Unas elecciones concretas carecen de precedentes y de continuidad, no se deducen de las anteriores ni permiten extraer conclusiones bíblicas para el futuro. El recuento de votos es exacto, pero imposible de encasillar en una teoría científica.

Ningún dato previo anunciaba a cinco partidos en el pañuelo de los dobles dígitos porcentuales, la ley del 28A. Y por primera vez, ninguno de los concursantes tiene garantizada la supervivencia en la hipótesis de un rotundo fracaso. Sin embargo, la convicción no aparcará la obsesión humana de extraer enseñanzas canónicas de una campaña electoral:

1. La presidencia del Gobierno es el mejor puesto de salida. Si te ha de ocurrir una desgracia, que sea cuando te hallas en la cima, con mucho margen de caída. Sánchez no encabeza las encuestas por méritos personales, sino porque el pasado junio aprovechó la oportunidad que ni pintada de plantearle un órdago a Rajoy.

2. Sánchez no se ha ganado todavía la presidencia del Gobierno. El rango de único inquilino de La Moncloa elevado por una moción de censura reviste a Sánchez de cierta artificialidad. Despojado de su manto presidencial, el candidato socialista ya ha sufrido las dos derrotas consecutivas que pavimentaron el acceso a la cabecera del Ejecutivo a través de las urnas de González, Aznar y Rajoy. Las dos banderillas funcionan como un talismán y, en efecto, solo Zapatero puede presumir de haber ganado todas las elecciones generales en que concursó.

3. Sánchez imita a Rajoy y Casado a Aznar. El candidato socialista llamó "indecente" o "no decente" a Rajoy. A continuación, se dedicó a cultivar el distanciamiento faraónico de su predecesor, con mayor calidez en la cercanía. Mientras tanto, Pablo Casado milita en la adoración de Aznar, a partir de la estatura apropiada pero saltándose el doloroso noviciado del presidente que nunca derrotó del todo a González. A propósito, nadie imita a Felipe porque el sevillano sigue recomendando a Susana Díaz como presidenta del Gobierno, el peor crimen que se le ha atribuido en su dilatada carrera.

4. Los emergentes han llegado para servir. Hasta que llegaron los violentos debates, Iglesias y Rivera parecían los candidatos más anticuados. No se habían ofrecido sino entregado a PSOE y PP respectivamente, a cambio de la correspondiente vicepresidencia. En la batalla campal ante las cámaras, el líder de Podemos acudió solícito a rescatar a Sánchez del naufragio, mientras el candidato de Ciudadanos le guiñaba el ojo a Casado. El sorpasso es muy fatigoso.

5. Nadie sabe dónde está Vox. En cuanto se menciona al partido innombrable, se tiende sobre el paisaje una atmósfera de terror nórdico, el nordic noir que impregna la prosa policial. Se ignora cuántos son, y sobre todo cuántos serán el domingo. Triunfan con cualquier resultado, pero pueden dejar atónita a la concurrencia. Ninguna encuesta ha sido capaz de medir su presencia real, por lo que puede hablarse en propiedad del voto oscuro.

6. La supervivencia se expresa en números redondos. ¿Qué tiene que suceder para que no suceda nada? El nivel de tranquilidad se mide para el PSOE en 130 diputados. Menos de cien generarán una inquietud difícil de apaciguar en el PP. Cincuenta suponen la marca aceptable para Ciudadanos, que siempre se escabulle de la calificación de su comportamiento. Los debates facilitarán el acceso de Podemos a los cuarenta, que son un fracaso respecto a 2016 pero un éxito frente a las expectativas. Vox gana a partir de diez, así de fácil lo tiene. La única cifra inamovible son los treinta diputados nacionalistas o independentistas.

7. Si Rivera vuelve a pinchar, ahí está Arrimadas. La excitación de Doña Inés en la jungla del debate es natural y salvaje, el despliegue sudoroso de don Alberto Carlos rezuma artificialidad. Sin Gobierno, o sucesión o disolución.

8. Si Iglesias vuelve a pinchar, ahí está su pareja. Ni el estalinismo fue hereditario, aunque el referente norcoreano autoriza a asegurar que la mejor mujer para suceder al mejor hombre de Podemos ha de ser forzosamente la persona con la que decidió compartir su vida. De lo contrario, se habría equivocado en lo político o en lo vital.

9. Si Casado vuelve a pinchar, ahí está Vox. No está claro si los populares desean que gane su candidato, o si les aprieta la pulsión suicida que acelere el tránsito hacia la simplificación ideológica que vira hacia la ultraderecha. Incluso es posible que la sustitución se haya materializado en el momento de redactar estas líneas, y que las elecciones sean un mero formulismo.

10. Los catalanes también votan, maldita sea. De tanto empeñarse en que los asuntos catalanes sean votados en toda España, se olvidó la simetría de que los asuntos españoles también son votados en toda Cataluña, con resultados poco propicios para quienes insisten en la homogeneidad.