Su misión diaria era guardar a los niños huérfanos que en aquel hospicio vivían e impedir que se alejaran de la casa. El gran peligro era siempre las bajas temperaturas y las fuertes nevadas que les acompañaban durante buena parte del año.
En cualquier caso, desde su nacimiento Barry demostró que lo suyo era ayudar. Apenas había alcanzado el año de edad y ya había salvado a más de una docena de personas que habían quedado enterradas bajo la nieve por las constantes avalanchas. Su forma de hacerlo siempre era idéntica. Primero corría ladrando hacia el lugar donde las personas habían sido perdidas de vista. Luego, guiado por su olfato, se ponía a escarbar con sus patas delanteras retirando la nieve que las cubrían, haciendo verdaderos pozos hasta llegar a las mismas. De esa forma, abría paso al oxígeno para que llegara hasta ellos y pudieran respirar y, a su vez, les marcaba un camino seguro hacia la superficie.
Pronto sus propietarios se dieron cuenta que, dada la habilidad innata que tenía Barry, era conveniente completar su equipamiento con material de primer auxilio. Sin embargo, como en aquella época no existían grandes medios, el equipo consistió únicamente en una botella de licor que se metía en el interior de una especie de barrilito de madera que se le colgaba al cuello.
Se calcula que, a lo largo de su vida, Barry ayudó a más de doscientas personas, siendo su hazaña más celebre una en la que llegó a salvar a más de cuarenta personas que habían quedado sepultadas bajo la nieve.
Sin embargo, su final fue trágico. Una madrugada fue tiroteado por alguien que lo confundió con un lobo. Al encontrarlo sin vida, los vecinos de la zona lo comunicaron a las autoridades que, en honor a todas sus hazañas, decidieron embalsamar su cuerpo y exponerlo en el museo de historia natural de Berna, donde puede verse desde 1812.
Sirva su vida como homenaje a todos los animales, herederos de su ejemplo, que todos los días entregan sus vidas a los hombres aunque en ello pierdan la suya.
