¿Han pasado más de siglo y medio, desde que el Gran Jefe Indio Seattle de la tribu Suwamish escribiera una carta al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, en respuesta a su oferta de compra por las tierras que ocupaban los Suwamish, en el noroeste de los Estados Unidos. En estos momentos tan convulsos, merece la pena recordarla.

Por su extensión y mientras dure la guerra de Ucrania, iré recogiendo el contenido de la misma. Comienza así:

«El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomar nuestras tierras.

El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua ¿Cómo podríais comprárnoslos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo.

Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido, son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja».

El fragmento que hoy recojo es solo el principio. La semana que viene continuaré. Desde aquella declaración de aquel viejo jefe indio, en estos momentos de invasiones, conflictos y demandas sobre la propiedad de la tierra, nada ha cambiado.