Muchas veces me pregunto por qué nos avergüenza tanto hablar de sexo. Creemos que en el siglo XXI hemos vencido todos nuestros tabús cuando, en realidad, seguimos prisioneros de muchos ellos.

Nuestros animales, en cambio, lo viven sin tantos problemas ni complejos. Cualquier persona que tenga un perro o un gato en su casa, sabe bien lo que son sus celos. En el caso de los perros, por ejemplo, la mayoría tiene un cojín favorito contra el que se roza cuando el lívido llama a su puerta y no consigue soportarlo más. Otros, por el contrario, se desfogan aprovechando por descuido las piernas de alguno de sus humanos favoritos o demandando continuamente su brazo durante estos momentos de tensión sexual.

Les cuento todo esto porque, hace poco, en una charla me preguntaron acerca de cómo influyen los celos de los animales a la hora de rodar un documental o, simplemente, rescatar a una tigresa o una leona que esté pasando justo por ese período. Tras explicarlo y especificar que, efectivamente, influye y mucho, y que nadie debe pensar que la sexualidad de ellos, necesariamente, es muy diferente a la nuestra, alguien me realizó, entonces, la clásica pregunta acerca de si las hembras de animales también podían o no tener orgasmos.

Recordé, entonces, la nefasta manifestación que realizó en 1979 el antropólogo Donald Symons, defendiendo que el orgasmo femenino era una característica restringida exclusivamente a nuestra especie. Afortunadamente, poco tiempo después, otro investigador, Frans de Waal, afirmó que en el mundo de los primates todas las hembras los tienen. Hoy en día, ya sabemos que no son las únicas. Las hembras de los delfines, los cerdos o los caballos, también los tienen y, por cierto, de mucha más intensidad que los nuestros.

Así las cosas, le contesté a quien me preguntó en aquella charla, que hablar de orgasmos según sexos, especies o animales, no es sino parte de esas creencias y tabús que todavía nos acompañan.

Ojalá, algún día, los consigamos superar de verdad.