Cada día cientos de pequeños pececitos dorados (Carassius auratus) encuentran un nuevo hogar. Unos se alojarán en lujosos acuarios con otros compañeros con los que pasarán los días nadando y comiendo; otros tendrán que convivir en una pequeña pecera más austera resignándose a la soledad, pero un último grupo tendrá la oportunidad de vivir en libertad, gracias a la decisión de sus dueños humanos. Se podría pensar que este gesto altruista es el más adecuado, pues garantiza el bienestar de los carpines dorados. Sin embargo, en la práctica, la suelta de estos animales en cualquier medio marino puede acarrear problemas irreparables en su entorno.

Y es que, por pequeños y dóciles que puedan parecer en el interior de una pecera, los peces dorados son verdaderos destructores de la biodiversidad. Así lo advierte un grupo de científicos de la Universidad de la Reina de Belfast (Queen’s University Belfast) y del Instituto Leibniz de Ecología, en Irlanda del Norte y Alemania, que en un reciente artículo publicado en NeoBiota han estimado que, por su carácter y fácil disponibilidad en el mercado, este pez tiene todas las papeletas para convertirse en una especie invasora.

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“Nuestra investigación sugiere que los peces dorados representan una triple amenaza”, reseña el autor principal del artículo, el ecólogo James Dickey. Estos animales no solo se pueden encontrar fácilmente en cualquier establecimiento, sino que también tienen unas características de conducta que juegan a su favor a la hora de dominar en cualquier ecosistema, como es su audacia y su apetito insaciable.

También se adapta muy bien a los climas fríos, no solo a los templados. “Si bien los climas del norte de Europa resultan a menudo una barrera que impedir a las especies no nativas vivir en la naturaleza, los peces dorados toleran tales condiciones”, resalta Dickey, que insiste en que “estas características las convierte en una “amenaza real para la biodiversidad nativa en ríos y lagos”, porque puede consumir los recursos de los que dependen otras especies.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores desarrollaron un método que permitiera evaluar los impactos ecológicos y los riesgos que entraña el comercio de mascotas, dado que esta actividad genera un tercio de las especies invasoras acuáticas que se propagan en ríos y lagos. Para entender los riesgos ecológicos del comercio de mascotas acuáticas, los investigadores centraron sus esfuerzos en dos de las especies que más se compran en Irlanda del Norte: el pez dorado y el pececillo de la montaña de la nube blanca.

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Los científicos estudiaron la disponibilidad de estos peces en el mercado, cuánto comían y su comportamiento. El estudio concluyó que los carpines dorados son voraces; de hecho, consumen mucho más alimento que el llamado pececillo de la montaña de la nube blanca (Tanichthys albonubes) -común en aguas dulces y frías- y otras especies nativas de la región.

En España, como reseña el Ministerio de Transición Ecológica, las poblaciones de carpín dorado que viven en aguas libres son de momento muy poco densas, por lo que a día de hoy no se consideran un problema de conservación. Sin embargo, debido a su carácter exótico, parece aconsejable limitar al menos su expansión, favorecida por el uso que se hace de este pez como cebo vivo.

“Los carpines dorados entrañan un alto riesgo”, resalta Dickey, que espera que los métodos que han desarrollado puedan replicarse para estudiar otros peces que se venden como mascotas. Asimismo, recuerda que “las especies que se pueden comprar fácilmente tienen más probabilidades de ser liberadas” al medio natural. Por esta razón, hace hincapié en la necesidad de limitar su comercio, al mismo tiempo que se dota de una mejor educación a sus dueños: “Es una solución para evitar daños en el futuro”, insiste.

Estudio de referencia: https://neobiota.pensoft.net/article/80542/

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