Sólo en España se calcula que, cada año, más de un centenar de animales fallecen en festejos populares, pero el número podría ser mayor. Se trata, principalmente, de mulos, burros y caballos que, para que alguien se divierta montado sobre su lomo o subido en la carroza que arrastran, entregan literalmente su vida.

La reciente noticia de la muerte de un caballo en la Feria de Abril nos plantea de nuevo la cruel realidad que se esconde bajo los farolillos y las luces de algunos festejos de España. El responsable del animal se enfrentará ahora a un delito de maltrato, pero no es la primera vez que ocurre algo así. En ediciones anteriores ya ha habido casos similares de otros caballos que han fallecido o necesitado asistencia.

La misma historia se repite en otros lugares de España. Allá donde hay una fiesta, un desfile, una cabalgata -como la de reyes en Tarrasa las pasadas navidades- o una romería en la que participan animales, siempre hay que lamentar desgracias de este tipo.

La palma, sin duda, se la lleva la romería del Rocío, que, en tan sólo unos días, comenzará de nuevo. El año pasado, más de 200 caballos necesitaron asistencia veterinaria durante la misma. Para que se hagan una idea, se calcula que, anualmente, una media de 15 animales fallecen en el Rocío sin que se pueda hacer nada por ellos. No es una exageración. El asunto allí es de tal gravedad que, sólo en el 2017, el Seprona imputó a 8 personas un delito de maltrato.

Lo más sorprendente, quizás, es que, en la mayoría de los casos, se trata de caballos alquilados. Si ya de por sí resulta chocante que, en pleno siglo XXI, se siga alquilando a seres vivos, más aún lo es que se permita a alguien que desconoce a un animal manejarlo a su antojo durante varios días. Así luego pasa lo que pasa.

En fin, duele sólo imaginarse el sufrimiento que pudieron pasar todos esos animales. Sé que se trata de tradiciones antiquísimas ancladas en profundas creencias pero, por favor, piénsenlo, hay que avanzar perpetuando lo positivo y enterrando lo negativo. En pleno siglo XXI, la participación de todos esos animales en fiestas populares es algo caduco sin sitio en una sociedad moderna y avanzada. El respeto a la vida y al «no sufrimiento» no es una opción, es una obligación; se trata de un principio básico e inalienable que nada ni nadie puede saltarse.