Sin duda, es una gran noticia porque, desgraciadamente, la historia está llena de animales que desaparecieron para siempre de la faz de la tierra. Hay decenas de ejemplos. Los famosos lobos de Tasmania fueron una de esas especies. Cazados hasta su exterminio por sus ataques al ganado, se les considera desaparecidos desde 1936.

Igual suerte corrieron las focas monjes del Caribe. No es de extrañar. De la misma forma que, en España, a mediados del siglo XX, aniquilamos a sus primos hermanos, los lobos marinos, a ellas se les ha considera extinguidas desde 1994. El motivo de su persecución fue tanto el valor de su piel y carne, como el temor de que pudieran acabar con la pesca.

Tampoco acompañó la suerte al rinoceronte negro de África occidental. El último ejemplar fue abatido hace solo siete años. Se encargaron de su vida los furtivos ante la indiferencia del mundo. Pero no acaba ahí la cosa, el mismo fin acompañó a otras especies como el delfín chino de río desaparecido en el 2008, la pantera nebulosa de Taiwán, que se extinguió en el 2013, la tortuga gigante de las islas Galápagos, que lo hizo en el 2012, o los Bucardo, una especie de cabra montesa de gran cornamenta y cotización en el mundo de la caza, que nos dijo adiós en el año 2000.

Como ven, la lista es interminable. Son muchas las especies que ya no existen en el planeta por obra y gracia del ser humano. Unas veces, porque se les cazó sin límite alguno. Otras, porque se acabó con su hábitat natural. Y, otras muchas, por ese famoso cambio climático que les roba la comida y la vida.

Sin embargo, lo curioso es que, a través de restos genéticos de esos animales, la ciencia estudia ahora la posibilidad de clonarlos y devolverles la vida ¡Atención! Invertirán millonadas en ello y, seguro que lo consiguen, pero ¿qué les parece? Por un lado, la humanidad gasta dinero en aniquilarlos y, por otro, invierte en recuperarlos. Por favor, si alguien lo entiende, que me lo explique.