lgunas religiones buscan el acercamiento a Dios a través del baile. El «sufismo» es una de ellas. Sus seguidores dicen que acompañar con el movimiento de su cuerpo una melodía, es como transformarse y levitar, un camino directo hacia la espiritualidad.

Cuando he hablado con personas aficionadas al baile que dan clases o, simplemente, viven la música en su cuerpo como una forma de sentir, siempre me han comentado que, cuando esta fluye, se olvidan de todo, el mundo se para y son felices.

En la vida de los animales la danza también existe. Se manifiesta en los bailes de atracción y apareamiento, en los cortejos, pero también en los ataques y defensas. El vuelo de algunas aves es la mejor muestra de ello. Es el caso, por ejemplo, de la avoceta, un pájaro de largas patas, plumaje blanco y pico negro alargado en curvatura que habita en lagunas y zonas húmedas. Si llegas a cruzarte con ella en época cría, podrás contemplarla ejecutando lo que yo llamo, «el baile de la herida».

Todo comienza cuando sale a recibirte y te confunde con un depredador peligroso. Entonces comienza a gritar alocadamente, mostrando un vuelo desigual e irregular. Más tarde, al ver que tú no vuelas, decidirá posarse y caminar cojeando, como si tuviera sus patas dañadas. Durante esos momentos todo en ella parece un desatino, un baile arrítmico sin acorde ni sentido pero, sin embargo, no lo es.

Ese vuelo desigual es la danza del amor y protección en estado puro, una forma de entrega suicida de su vida por la de la de sus crías. La avoceta, en realidad, lo que está pretendiendo en todo momento es mostrarse ante nosotros débil y rota, una presa fácil para que, si decidimos atacar su nido, antes la ataquemos a ella. Es, nada más y nada menos, que una gran representación, la escenificación de la lucha por la vida convertida en baile.