En todas las guerras del mundo existen pelotones de fusilamiento.

Se trata de siete tiradores a los que se les distribuyen al azar las escopetas cargadas. Todas llevan munición real salvo una que porta una bala de fogueo.

Nadie sabe quién disparará ésta, pero si les preguntaras al terminar la ejecución, todos pensarían que ellos han sido los que dispararon la única bala inofensiva y, por tanto, creerían que son inocentes…

Hace unos años comenzaron a importarse animales como si se trataran de sillas a juego con la tapicería del sofá. Especies hasta ese momento desconocidas fueron llegando a nuestras vidas. Los animales elegidos no lo fueron por su carácter, sino por su aspecto.

Las tiendas se llenaron de tortugas de llamativos colores, crías de mapaches, canguros, serpientes y camaleones de exóticas texturas y formas.

El problema llegó cuando esos animales crecieron y sacaron su carácter adulto. Entonces demostraron que no eran de compañía y comenzaron los problemas y, con ellos, los abandonos.

Hoy, la mayoría han sido declaradas especies invasoras sin que nadie, hasta la fecha, haya asumido la responsabilidad de lo sucedido. Por eso, si preguntáramos a todos los implicados, ninguno se sentiría culpable por ello.

Las tiendas que los vendían dirían que la culpa es del cliente que los demandaba.

El cliente que los demandaba aseguraría que la responsabilidad es de las autoridades que lo permitían.

Las autoridades que lo permitían, nos dirían que la culpa es de la oferta y la demanda, es decir, de la tienda que los vende y del cliente que los compra.

Y, así, todos se declararían inocentes porque, en realidad, todos ellos, como ocurría con la historia del principio, creen siempre que disparan la única bala de fogueo existente. Sin embargo, la realidad es que, desde hace tiempo, entre unos y otros, el planeta está siendo, literalmente, fusilado por todos… Para más pruebas, al coronavirus me remito.