ya estaríamos ante la realidad de una «Tierra quemada».

Según han comprobado a lo largo de sus investigaciones, si se hubieran seguido usando los productos químicos que degradaban la capa de ozono (básicamente aerosoles y ciertos sistemas de aire acondicionado) la capacidad del planeta para absorber el carbono de la atmósfera se habría deteriorado de tal manera que la temperatura global se habría disparado hasta límites muy superiores a los actuales.

La nueva modelización realizada por el equipo internacional de científicos del Reino Unido, Estados Unidos y Nueva Zelanda, publicada en la revista ‘Nature’, dibuja una visión dramática de un planeta Tierra calcinado sin el Protocolo de Montreal. Es lo que ellos llaman el “mundo evitado» o «planeta quemado».

El estudio, por tanto, establece un nuevo y estrecho vínculo entre dos grandes grandes problemas medioambientales: el agujero en la capa de ozono y el calentamiento global.

El equipo de investigación, dirigido por un científico de la Universidad de Lancaster, revela que si no se hubieran erradicado los CFC, su uso continuado y creciente habría contribuido a que la temperatura del aire en el mundo aumentara 2,5ºC más a finales de este siglo. Eso supondría una situación catastrófica para el planeta, pues rebasaría considerablemente el objetivo del Acuerdo de París, situado en un aumento de 1,5º C o 2ºC como máximo.

Lo que consiguió la prohibición de los CFC

De este modo, la prohibición de los CFC protegió el clima de dos maneras: frenando su efecto invernadero y, al proteger la capa de ozono, preservó las plantas frente a los aumentos dañinos de la radiación ultravioleta (UV). Pero, además, protegió la capacidad de las plantas de absorber y retener el dióxido de carbono de la atmósfera, factor clave para evitar una mayor aceleración del cambio climático.

El equipo de investigación ha desarrollado un modelo informático que permite observar cómo sería el planeta si todo hubiera seguido igual y si los políticos no hubieran tomado las decisiones que se requerían. Es un modelo que reúne datos de todo tipo, especialmente sobre la reducción progresiva de la capa de ozono, los daños en las plantas por el aumento de los rayos UV, el ciclo del carbono y el cambio climático. En este ‘futuro alternativo’, se ha incluido el supuesto de que el uso de los CFC siguiera creciendo alrededor de un tres por ciento al año.

El resultado no puede ser más estremecedor: el crecimiento continuado de los CFC habría provocado el colapso de la capa de ozono en la década de 2040, mientras que para 2100 ya habría un 60% menos de ozono sobre los trópicos. Este agotamiento sobre los trópicos habría sido peor que el observado en el agujero que se formó sobre la Antártida.

Siguiendo esta simulación, en 2050 la intensidad de los rayos UV del sol en las latitudes medias, que incluyen la mayor parte de Europa, incluido el Reino Unido, Estados Unidos y Asia central, sería más fuerte que la de los trópicos actuales.

Los efectos sobre la vegetación serían devastadores. Las plantas absorben dióxido de carbono (CO2) a través de la fotosíntesis y los grandes aumentos de UV pueden restringir el crecimiento de las plantas, dañando sus tejidos y perjudicando su capacidad de realizar la fotosíntesis. Esto significa que las plantas absorberían menos carbono.

Pero menos carbono en la vegetación también da lugar a que menos carbono quede atrapado en los suelos, que es lo que le ocurre a mucha materia vegetal después de morir. Con menos carbono en las plantas y los suelos, una mayor cantidad de éste permanece en la atmósfera en forma de CO2.

En general, a finales de este siglo, sin la prohibición de los CFC del Protocolo de Montreal los científicos consideran que habría habido 580.000 millones de toneladas menos de carbono almacenado en los bosques y suelos; habría entre 165 y 215 partes por millón de CO2 adicionales en la atmósfera, dependiendo del escenario futuro de las emisiones de combustibles fósiles (en comparación con las 420 partes por millón de CO2 actuales, esto supone un 40-50% más) y la enorme cantidad de CO2 adicional habría contribuido a un calentamiento adicional de 0,8°C por su efecto invernadero.

A finales de este siglo, su efecto invernadero habría contribuido por sí solo a un calentamiento global adicional de 1,7ºC. A esto hay que añadir el calentamiento de 0,8ºC recién cuantificado, procedente del CO2 adicional que habría provocado la vegetación dañada, lo que significa que las temperaturas habrían aumentado 2,5ºC en total.

El doctor Paul Young, autor principal de la Universidad de Lancaster, destaca: «Un mundo en el que estas sustancias químicas aumentaran y siguieran eliminando nuestra protectora capa de ozono habría sido catastrófico para la salud humana, pero también para la vegetación. El aumento de la radiación ultravioleta habría mermado enormemente la capacidad de las plantas para absorber el carbono de la atmósfera, lo que supondría mayores niveles de CO2 y un mayor calentamiento global».

El planeta ya ha experimentado un calentamiento de 1°C con respecto a las temperaturas preindustriales. Incluso si de alguna manera lográramos llegar a las emisiones netas de CO2, el aumento adicional de 2,5°C nos llevaría a un aumento de 3,5°C. Esta cifra nos aproximaría al concepto de ‘planeta quemado’, pues supera con creces el aumento de 1,5 °C respecto a los niveles preindustriales que muchos científicos consideran que es el máximo que puede aumentar la temperatura global para evitar algunos de los efectos más perjudiciales del cambio climático.

Estudio de referencia: https://www.nature.com/articles/s41586-021-03737-3

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