Conocen el cuento de los músicos de Bremen? En el mismo, un burro, un perro, un gato y un gallo, al grito de: -¡Siempre podrás encontrar fuera, algo mejor que la muerte!- se unen para huir cuando sus dueños deciden sacrificarlos por haber llegado ya a su vejez. Los animales viven mil aventuras y sólo consiguen salir vivos de las mismas uniendo sus fuerzas. Sin embargo, en realidad, es difícil saber si originalmente los animales conseguían sobrevivir en la historia escrita por los hermanos Grimm.

Recientemente se ha comprobado como muchos de sus cuentos fueron dulcificados con el fin de hacerlos menos crueles y más cercanos a los niños. Por ejemplo, en la Cenicienta primera editada en el año 1812, las hermanastras llegaban a cortarse los dedos de los pies para que les entraran los zapatos que debían ponerse para acudir a la fiesta y les sacaban sus ojos al entrar a la iglesia el día en el que Cenicienta se casaba con su príncipe. Es normal que los cambiaran. Resulta insoportablemente cruel cualquiera de esas imágenes.

En el mundo de los animales ocurre igual. He visto burros, como el del cuento de Bremen, esqueléticos de pura hambre y ya muy ancianos, caerse al suelo en la calle y, a fuerza de golpes, rematarlos sus dueños sobre el asfalto. He rescatado caballos con cascos deformados como si fueran zapatillas de estar por casa, por carecer de cuidados y espacio.

He visto a perros morirse de hambre y acabar alimentándose unos de otros, a gatos mutilados por sus dueños, con heridas que intentaban curar al aire, y a gallos ciegos de pelear, abandonados en contenedores de basura.

Suena cruel al leerlo pero mucho más lo es verlo, porque cuando los tienes delante sientes algo que va mucho más allá de la sangre o la miseria, sientes el dolor y la desesperación de cada uno de ellos y les aseguro que eso no se olvida jamás.