Todavía hay, hoy en día, muchos hombres que a la hora de esterilizar a un perro consienten fácilmente en que se realice dicha cirugía si es una hembra. En esos casos, curiosamente y pese a que se trata de una operación más larga, costosa y peligrosa, no ponen obstáculo alguno a su realización. Sin embargo, si de lo que se trata es de castrar a su perro macho, cirugía mucho más sencilla y barata, entonces ponen todos los reparos del mundo a su realización y, en muchos casos, se niegan en redondo a que se le practique.

El caso, es que no lo hacen porque estén preocupados porque el animal pueda volverse más dócil y tranquilo al haber sido operado. Para nada. El problema viene porque estas personas, sin darse cuenta, realizan una traslación de la sexualidad del perro a la suya propia e, involuntariamente, sienten que son ellos los que van a ser castrados.

En general, la esterilización o la castración de animales se lleva a cabo unas veces para evitar el nacimiento de camadas indeseadas que pueden acabar siendo abandonadas. Otras por problemas de salud o enfermedad e, incluso, a veces, como método para evitar un comportamiento muy agresivo o territorial del animal.

Por lo tanto, no se trata de una cirugía que se realice por gusto sino que siempre hay una razón para llevarla a cabo. El animal, tras ser sometido a la misma, en realidad, gana en salud y bienestar, porque deja de tener una constante ansiedad en épocas de celos de perras, disminuye el riesgo de llegar a pelearse con otros perros y, en definitiva, vive una vida más apacible.

En cualquier caso, cada persona puede llegar a argumentar las razones que crea contra la castración de un macho y, todas ellas, serán más o menos reales u oportunas, pero lo que no se puede es oponerse a la misma cuando el veterinario así lo aconseja porque pensemos que el animal va a dejar de ser un «machote».