Hace poco me preguntaron si me consideraba animalista. Qué difícil contestar a esa pregunta cuando algunos han decidido, por su cuenta y riesgo, que es ser o no animalista y, sobre todo, quien lo es y quién no.

Desde hace tiempo, defiendo un concepto de la defensa de los animales al que he bautizado con el nombre de «animalismo humanista». Se basa en el principio de que «quien protege a las personas, defiende a los animales y, quien protege a los animales, defiende a las personas».

Hasta ahora, usaba como ejemplo para explicar el mismo la gestión de las colonias de los gatos. Sin duda, en el cuidado de las mismas es fundamental alimentar y proteger a los animales pero, también, limpiar la zona, evitar molestias e, incluso, intentar hablar con los vecinos para explicarles nuestra labor. De esa forma, se eliminan rechazos y, sobre todo, se erradican algunos de esos envenenamientos que, desgraciadamente, cada año se llevan por delante la vida de tantos animales.

Sin embargo, cuando hace poco conocí uno de los proyectos que, para la protección de los chimpancés desarrolla en África el instituto Jane Goodall, me di cuenta que es difícil encontrar otro que represente mejor ese concepto de «animalismo humanista» en el que tanto creo.

El proyecto se basa en proteger a los chimpancés ayudando a los pueblos autóctonos para que dejen de perseguirlos y cazarlos. Para ello, el instituto Jane Goodall, tras un completo estudio de la zona, de las comunidades locales humanas y, por supuesto, de la población de chimpancés, pone en marcha numerosas actuaciones de todo tipo para la conservación de estos últimos.

Desarrolla, por ejemplo, programas educativos y de concienciación en las escuelas. Explica en los poblados la importancia de la conservación de los chimpancés. Lucha contra la deforestación y realiza cultivos en zonas pactadas y abandonadas para que se alimenten los animales. Pero, también, a la vez, ofrece cultivos alternativos a las personas que allí habitan para que tengan una mejor alimentación, les enseñan a optimizar su producción y, en definitiva, les ayudan a mejorar sus condiciones de vida. De esa forma, se potencia la convivencia y el equilibrio en la zona protegiendo a los animales y, a la vez, dignificando la vida de las personas. Mejor ejemplo, imposible.