Los leones africanos no rugen como los que viven en un safari de París. Tampoco los cuervos alemanes graznan como los españoles. Ni siquiera los lobos andaluces aúllan exactamente igual que los del norte de España. Sí, los animales cometieron el mismo error que los humanos. Inventaron idiomas que no les unen, les separan.

El mundo está lleno de sorpresas, eso está claro. Hasta ahora se pensaba que los animales, en eso de las lenguas, habían sido mucho más listos que los humanos, pero nos equivocamos.

Todo se descubrió a raíz de un estudio sobre las palabras que se usan para representar el sonido de los animales. Pronto se dieron cuenta que éstas variaban según la lengua del país. Por ejemplo, mientras que en castellano el ladrido de un perro es «guau guau»; en catalán, sin ir más lejos, es «bub bub». O el sonido de un cerdo aquí es «oinc oinc» mientras que en vasco es «kurrin kurrin». Pero, quizás, el ejemplo más clarificador al respecto sea el famoso «pío pío» de un pájaro que, sin embargo -seguro que les suena familiar-, en inglés es «tweet tweet». Ahora bien, ¿se trata sólo una traducción libre del sonido de los animales, según cada lengua y los humanos que la hablan o, realmente, emiten sonidos diferentes?

Evidentemente, la pregunta no podía quedar sin respuesta y los naturalistas se lanzaron a realizar estudios entre diferentes animales de la misma especie. Los primeros resultados ya se han comenzado a publicar. Efectivamente, los animales no «hablan» exactamente igual sean de donde sean. Sus sonidos, al parecer, difieren, y mucho, en ecos, matices y giros, según de qué zona provengan.

En parte, para aquellos que nos dedicamos al rescate de animales, todo esto no es nuevo. Verán, recuerdo, por ejemplo, a un tigre criado en un piso de Barcelona que fue trasladado a nuestro centro por la Policía. El animal no podía vivir con otros tigres porque, pese a sus más de 300 kilos de peso, sólo buscaba la palabra y la caricia del humano. Nunca había olido, oído o sentido a otro tigre cerca. Se entendía mucho mejor con los gatos caseros.

Está claro que, en este caso, el responsable de ese desaguisado caminaba a dos patas pero, en el fondo, nos hace comprender, también, cómo las circunstancias en las que viva un animal pueden marcar para siempre su lenguaje. Por eso, parece lógico que la climatología, el hábitat, la alimentación y, en definitiva, las circunstancias naturales en las que vive cada animal marquen, no sólo sus costumbres, sino también, el «acento y deje» de su idioma.

Así que, ya saben, mañana será otro día y los gallos españoles saludarán a la mañana con un «quiquiriquí», los franceses con un «cocorico» y los italianos al grito de «chicchirichi». Cuestión de idiomas.