No soy amigo de narrar batallitas, pero para explicar lo que voy a contar no me queda más remedio que aludir a los orígenes de mi compromiso con el planeta. Hace 40 años, cuando tenía 13, ingresé en los clubes de linces de la entonces ADENA, hoy WWF. Comencé mi activismo ecologista recogiendo firmas en la calle para pedir al Gobierno de Canadá que cesara la matanza de bebés foca. Ese activismo fue a más y, antes de cumplir los 18, era uno de los dos representantes del ecologismo en el patronato del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, en aquel momento el principal espacio protegido de la Comunidad de Madrid.

Por aquellos entonces no se me podía pasar por la cabeza que cuatro décadas después la salud del planeta iba a estar peor. Sin embargo, la ciencia atestigua que así es. Ello ha colmado la paciencia de la comunidad científica, que hasta ahora había estado oculta tras el telón, mientras el movimiento ecologista agitaba el escenario. La protesta de científicos ante el Congreso de los Diputados forma parte de este “basta ya”. Celebro sinceramente su paso adelante, que viene a redondear aún más su valiosísima labor.

En los últimos años se viene empleando el término “ecoansiedad” para referirse al temor que genera la emergencia ecológica. A la ecoansiedad se suman también los sentimientos de rabia y desesperación que, aunque ahora estén más extendidos, son efectos de la crisis ecológica desde hace ya décadas. Tiempo atrás tuve que lidiar con ellos, y creo que los he superado. Es necesario protegerse tomando cierta distancia emocional. Espero que los científicos y todas las personas implicadas y que empiezan a sumarse al movimiento ecologistas sepan hacerlo, porque si lo consiguen será mejor para ellas y para nuestra causa.

La naturaleza también es cruel

Mi receta para vencer este malestar es una mezcla de auto conductismo y aprendizaje sobre la mente humana. En este aprendizaje intervienen la lectura sobre comportamiento humano y neurociencia y la introspección a través de la meditación. La primera conclusión de este proceso es que el problema tiene un origen existencial y, por tanto, filosófico. Las causas de la emergencia ecológica son las mismas que provocan el resto de crisis y sufrimientos humanos. Nuestra historia como especie empieza mal porque, por mucho que la idealicemos, nuestro origen es una naturaleza tan hermosa como cruel. En ella la mayor manifestación de inteligencia es la fuerza de la evolución, que es impersonal y se emplea en desarrollar capacidades que hagan más difícil que se lo coman a uno y más fácil propagar los genes propios, de modo que sobrevivan los individuos mejor adaptados al entorno. Nuestro reto es evitar que se cumpla el fatal designio que reza lo que mal empieza, mal acaba.

Ejemplar de lince ibérico con sus crías SINC. J. M. Pérez de Ayala

Este origen ha generado hábitos que se han incrustado en nuestros genes y condicionan nuestro comportamiento. El capitalismo salvaje es la traducción a escala social y contemporánea de las leyes de la naturaleza. Pero debido a nuestra capacidad de alterar los ecosistemas y de crear armas de destrucción masiva los seres humanos ya no debemos ni podemos seguir esas leyes. En nuestro caso debemos relegar la competencia a un segundo plano y priorizar la cooperación. Aprender a cooperar y compartir es esencial para desarrollar conciencia planetaria y de especie, que es una facultad esencial para evitar la catástrofe.

Pero el ser humano tiene conciencia

El comportamiento del resto de animales es, en esencia, el mismo que practicaban sus antepasados hace mil años y dentro de otros mil seguirá siendo prácticamente igual que actualmente. Su evolución parece estar limitada al plano biológico. Por el contrario, en el caso humano existe otra variable en evolución: la conciencia. Según diversas investigaciones sobre la psique humana y sobre los sistemas de valores sociales, los elementos esenciales del avance de la conciencia son el progreso de la empatía y una concepción más holística de la existencia, que facilita una mejor integración en el Todo al que pertenecemos y una comprensión más intuitiva de las relaciones causa-efecto.

Un ejemplo del despliegue de la empatía es el movimiento en favor de los derechos de los animales, de reciente aparición. A escala histórica lo son también el activismo en favor de los derechos humanos, de la mujer y de las minorías. Asimismo, el ecologismo nacido en los sesenta del pasado siglo es un claro signo de este avance, ya que extiende la mirada más allá de las relaciones humanas y abarca al planeta que nos da la vida.

La conciencia avanza en círculos cada vez más inclusivos. Existe un paralelismo entre su despliegue a nivel individual y a nivel social. Esto es lógico ya que, al fin y al cabo, las sociedades están formadas por individuos. Aunque el desarrollo psicológico varía entre personas, existen pautas propias de cada etapa. Pensemos por ejemplo en el comportamiento tribal de preadolescentes y adolescentes, identificados exclusivamente con su grupo de iguales. En esas edades son más frecuentes los casos de violencia y acoso. Su empatía no alcanza a “los otros” ni a la naturaleza. Del mismo modo, las sociedades más tribales (siendo el nacionalismo excluyente, la xenofobia, el racismo y los fundamentalismos religiosos manifestaciones del tribalismo) no se caracterizan tampoco por respetar los derechos de los “distintos” ni de la naturaleza.

Elefantes en Tanzania Pixabay

Por otra parte, la ciencia está revelando el enorme alcance del condicionamiento que traemos “de fábrica” por el simple hecho de ser humanos y del que adquirimos a lo largo de nuestra vida. Ese condicionamiento gobierna gran parte de nuestro comportamiento a través del subconsciente. A veces somos muy brillantes razonando, pero ese razonamiento no es nuestro, sino de nuestro subconsciente. Esta realidad es tan aplastante que ha reavivado el debate en torno al libre albedrío a través de una especialidad de la filosofía llamada neurofilosofía.

La clave: crecer en un entorno adecuado

De nuevo, la receta para aumentar nuestra libertad frente al peso del subconsciente es aumentar nuestro nivel de conciencia. ¿Cómo? Procurando un entorno adecuado para el desarrollo del potencial humano. Para ello es imprescindible reducir las interferencias que pueden afectar gravemente al desarrollo de nuestra psique. Por ejemplo, la psicopatía parece resultar de un sufrimiento crónico e intenso durante la infancia. Este sufrimiento, que no necesariamente proviene de la violencia física, tiene unas enormes repercusiones en la historia de la humanidad, ya que se estima que la proporción de psicópatas en puestos de poder político y económico es entre dos y cinco veces mayor que en el conjunto de la sociedad. Sin embargo, un cerebro que se desarrolla en un entorno afectivo adecuado y recibe también una adecuada educación en los ámbitos emocional y cognitivo dará lugar, con alta probabilidad, a una persona empática y con capacidad de desarrollar una conciencia holística.

Un hombre con su hijo en la naturaleza Pxhere

Entender esto es esencial para decidir sobre el sistema educativo y el modelo social más adecuados. Para digerir la emergencia ecológica sin caer en la desesperación es condición necesaria asumir que estos procesos llevan siglos o milenios. Nuestra especie es aún joven, y en la juventud se cometen más errores. Probablemente esta centuria será decisiva.

Salvo catástrofe nuclear o impacto procedente del espacio exterior, no se producirá la extinción de nuestra especie. Por el contrario, es muy factible que a lo largo de este siglo surjan en todas partes del planeta grupos de seres humanos con parámetros mentales aptos para alumbrar el mundo nuevo que ha de surgir a partir del colapso del actual. Personas con un nivel de entendimiento sobre su ser y sobre el Ser superior al del humano promedio de hoy, capaces de reconducir la historia de la humanidad para esquivar nuestra regresión como especie o, como advierten y preconizan distintos autores, nuestra transformación mediante la biotecnología en un producto de inciertas y arriesgadas características.

(*) Miguel Á. Ortega es fundador y presidente de la ONG Reforesta. Autor del libro ¿Sosteni…qué? Sostenibilidad (o el reto de transformar la mente humana)