En España los animales cuentan poco. Los escasos organismos públicos que existen para su protección son tan sólo burocráticos y, aunque nacieron con una vocación inspectora para garantizar su bienestar, hoy muchas solo son oficinas recaudadoras.

En primer lugar, no existe asistencia veterinaria gratuita para aquellos animales que necesiten ayuda cuando, por esas vueltas que da la vida, sus dueños no puedan costearla. Además, el IVA aplicado a los veterinarios sigue siendo el más elevado porque en España la salud de los animales se considera todavía un artículo de lujo.

Tampoco existen estructuras públicas que se dediquen a la protección de los animales. Faltan miles de veterinarios municipales, cuestión que resulta inexplicable dado que, además de todas las tareas sanitarias y de salud pública que desarrollan, la competencia en la recogida y protección de los animales de compañía es municipal. Comprendo que los ayuntamientos más pequeños no los posean por su coste. En esos casos debería de poderse mancomunar dicho puesto o que fueran las diputaciones las que lo prestaran.

Además, es necesario que se creen albergues o centros para la recogida de animales. España, tristemente, es una potencia mundial en abandono. Los animales que deambulan por las calles sin dueño conocido pueden sufrir atropellos o provocar accidentes. Es imprescindible recogerlos y que sean llevados a albergues donde protegerlos.

Igual ocurre con los centros de rescate de animales salvajes, prácticamente inexistentes en nuestro país, pese a ser una de las principales vías de entrada del tráfico ilegal de especies en Europa. Es de juzgado de guardia que cuando las autoridades incautan un animal no tengan donde depositarlo y, a menudo, acaben teniendo que dejarlo en manos de la misma persona que lo tenía ilegalmente.

Por último, no querría olvidarme de los centros de recuperación de la fauna autóctona dependientes de los gobiernos autonómicos. Sus instalaciones están, en su mayoría, absolutamente obsoletas, desbordadas y poseen una escasez de infraestructuras, medios humanos y materiales, que sonrojarían a cualquier país civilizado.

Sin embargo, aquí no pasa nada. Todo sigue como si nada. Los ayuntamientos crean decenas de puestos administrativos para controlar a los animales pero ninguno de veterinario y los centros, más que abrirse, se cierran por falta de recursos. Esa es la cruda realidad. Sin embargo, puede cambiarse. Es cuestión de ganas, no sólo de dinero. Ya se sabe, obras son amores y no buenas razones.