El abandono de animales sigue siendo una constante en nuestro país. Los animales son abandonados por cientos de miles cada año sin que la consideración de dicho hecho como un delito haya podido frenar dicho abandono. En este sentido hay que recordar que la reforma que se llevó a cabo por la L.O. 1/2015 y que convertía en delito la acción de abandonar a un animal y dejaba atrás la simple consideración de falta, que es la que hasta ese momento había tenido, nunca llegó a traducirse en un menor número de animales abandonados.

Sólo la pandemia, el confinamiento y la menor movilidad consiguió, de alguna forma, contener y reducir el número de animales que son abandonados cada año. Por lo tanto, debemos reflexionar y sacar algunas conclusiones al respecto.

Por un lado, no creo que sea un error endurecer las penas para aquellos que abandonan a un animal, al contrario, es algo que, resulte más o menos efectivo, es justo y supone una medida respetuosa hacia los animales, que pone en valor su bienestar, su dignidad y que castiga a aquel que atenta contra ellos abandonándolos.

Por otro lado, es importante asumir la fuerza que sigue teniendo la costumbre en las vidas de las personas. Está claro que al margen de que las leyes ayuden, hay que educar y concienciar a la ciudadanía al respecto. Una sociedad que denigre a aquellos que maltraten animales, que desprecie la actitud de aquellos que los abandonan, es una sociedad en la que raramente un animal será abandonado. Conseguir ese estado de conciencia es el gran reto.

Mientras tanto, por mucha policía que exista, nunca será suficiente para evitar que cientos de miles de animales sean abandonados y detener a los responsables. Y tampoco existirán suficientes jueces para juzgarlos y condenarlos. Si un delito se comete de forma tan numerosa, es evidente que no es posible frenar su comisión. En esos casos, sólo un cambio social puede lograrlo.