Érase una vez una especie que poseía unas cualidades tan excepcionales, que producía una gran envidia en aquellos personas cuyas carencias a su lado quedaban patentes. Esto dio lugar a una gran lucha entre especies, a pesar de que los animales jamás participaron en esta guerra. Pero el ser humano, al ver amenazado seriamente su ego por el hecho de tener en frente a estos seres tan nobles, bondadosos, leales, inteligentes y especiales, quiso arrebatarles su derecho a una vida digna y colocarles en un lugar donde no pudiesen desarrollarse. Lo hicieron por miedo a pesar de no ser conscientes, porque así no podrían agravar aún más su sentimiento inconsciente de inferioridad emocional.

Los animales sin saberlo, eran el espejo donde se reflejaban los complejos de aquellos que luchaban por una superioridad ficticia, ya que en realidad su ansia de poder servía para disfrazar sus carencias. Estas personas tremendamente débiles y vulnerables, se sentían atacadas ante el gran poder que en su fuero interno sabían que tenían los animales. A diferencia de ellos, estos últimos no compiten ni buscan medallas y reconocimien- tos sociales, pues con ser ellos mismos les basta, ya que su autenticidad es lo que más destaca.

Pero este, que es el talón de Aquiles del ser humano, la lucha por demostrar que su ego es el mayor del planeta, conlleva para ambas especies mucho dolor. Ante tanto sufrimiento, los animales hace mucho tiempo decidieron intentar sanar al ser humano, dándoles su más preciado bien, el amor. Y desde entonces, buscan a aquellas personas que lo han pasado mal, para intentar curar las heridas de su corazón. Pero dependiendo del nivel de humildad de dicho ser humano, permitirá al animal que le ha elegido entrar a limpiar su corazón o por el contrario, rechazará dicha muestra de compasión intentando que ese ser que llegó a ayudarle, sufra tanto como ellos.

Desgraciadamente en algunos casos, las personas cometen el error de pensar que si hacen daño, aliviarán su propio dolor.